"Recordar es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos". Con estas palabras Susan Sontag cierra su famoso ensayo sobre el dolor en los demás.
Este texto contiene un sentido doble que atraviesa nuestra reflexión sobre la idea de belleza y resistencia en la escritura.
I.
"Recordar es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos". Con estas palabras Susan Sontag cierra su famoso ensayo sobre el dolor en los demás. Este texto contiene un sentido doble que atraviesa nuestra reflexión sobre la idea de belleza y resistencia en la escritura.
En primer lugar, así como Sontag escribe su tratado sobre la fotografía, horror y la guerra sin mostrar ninguna fotografía, clausurando de esta manera el poder que la imaginación visual le añade a lo atroz como una forma de estancamiento y demarcación, así también aquí planteamos la escritura del horror sin describir el horror en sí mismo. Pero, al mismo tiempo, queremos diferenciarnos del planteo de la filósofa norteamericana, ya que nuestro planteo se centra en la manera en que la escritura de lo que ocurría durante la Segunda Guerra Mundial en la vida particular de una niña encerrada detrás de una pared, constituye un hecho particular y paradojal: el Diario de Ana Frank es el diálogo de una niña consigo misma frente al dolor y el horror de una guerra y, al mismo tiempo, la dimensión alcanzada por el objeto literario "Diario de Ana Frank" constituye un tipo de estética sobre la destrucción y una forma de resistencia ante ella.
En segundo lugar, a partir de esta reflexión, creemos que en la relación que generamos con los muertos y con el pasado, a través de la memoria, el judaísmo ha construido una particular forma de recordar –como rememoración– un pasado que se despoja de la antigüedad del tiempo para transformarlo en un acontecimiento próximo, para hacer con ello del futuro una esperanza venidera. Haciendo, de esa forma, de la destrucción y el tormento un lugar de memoria y responsabilidad ética frente a la historia: una política (teológica, o teología-política) de la memoria. Desde allí, entonces, el Diario de Ana Frank se transforma en un testimonio sobre una ruptura temporal que marca un antes y un después, la Shoá.
II.
En su ensayo inaugural de 1937 en el Collège de France sobre la Poética, Paul Valéry escribió que "en todos los hogares del espíritu hay fuego y cenizas, prudencia e imprudencia; método y su contrario, el azar bajo mil formas". Evocar las palabras de Valéry para hablar de la Shoá, en el mar de voces que han reflexionado sobre ella, no es una ironía, aunque pueda parecerlo; porque nos permite pensar dos elementos que, en un primer momento, parecieran un oxímoron: la destrucción y la belleza. Sin embargo, nuestra hipótesis para reflexionar sobre la figura de Ana Frank y, particularmente, la escritura de su Diario, es la de una estética de la resistencia: la escritura, sobre el horror y la destrucción, que evoca una forma de resistencia en sí misma, en el acto de escritura, en una búsqueda de perdurabilidad a través de la palabra. Y este rasgo, esta manera de pensar a Ana Frank y su legado no es ajena al universo del judaísmo, sino tal vez –y aquí otra de nuestras hipótesis– constituye una manera de poder soportar la destrucción y perdurar en el tiempo, una forma de memoria en el testimonio que se articula con la rememoración como firma constitutiva de la identidad viva de lo judío.
La muerte y la destrucción han marcado de manera particular la vida del pueblo judío, pero también las formas literarias y la belleza de la creación. Hay una relación, compleja y paradigmática en ello, que nos exige no cerrar la discusión en un dictum que cubriese con tierra la posibilidad de la obra del espíritu, obra de arte, en las razones y sinrazones de la guerra y el genocidio. La palabra, aunque diezmada, golpeada y muñida, ha sobrevivido a los hombres y, al mismo tiempo, ha hecho sobrevivir los nombres en la historia.
Los recuerdos hacen de la memoria un campo de batalla, allí se juega la historia de los pueblos y del hombre. Pero también, la historia mínima, el relato despojado, a cuentagotas de un diario es una roca inmovible contra la muerte: la búsqueda de lo otro como ánimo de subsistencia. Y si la historia de los diarios personales no es nueva en la literatura ni como forma narrativa, sin embargo, con Ana Frank nos situamos directamente en la idea de un diario como resistencia ante la destrucción. Un diario como palabra en voz alta frente al silencio: un grito en la oscuridad que separa una pared falsa con la realidad y la calidez de un hogar.
III.
La destrucción del Templo de Jerusalén no se asemeja a otros momentos de recordación para el pueblo judío. Es la historia de la derrota, el lamento por la ciudad arrasada, el Templo en ruinas y un pueblo deshecho ante el fuego. Tisha b'Av (el 9 del mes Av), conmemora y recuerda la destrucción. Sin embargo, las lamentaciones nos permiten pensar la destrucción desde otra perspectiva.
"En tierra están sentados, en silencio,
los ancianos de la hija de Sion.
Han echado polvo sobre sus cabezas,
se han ceñido de cilicio.
Han inclinado a tierra sus cabezas
las vírgenes de Jerusalén.
Mis ojos se consumen por las lágrimas,
hierven mis entrañas;
mi hiel se derrama por tierra,
a causa de la destrucción de la hija de mi pueblo,
cuando niños y lactantes desfallecen
en las calles de la ciudad."
(Lamentaciones 2:10-11).
Ahora bien, a estas lamentaciones que relatan la destrucción ¿se le puede negar la belleza de la palabra del relato, cuadro del dolor, la desesperanza y la pérdida? ¿es éticamente posible pensar en la escritura como forma de belleza si lo que relata es la destrucción, la muerte, o hasta la miseria del hombre?
Sea la destrucción del Templo o la destrucción del judaísmo de Europa en el siglo XX, sean las Lamentaciones proféticas o el Diario de Ana Frank, la violencia se conecta con el lenguaje y la memoria: tenemos allí, entonces, que pensar en una forma de resistencia. La escritura como resistencia o una ética de la resistencia a través de la escritura. El judaísmo no fue el mismo antes o después de la destrucción del Templo, de la misma forma que tampoco lo fue después de la Shoá. Y si una de esas transformaciones, en el primer siglo fue la dispersión del pueblo, en el siglo XX es la reunión en un Estado por un lado, y las realidades propias de los vericuetos identitarios en lo que llamamos la diáspora. Consecuencias de la destrucción: ningún hombre que pasa por la experiencia del horror y la destrucción vuelve a ser el mismo que antes, tampoco lo es un pueblo, ni siquiera la historia.
"Dicen a sus madres:
¿Dónde hay grano y vino?,
mientras desfallecen como heridos
en las plazas de la ciudad,
mientras exhalan su espíritu
en el regazo de sus madres.
¿Cómo he de amonestarte?
¿A qué te compararé,
hija de Jerusalén?
¿A qué te igualaré al consolarte,
virgen hija de Sion?
Porque grande como el mar es tu ruina,
¿quién te podrá sanar?"
(Lamentaciones 2:12-13).
El judaísmo hizo del dolor y la muerte, a través de la escritura, una persistencia, una subsistencia y una transformación. Porque todo lenguaje es una forma de violencia que quiebra el silencio e irrumpe en el mundo. Escribir es atrapar la violencia del silencio y hacerla palabra, como hizo el profeta o Ana Frank. (Aquí no importa si hay una conciencia o inconciencia de la consecuencia del acto literario hacia un futuro incierto, sino que se debe ver la escritura como gesto que perdura y resiste a la destrucción). Transformar el silencio en un decir. Un decir que será memoria de existencia y, al mismo tiempo, de la violencia de lo bello, o sea, la escritura.
Escribir es violentar el silencio y construir una forma de belleza: una forma de resistencia que no debe caer en la estetización del sufrimiento. Es así que somos capaces de escribir después de Auschwitz, de pintar o de recitar un poema. Pero sin embargo, cualquiera de estas manifestaciones nunca será una manifestación de la simple belleza, sino, por el contrario, una forma de resistencia. Ninguna manifestación de belleza después de Auschwitz será igual a lo que ha sido, el mundo ha perdido –definitivamente– la inocencia: como Ana Frank.
En 1951, Maurice Blanchot escribió que la humanidad tuvo que morir en su conjunto por la prueba que el pueblo judío padeció, y que esa muerte aún dura y continuará durando. Por ello, la destrucción ha generado una ruptura en el tiempo y la historia. Y de la misma manera que la destrucción del Templo marca un antes o después de su arrasamiento, Auschwitz también hace un corte: "cualquiera que sea la fecha en que pudiera ser escrito, todo relato –escribe Blanchot– de ahora en adelante será de antes de Auschwitz." El tiempo se ha partido, otra vez, y recordar como una acción ética implica ser capaz de evocar algo: una imagen, una palabra, un diario, o el rostro impávido de la niña ante la muerte que acontecía como una gran sombra. Retomando palabras de Sontag, podemos decir que recordar no es tan sólo recordar una historia, sino también ser capaz de evocar una imagen o una escritura.
III.
El acto de traer el pasado hacia nosotros y vivenciarlo como si fuera nuestra propia vivencia es la rememoración. "La rememoración es la reliquia secularizada" escribe Walter Benjamin en su Parque Central. La rememoración es, desde nuestra concepción, el núcleo del espíritu judío de la historia. Rememorar el pasado para conectar el futuro, y allí, entre ambas dimensiones, el presente se transforma en el escenario para la experiencia vivida.
El tiempo para el pueblo judío está determinado por el pasado que se vuelve presente, por lo que no puede existir para el hombre un presente que no sea consecuencia del pasado. El presente, entonces, es un presente-atravesado. El tiempo bíblico, lenguaje sagrado, es un futuro trasformado en pasado. Es la reminiscencia de la palabra divina, expresión de un tiempo por venir en donde se encuentra su morada. El judaísmo intenta divinizar la historia. El shabat y las fiestas de conmemoración marcan la existencia de una divinización del tiempo presente y de la historia: allí el pasado vive en una ahistoricidad. La rememoración judía, como forma paradigmática de la memoria y el tiempo judío, conecta este tejido, además, con la dimensión del futuro. Es adonde se dirige y se repite, permitiendo que, a través de la rememoración, sea posible unir ambos polos, pasado y futuro, en un tiempo presente.
El Diario de Ana Frank frente a la rememoración como forma de memoria es la evocación de una escritura de resistencia, una ética a través de la palabra, como también es un gesto de belleza sobre la violencia de un mundo atroz. Es un gesto y por ello lenguaje y violencia, y no puede ser inocente: porque ningún testimonio del horror y de la destrucción puede serlo. Es la posibilidad de crear ante la muerte. Resistencia. Belleza. Infancia.
Ana Frank, a través de su diario –como el profeta en sus lamentaciones– produjo una transformación en la experiencia del tiempo e hizo irrumpir la palabra, los textos, el diario como otro-yo. Violencia del lenguaje y rememoración. Poder escribir más allá del mundo, conservar allí algo de la belleza y, tal vez, la esperanza. Y aunque no podamos saber si está bien o mal, si podemos sabemos que ahí hay, y hubo, un acto de resistencia.
Bibliografía citada:
BLANCHOT, Maurice. Tiempo después, trad. Rocío Martínez Ranedo, Madrid: Arena libros, 2003.
FRANK, Ana. Diario, trad. Diego J. Puls, Barcelona: DeBolsillo, 2001.
SONTAG, Susan. Ante el dolor de los demás, trad. Aurelio Major, Buenos Aires: Alfaguara, 2003.
VATÉRY, Paul. Teoría poética y estética, trad. Carmen Santos, Madrid: Visor-La balsa de la Medusa, 1998.