Haz de las tres semanas un momento para sanarse

templo2okCon la llegada de las "Tres Semanas" (el período de duelo por la destrucción de Jerusalén y del Templo que culmina con el día de ayuno de Tishá b´Av), la sensibilidad judía actual encara su dilema anual de disonancia entre el ritual y la realidad.

De todos los períodos importantes del calendario judío, las Tres Semanas parecen ser el más problemático. Al considerar hoy en día la realidad judía, ¿cómo se puede estar realmente de duelo por el antiguo jurbán, la destrucción?

El surgimiento simultáneo de un Israel soberano y de la comunidad de la Diáspora más poderosa y aceptada de la historia judía ha creado un momento triunfal sin precedentes. Parece haber, entonces, algo artificial, hasta coactivo, en el pesar ritualizado de las Tres Semanas. Sentarse en el suelo en el Muro y recitar las Lamentaciones en Tishá B´Av mientras se está protegido por soldados de un estado judío, junto con judíos que se reúnen de todas partes del mundo, parece ser una contradicción intrínseca. Las multitudes de jóvenes que socializan en la plaza en la víspera de Tishá B´Av parecen estar en lo correcto: ¡Basta de duelo! ¡Hemos sobrevivido! Más que sobrevivido: hemos prosperado.

Nuestra vida litúrgica no ha internalizado la transformación de la vida judía. Seguimos rezando para que los exiliados se reúnan, incluso cuando millones de judíos han vuelto a casa y haya terminado el exilio, que fue sustituido por una Diáspora voluntaria. Continuamos rezando por la restauración del Templo y su servicio, incluso cuando la mayoría de los judíos considera repugnante la idea de los sacrificios animales. Y aún deseamos que encuentren consuelo aquellos que están haciendo shivá "entre los dolientes de Sión", mientras que ya no nos lamentamos por Sión sino que celebramos su resurrección.

Entonces, ¿cómo tratamos las Tres Semanas? Quizás la respuesta adecuada no sea tanto el duelo sino la seriedad, una conciencia elevada de nuestras fallas colectivas.
Los Rabinos citaron el odio mutuo entre los judíos como el pecado que fue responsable de la destrucción del Templo. En términos actuales, eso se traduce en el hecho de que no logremos funcionar como un pueblo que aprecie su diversidad y pueda lidiar con sus desacuerdos por las visiones y temores del otro respetándose mutuamente.
La base de la vida espiritual de un individuo es la humildad, ser consciente de que somos seres pasajeros con una comprensión del mundo que como mucho es inacabada. Esa misma idea es el fundamento de una vida nacional próspera. Ninguna parte del pueblo judío puede afirmar que sea la heredera exclusiva de la historia judía. Aquellos que crean que su comunidad es la única depositaria de la sabiduría judía, y que otras comunidades son barcos vacíos que tienen poco para aportar a nuestro crecimiento, corren el riesgo de tener una arrogancia que a nivel espiritual es fatal.

Las Tres Semanas nos recuerdan que somos un pueblo superviviente. ¿Pero nos comportamos como un pueblo superviviente? En un sentido, por supuesto que sí: los judíos salieron del Holocausto resueltos a anular la impotencia del exilio, y ese esfuerzo ha alcanzado un éxito asombroso.

Pero en nuestras relaciones con los demás, no hemos logrado internalizar la sabiduría de un pueblo superviviente, el cual sabe que todas nuestras certezas que compiten desaparecen ante el abismo.

Experimentamos el cruel conocimiento del abismo brevemente, en mayo de 1967, al reunirse los ejércitos árabes en las fronteras de Israel y los judíos de todo el mundo compartieron un pavor común de sufrir otro holocausto. La unidad que los judíos expresaron en esas semanas conllevó a la victoria de las Guerra de los Seis Días, a la resurrección de los judíos soviéticos y al empoderamiento político de los judíos estadounidenses. El mundo judío en el que vivimos hoy en día se debe en gran parte a una creación de ese breve momento de unidad de mayo de 1967.

Pero desde luego que, la Guerra de los Seis Días abrió el camino de la lucha judía. La discusión sobre territorio por paz, si es que alguna vez esa opción se hace posible, no puede ser acallada por apelaciones a la unidad judía.

Aun así, existen formas de manejar nuestros cismas que nos ayudarían a permanecer como un solo pueblo. Así como un cuerpo siente el dolor que afecta cualquiera de sus miembros, un pueblo floreciente sabe cómo afligirse por las heridas de sus comunidades que se encuentran separadas. Actualmente en Israel, hay heridas que siguen abiertas, infligidas por hermanos judíos. Algunos siguen llorando silenciosamente por el asesinato de Itzjak Rabin, por nuestra caída en el fratricidio (un dolor por el que algunos de derecha se sintieron molestos como algo que fue motivado políticamente). Y mientras que no hay comparación moral entre los dos acontecimientos, muchos israelíes se sienten afligidos por el hecho de que miles de judíos hayan sido desarraigados de sus hogares en Gush Katif, Gaza, un trauma que se ha limitado a la comunidad religiosa sionista pero que todos los sectores del pueblo judíos deberían compartir, independientemente de la orientación política.

El propio Muro, que fue símbolo de la unidad judía en el período pos-Guerra de los Seis Días, se ha convertido en un símbolo de nuestra disfuncionalidad colectiva, jurbán de nuestra cohesión. Tal como lo atestiguan las confrontaciones mensuales de las Mujeres del Muro, ya ni siquiera podemos rezar juntos. Pero al menos podemos tratar de rezar cerca del otro (y por primera vez, el gobierno israelí ha ofrecido un espacio en el Muro para el rezo igualitario). Esa es también una forma de sanarse.
Finalmente, una manera que es espiritualmente útil de conmemorar las Tres Semanas es que cada judío piense en la comunidad que más le molesta, y luego reflexione acerca de un valor judío positivo que esa comunidad representa. Piensa en el amor de los colonos por la tierra de Israel, en el amor de los izquierdistas por la paz, en las señoras antisionistas del Satmar que distribuyen comida kosher a cualquier paciente judío que esté internado en los hospitales de Nueva York, en los rabinos reformistas que luchan para que los judíos sigan siendo judíos en una sociedad abierta. Sin comprometer tus convicciones, permítete sentir una cuota de gratitud hacia los opositores ideológicos que a su modo tratan de ser merecedores de la historia judía.

Las Tres Semanas constituyen una oportunidad para detener nuestra cháchara comunitaria, nuestras discusiones interminables sobre la moral y la supervivencia y la tradición y la innovación, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿este es el pueblo judío que queremos ser?

Basta de duelo por estar de duelo. Transformemos las Tres Semanas en un momento de sanación para los judíos.

 Traductor: Rodrigo Varscher

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