The matchmaker

fotomatchokEn el marco del Festival de Cine Judío de Montevideo se estrena en esta ciudad la película de Avi Nesher "The Matchmaker"(2010). Tuve oportunidad de verla en la Cinemateca de Jerusalem hace exactamente un año, en el marco de la función de cine que el Shalom Hartman Institute incluye en sus programas cuando termina shabat.

 Cada vez ha resultado una vivencia sumamente conmovedora: la recién estrenada noche frente a las murallas de Jerusalém, la ceremonia de Avdalá en la explanada de la Cinemateca, el aire entre fresco y mítico que nos envuelve, y una buena película acerca de las sensibilidades humanas. Antes ya había sido la laureada "Footnote", y en 2012 fue "The Matchmaker". En ambas ocasiones, y como es la costumbre en esta actividad, el director se hace presente para charlar acerca de su obra al final de la función. Siempre me resultó redundante esta parte: las obras hablan por sí mismas, poco tiene que agregar su director; ya está todo dicho en la película, y si tiene algo que agregar, va en su desmedro.

Dicho esto como para ubicar una experiencia personal, debo confesar que "The Matchmaker" me gustó mucho más que la aclamada "Footnote"; es sólo un comentario personal que, en todo caso, invita a comparar. "Footnote" puede verse hoy en día en alguno de los canales de cable de películas. Pero ambas comparten una cualidad que en lo personal no es menor: tratan de temas que me gusta llamar "internos", "hacia dentro". Esto aplica a los conflictos humanos que describen, pero me refiero sobre todo a que tratan acerca asuntos de judíos, israelíes, entre judíos, israelíes. A diferencia de otras muy buenas películas del cine israelí no se ocupan de nuestros conflictos con nuestros vecinos ni acerca de nuestra arista opresora o perseguidora, sino que focalizan en nuestras historias mínimas dentro de los pequeños "guettos" simbólicos que hemos auto-generado. Me parece muy bien la sensibilidad hacia el otro de "The Lemon Tree"(2008) o "Noodle"(2007), pero prefiero profundizar en lo que nos sucede puertas adentro, en quienes somos o aspiramos a ser al margen de los conflictos con nuestros vecinos. Hay suficiente material acerca de los sentimientos y procesos que viven nuestros próximos prójimos como para tener que buscarlos en el vecino, el otro. En todo caso, es bueno balancear las propuestas.

"The Matchmaker" es una película prolija y profesionalmente ambiciosa. Las locaciones no son sólo estéticamente impecables, en especial las vistas desde el Carmel, sino que hacen a la construcción de la propuesta: el contraste entre el mundo y sub-mundo portuario de Haifa en los años sesenta tardíos y los paisajes azules y luminosos desde la altura son elocuentes por sí mismo. Si a eso agregamos un adolescente que sube y baja la montaña varias veces a lo largo de la trama, el simbolismo es casi obvio, pero no por ello menos conmovedor. Tal vez sea esta palabra la que mejor describa la película: conmueve. Lo hace en una forma sobria, ajustada, dulcemente irónica por momentos, con un humor entre respetuoso y apenas cruel por breves instantes. El guión, aparentemente simple y lineal, brinda a los actores la oportunidad de profundizar en personajes no ya complejos, no ya humanos, sino portadores de historias terribles y oscuras: son todos, literalmente, sobrevivientes. Sin embargo, el pasado terrible de la Shoá queda apenas sugerido; su peso semántico está dado por las historias personales de cada personaje, por sus expectativas y sueños, por la forma que huyen de ese pasado, y por cómo tratan de forjar su futuro. El "casamentero" del título es mucho más que eso; para usar una expresión del cantautor cubano Silvio Rodriguez, el "casamentero" es un "reparador de sueños". El chico desde cuyo punto de vista se cuenta la historia es testigo de estos pequeños actos de reparación y rescate humano.


"The Matchmaker" merece verse. Es una obra que denota un ajustado pero inequívoco sentido de esperanza en el marco de un todavía joven país que crece. Entre el pasado terrible que quedó del otro lado del Mediterráneo y el chico que crece subiendo y bajando el Carmel, hay una generación perdida que carga consigo sus "cuarenta años en el desierto", transitando el submundo del puerto de Haifa de los años sesenta. Parecería que siempre hay una generación que no merece La Tierra, pero que nos trae a sus orillas.

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