Un momento para recordar y un momento para olvidar

teshuva1okEl recuerdo es uno de los principales factores de motivación de la teshuvá, pero por desgracia, y con demasiada frecuencia, es el recuerdo de Dios el que desempeña el papel dominante.

 Dios, como ser de memoria infinita e infalible, recuerda y recuenta todas nuestras acciones. Dios es el Juez ante el que nada se oculta o se olvida. Así, Dios infunde el temor de que en el Día del Juicio, el Juez de toda la Tierra nos encontrará culpables. Rosh Hashaná, nuestro día anual para ser juzgados, en el cual somos llevados uno por uno delante de Dios para dar cuenta de nuestras acciones, infunde en nosotros ese temor que a su vez nos impulsa a arrepentirnos.

En un giro interesante sobre el tema de la memoria, la liturgia de Rosh Hashaná desarrolla la idea de la memoria infinita de Dios y le recuerda a Dios que no sólo debe recordar cada uno de nuestros fracasos, sino también el hecho de que debe tener para con nosotros, como descendientes de Abraham, por lo menos un poco de compasión, como una compensación por la voluntad de Abraham de ofrecer a Dios a su hijo Itzjak, a pedido de Dios. Aquí, el tema del recuerdo es central, no con el fin de catalizar a los seres humanos para que se arrepientan, sino para catalizar a Dios para que nos conceda la expiación. En ambos escenarios, Rosh Hashaná hace honor a su nombre tradicional de Iom Hazikarón , el Día de Recordación y constituye la base del Iom Kipur que le sigue, ya sea como la culminación del proceso de teshuvá , o como culminación del proceso de juicio que termina, con suerte, en la expiación.

La teshuvá descripta anteriormente es una teshuvá por temor y en un sentido profundo, indigna de nosotros y de nuestra temporada de las Altas Fiestas. La Teshuvá debe trascender la motivación del temor y en lugar de ella, estar motivada por una visión interior de uno mismo y de lo que uno cree que uno debería ser. Esta es la idea de la teshuvá por amor. En esta teshuvá, la memoria sigue desempeñando un rol esencial, pero ya no es el recuerdo de Dios, sino más bien el recuerdo de un ser humano. Rosh Hashaná como Iom Hazikarón no es el día en el que Dios recuerda, sino el día en el que nosotros tenemos el desafío de recordar.

Uno no puede embarcarse en un proceso de cambio sin un recuento completo y sincero de las propias acciones y de su vida. Este es el significado central de la idea del vidui (confesión), que como declara Maimónides en Hiljot Teshuvá, es el mandamiento fundamental asociado al acto de la teshuvá. La transformación personal comienza en el momento en el que un individuo está dispuesto a ponerse de pie y declarar: "He pecado. He hecho tal cosa y tal otra. Me avergüenzo de mis actos y prometo nunca más repetirlos."

No se trata simplemente de que quien no aprende del pasado está condenado a repetirlo, sino que quien no recuerda es, paradójicamente, esclavizado por el pasado. Lo que uno es permanece congelado y determina lo que uno era. El recuerdo puede facilitar y permitir un recuento sincero de lo que uno ha creado en su vida, un relato que puede reunir la voluntad, la energía y la experiencia necesarias para trazar un camino diferente, para ver quién uno era y decidir moverse en una dirección diferente.

El problema es, sin embargo, que el recuerdo también puede esclavizarnos al pasado. La capacidad de cambiar está a menudo condicionada a un acto de fe, una fe en uno mismo, en el sentido de poder comenzar de nuevo, de que lo que uno era no necesariamente determinará lo que uno será. En un sentido más profundo, es también necesario liberarse del pasado, eliminarlo, para que una nueva historia, un nuevo camino y una nueva persona puedan surgir. Aprender del pasado a menudo implica quedarse atascado allí. Una revolución sana tiene que ser gradual, pero también requiere de un punto de partida radical, un quiebre, y la teshuvá es ni más ni menos que una revolución personal.

Rosh Hashaná, como día de recordación puede ser a la vez un catalizador para la teshuvá y un catalizador para tornarla imposible. Para olvidar, no necesitamos a Rosh Hashaná como Día de Recordación, sino a Rosh Hashana como el primer día del nuevo año, un año cuya historia aún está por escribirse y que nos invita a comenzar de nuevo, sin la carga de los fracasos del año anterior.

En un sentido trivial, es obvio que necesitamos a ambos, tanto un momento para recordar como un momento para olvidar, y que una vida digna es aquella que encuentra el equilibrio adecuado entre ambas cosas. Me preocupa, sin embargo, que la idea de un "equilibrio adecuado" en sí misma a menudo sirve como una base para la mediocridad, ya que en el equilibrio, cada uno de esos momentos socava al otro. Es cierto, necesitamos a ambos, pero no se trata de un equilibrio entre ambos lo que necesitamos, sino la capacidad de decidir qué necesitamos y cuándo, y cuál de ellos permitimos que domine en un momento dado.

De hecho, realmente existe un momento para recordar, un momento para realizar un recuento profundo y significativo de las acciones de uno mismo, para reconciliarse con lo que uno ha hecho y ha llegado a ser. Mirarse a sí mismo sinceramente al espejo y enfrentar todos los defectos propios -no las carencias de los demás, sino las propias- con el fin de distanciarse a sí mismo de esa persona que ya no se quiere ser.

Pero como parte de este proceso, tiene que haber un momento en el cual uno tiene que liberarse, cuando uno sabe que ha errado y tiene que dejar de reprenderse a sí mismo por eso. Cuando uno mira hacia el futuro y está motivado por el potencial ilimitado que promete. Para vivir en este futuro como un nuevo ser, también debemos permitirnos olvidar.

Y así vamos, hacia atrás y hacia adelante, y otra vez hacia atrás y hacia adelante, pero no en busca del equilibrio, sino asegurándonos de que nunca nos quedemos atascados en una sola modalidad. Un momento para recordar y un momento para olvidar.

Shaná Tová .

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