Cómo la declaración de independencia desembocó en un estado

banderaisrael2La Declaración de Independencia hace hincapié en la profunda conexión que existe entre el pueblo judío y la Tierra de Israel, pero es imprecisa en cuanto a las fronteras y al tipo de régimen. ¿De qué manera ha influido esta formulación en el carácter del Estado?

 Teodoro Herzl era muy consciente de la importancia de la Tierra de Israel para la religión e historia judía, y la mayor parte de sus esfuerzos tenía como objetivo lograr el establecimiento del Estado judío en Palestina. Pero también estaba dispuesto a considerar otras posibilidades: Argentina, África del Este. Si esas sugerencias hubieran sido aceptadas, es difícil que el sionismo hubiera podido desarrollarse como amplio movimiento nacional u obtenido la dedicación que requirió- y recibió- de sus pioneros.

Sin embargo, lo que es importante es la posición del principio que tomó el visionario con respecto a la relación entre entidad política y tierra.

Para Herzl, el Estado representaba una constelación de instituciones y normas, y una comunidad basada en la ciudadanía (y no en el origen étnico). El Estado es creación del libre albedrío y la intención humana, y como tal su importancia prevalece sobre la del territorio (la cual es resultado del azar histórico) en el que reside una nación.

"Es cierto que se concibe al Estado judío como estructura peculiarmente moderna sobre un territorio no especificado," escribió Hertzl en 1896. "Pero un Estado está formado no por trozos de tierra, sino más bien por una cantidad de hombres que se unen bajo un gobierno soberano. El pueblo es lo subjetivo, la tierra son los cimientos objetivos de un Estado, y la base subjetiva es la más importante de los dos." (Traducción: Dover Books, 1988, disponible en http://www.gutenberg.org).

Habitualmente, se dice que el centro del sionismo es el establecimiento de un estado para el pueblo judío: un organismo soberano en el cual los judíos ya no dependan de la compasión de otros. En este organismo, no serán objeto de ataque y la ley no se dirigirá en contra de ellos; podrán hacer realidad el noble valor de auto-gobernarse como judíos. De hecho, Yeshayahu Leibowitz dijo, en este espíritu, "Yo defino el sionismo así: estamos hartos con que los "goyim" gobiernen al pueblo judío."

Dos revoluciones

Sin embargo, aquí el tiempo funcionó como una combinación de lupa y espejo cruel, que nos mostró lo que no vimos por nostros mismos, o lo que vimos pero no entendimos. Porque, si realmente el sionismo es un movimiento nacional cuyo fin supremo es el de establecer un Estado, ¿por qué socava el primer principio de la teoría de un estado: el mantenimiento de esta misma entidad política?

¿Cómo puede suceder que, en nombre de gobernar los territorios que conquistó en la Guerra de los Seis Días, Israel renuncie a su carácter de Estado democrático del pueblo judío? (Recientemente, un informe escrito por un comité subordinado al juez Edmond Levy aseguró que esta situación puede perpetuarse legítimamente, dado que la Declaración Balfour estipula que Cisjordania es "parte del territorio que se destinó para que sirviera como hogar nacional del pueblo judío."). Podemos echarle la culpa a los colonos, a la negativa de los palestinos por transigir, a la ausencia de liderazgo de ambas partes. Pero éstas son explicaciones muy incompletas.


A menudo, los individuos se hacen daño a sí mismos. En cambio, se supone que el Estado tiene que ayudarnos a superar nuestras debilidades personales y permitir que se tomen decisiones más acertadas. De ahí la existencia de una esfera pública para discutir, en la cual podamos corregirnos unos a los otros y pensar en lo que es beneficioso y moralmente correcto, así como también las instituciones y leyes que son, en principio, impersonales y relativamente estables.

No obstante, si no es probable que el Estado del pueblo judío consiga la preservación de sí mismo y en el futuro se convertirá en otra cosa (un Estado de todos los ciudadanos, un Estado binacional, un Estado de variados distritos y comunidades), la explicación podría radicar en el hecho de que el sionismo combinó dos revoluciones, que aunque estén interconectadas, son esencialmente diferentes. Una revolución está asociada al lugar. El sionismo buscó un territorio en el que el judío tendría un hogar concreto del cual no sería desarraigado, donde su identidad estaría formada a través de la cultivación de sus sentidos perceptivos y de su adhesión a la naturaleza y al paisaje, en el cual el testimonio visible existiría por la existencia del hombre en forma de los ladrillos que colocó y el campo que aró.

La segunda revolución que fomentó el sionismo es de carácter político. La misma procura transformar al judío en un ciudadano independiente que tenga amor propio y responsabilidad por su destino. Aspira a establecer un mundo normativo y narrativo común entre los ciudadanos (un mundo que en parte toma de la tradición judía y en parte de la vivencia judía en la historia), y a avanzar ese mundo con la ayuda de las herramientas estatales; y observa la identidad humana como aquella que se basa en las palabras que intercambiamos en la esfera pública como ciudadanos.

Sin embargo, en el sionismo post-herzliano, la relación entre las dos revoluciones, o la que tiene prioridad, no permaneció clara en gran parte. En la práctica, la vaguedad y la confusión en el pensamiento político israelí, particularmente con respecto a la relación entre el Estado y la tierra, se reflejan en el documento más importante que se redactó desde el comienzo del resurgimiento nacional: la Declaración de Independencia de Israel. A primera vista, este documento coloca en el centro el establecimiento del Estado, un acto político de prominencia; efectivamente, el establecimiento del Estado queda casi absorbido dentro de una narrativa en la cual el Estado resulta de la conexión con la tierra.

La Declaración de Independencia comienza con las palabras: "Eretz-Israel (la Tierra de Israel) fue el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí alcanzó por primera vez la categoría de Estado, creó valores culturales de importancia nacional y universal y le dieron al mundo el eterno Libro de los Libros" (fuente: sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí). El texto pasa a explicar que los judíos fueron expulsados a la fuerza por los romanos, nunca cesaron de suspirar por la Tierra de Israel y siempre soñaron con regresar a ella.

Desde este punto de vista, el sionismo no es una ruptura en la historia, sino aparentemente, expresión de un aspecto permanente y estable de la historia judía, que se caracteriza por el movimiento, la división y el caos. La declaración también menciona el reconocimiento internacional del vínculo existente entre el pueblo judío y su tierra (Declaración Balfour, Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947). El documento indica que habitar en la Tierra de Israel constituye tanto las bases necesarias como la fuente de todas las otras esferas de la existencia y creatividad judías: la vida espiritual, religiosa, cultural y estatal. A diferencia del énfasis puesto en la Tierra de Israel y en el intento por exponer una inquebrantable adhesión entre el pueblo y su tierra, es recién en la mitad del documento donde se estipulan los principios político-conceptuales del nuevo Estado. De este modo, el Estado de Israel "estará basado en la libertad, la justicia y la paz, tal como fuera imaginado por los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos sociales y políticos a todos los habitantes independientemente de la religión, raza o sexo; garantizará la libertad de religión, consciencia, lengua, educación y cultura."

Esta breve declaración es de gran importancia, dado que demuestra armonía entre los valores judíos y el lenguaje de los derechos liberales; incluso uno podría llegar a decir que está comprometida con estos derechos al confiar en una especial interpretación de la tradición judía-profética. La Declaración de Independencia no menciona la religión musulmana ni los valores culturales del pueblo palestino, pero sí afirma valerosamente un compromiso con los valores universales e igualitarios, y esto en medio de una guerra entre los pueblos que debían componer la comunidad de ciudadanos. A la vez, es desconcertante que todo lo que tiene para decir este documento, relativamente extenso, acerca del carácter del Estado y del significado de ciudadanía en el mismo, cuyo propósito es el de declarar la independencia política, se expone en uno o dos renglones. Sin embargo, el problema reside no solamente en la jerarquía establecida en la Declaración de Independencia entre la tierra y el Estado, ni en la descripción básica de los ideales que deben orientar la nueva creación política. El problema radica en que el documento evita realizar dos declaraciones que de hecho fueron consideradas en las primeras versiones: una acerca de los límites del Estado y otra acerca del carácter democrático.

La Declaración de Independencia evita especificar los límites del país, aunque se establecieran en la resolución de la partición de las Naciones Unidas, en la cual se basó todo el proceso de independencia. (La recomendación de no demarcar los límites, hecha por los expertos legales que redactaron el documento, fue apoyada por David Ben-Gurión y otros). Ni tampoco estipula que Israel sería un Estado democrático, aunque una de las primeras versiones (redactada por
Zvi Berenson) exigía el establecimiento de un "Estado libre, independiente y democrático en la Tierra de Israel." La exigencia de ser un Estado democrático también aparece en la Resolución 181 de las Naciones Unidas. (El Prof. Yoram Shajar, del Centro Interdisciplinario de Herzlia, ha escrito varios estudios sobre todas estas versiones diferentes.). En otras palabras, los dos temas más importantes de la agenda (la escala del proyecto en términos de tierra y territorio, y el carácter del régimen de la nueva creación política) quedaron imprecisos por elección en la Declaración de Independencia. Y dado que el texto recalca la profunda conexión entre la Tierra de Israel y el pueblo de Israel pero no especifica los límites, y debido a que declara el establecimiento de un Estado pero no estipula categóricamente el carácter del régimen, se crea un vacío peligroso. Ese vacío permite la existencia de interpretaciones que exigen el asentamiento en y el dominio sobre toda la Tierra de Israel y el anclaje de la identidad judía en ella. Para eso, podría haber disposición, si se la necesitara, para disminuir el peso de los valores democráticos y la idea de auto-gobernarnse.

Una cucaracha en una botella

Hasta 1967, la tensión entre el sionismo como colonización y como integración en el lugar físico y el sionismo como vida soberana en un Estado judío democrático e igualitario estuvo, por lo general, oculta. Desde la conquista y ocupación de los territorios, Israel se ha comportado como una cucaracha drogada dentro de una botella, sacudido en el mar de sus sueños contradictorios. La violación de la democracia en nombre de la identidad protegida in situ toma muchas formas. Se manda a los niños israelíes a que visiten la Tumba de los Patriarcas con el fin de que afinen la necesidad de que se gobierne en Jebrón, mientras que a la vez se restringe la libertad de expresión al prohibir pedidos de boicotear los asentamientos y sus productos.

La Línea Verde está ausente de los libros de estudio, y se acuerda la legitimación para gobernar toda la Tierra de Israel, al mismo tiempo que se amenaza a las ONG, que luchan contra las violaciones a los derechos humanos, con ser investigadas. Los ejemplos son conocidos, pero es una cuestión de principio fundamental y puede entenderse comparándola con el caso estadounidense.

El discurso más conocido de las historia de los Estados Unidos es el que transmitió Lincoln en Gettysburg en 1863. Tal como lo vio Lincoln, la Guerra Civil fue el resultado del intento por hacer realidad ideales que se expresan en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la cual, a propósito, la tierra se menciona una sola vez; el documento estadounidense fue un punto de partida para los que dieron el marco a la Declaración de Independecia de Israel. Según esos ideales, la nación estadounidense está destinada a satisfacer la creencia de que todos los individuos son creados iguales en términos de derechos.

A esta altura, a los ojos de Lincoln, la guerra no se trata de un territorio y de recursos de los estados sureños, ni del derecho de los estados de la Confederación a separarse de la unión. Ni tampoco se trata de abolir la esclavitud propiamente dicha. En realidad, se trata de una idea política, la cual no es nada menos que la piedra fundamental del establecimiento de los Estados Unidos, a saber: "gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la tierra." Según Lincoln, la democracia no es compatible con una situación en la que dos tipos de individuos habiten el mismo territorio: uno compuesto de aquellos que gozan de plenos derechos políticos y civiles y que son capaces de determinar su propio destino por medio de un gobierno que es sólo de ellos; y un segundo tipo compuesto de aquellos sin derechos y sujeto a la arbitrariedad de sus amos. Sin comprender esta idea (la de que todos son iguales), la democracia no existe, y punto.

Sin embargo, la situación en el territorio entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán es una en la que hay dos formas de gobierno (militar y civil), dos sistemas jurídicos y judiciales, y parecería que también, dos tipos de individuos. Si en la Declaración de Independencia de Israel figurara un compromiso con la idea democrática como la de Lincoln (sosteniendo que la autodeterminación de todos los seres humanos como tal es el valor supremo, y que no sólo todos los ciudadanos son iguales sino que también todos los individuos, ciertamente aquellos que habitan el mismo territorio), la ocupación no necesariamente se habría prevenido, pero el engaño a nosotros mismos habría sido más difícil.

En los Estados Unidos, todo escolar se aprende el discurso de Lincoln de memoria. En Israel, hasta se descuidan la Declaración de Indepedencia y los débiles principios políticos. En lugar de textos que traten sobre ideales colectivos, a nuestros hijos se les enseña canciones sobre lugares: desde "Jerusalén de Oro" hasta "Oh, Mi Kineret"; desde el "Mar Muerto y Azul" hasta "Las Colinas del Golan"; desde "Noche frente a Gilead" hasta "La Luna blanqueará la cumbre del Monte Jermón". Es una lista larga.

El poder del lenguaje

He aquí que debo confesar: la sensación del lugar también se implanta profundamente dentro de mí. Escribo esto en la casa que construí en el moshav (aldea cooperativa) en el que nací, cerca de Jerusalén. Construí mi casa en un sitio desde el que puedo ver por la ventana los lugares preferidos de mi infancia. A veces, siento que me muevo en un tiempo cuasi-cicular, tal como la ideología sionista, entre la temprana juventud y el presente, que conviven en un tiempo que se entreteje uno con el otro.

Veo el valle donde andaba a caballo con mis amigos casi todos los días, a pelo, como los indios que admirábamos. Como oriundos de la Tierra de Israel, a veces andábamos a caballo descalzos y parados, o sentándonos a espaldas de la cabeza del caballo. En aquellos días, me caí muchas veces, por lo que conozco el sabor de la tierra, dónde es blanda y dónde es dura. No fue sino hasta después de muchos años que empecé a pensar en los fellahin, quienes vivieron aquí antes que yo, la aldea cercana, y quienes también conocieron el sabor de la tierra, algunos de los cuales lo llevan consigo hasta el día de hoy. La inocencia del lugar se perdió con la pérdida de la infancia, y sé que aquí creció el dolor de otros, entre los olivos y los pinos. No obstante, como judío israelí, poseo aparentemente la legitimidad y la confianza para anclar mi identidad y mi memoria en un espacio específico, algo que el judío diaspórico, que a menudo es un errante en potencial o en la práctica, no podría hacer fácilmenete.

Lo que ha sucedido en Israel desde la Guerra de los Seis Días puede describirse de la siguiente manera: la revelación de la existencia humana, anclada físicamente, y la verdadera felicidad contenida en ella, desvían nuestra atención como nación originada del descubrimiento del sionismo, el cual prevalece sobre esa existencia. Ese descubrimiento político, en el que se han explayado varios filósofos, desde Aristóteles hasta Kant, desde Rousseau hasta Arendt, consiste en la capacidad de los individuos como ciudadanos de forjar una vida pública común que represente la libertad humana y las elecciones morales, y la capacidad de vivir de acuerdo a las normas que ellos mismos formaron. Paulatinamente, la lucha sobre la Tierra de Israel-Palestina se convierte en un conflicto entre dos comunidades que tienen dificultad en preservar o crear un Estado y una identidad basada en la ciudadanía, mientras que a la vez se permite que la memoria colectiva y personal basada en el lugar los ciegue.

Aún no hemos decidido cuál es el fin supremo de nuestra vida soberana. ¿Nuestro fin es, ya sea debido a la fe, la codicia o el miedo, extender la parte de la antigua y sagrada tierra en la cual los judíos puedan asentarse e integrarse, y hacerlo bajo casi cualquier circunstancia, incluso al precio de arriesgar la desintegración del Estado y/o la pérdida de su carácter moral? ¿O no será nuestra meta central la auto-emancipación y auto-determinación (en el espíritu de León Pinsker), a saber, la plena expresión de nuestra capacidad humano-política por medio del establecimiento de un Estado democrático que fusione los valores del judaísmo y el liberalismo, el Estado del pueblo judío y de la minoría que reside en él, que ve la tierra principalmente como un medio en el que se tiene vida política compartida?

El famoso erudito de Cabalá Gershom Scholem escribió en 1926: "Una lengua se compone de nombres. El poder de la lengua está unido dentro del nombre, y su abismo queda sellado dentro del nombre. Al haber evocado los nombres antiguos días tras día, ya no podemos reprimir sus potencialiades. Las hacemos despertarse, y se manifiestan por sí mismas, ya que las provocamos con muchísimo poder" (traducción de Chowers, "La Filosofía Política del sionismo").

De hecho, parece que a algunos de nosotros, por lo menos, nos cautiva el poder de los nombres de lugares antiguos, y la lengua domina a las personas en vez de que exprese la libertad de forjar su propia realidad. Pero por encima y más allá de esto, el sionismo fue y sigue siendo una apuesta peligrosa: una vuelta a tiempo a las fuentes de la nación hebrea ayudó a articular una identidad nacional y a liberar energías acumuladas, (no menos) sublimes, pero también jugó con la evocación de otros temas de nuestro pasado antiguo, tales como los regímenes no democráticos, la centralidad de los sacerdotes y los clérigos, y la falta de una tradición que integre a otros no judíos.

No usamos nuestros 2000 años de exilio para establecer una tradición democrática significativa, ni tampoco habríamos podido hacerlo así. Por otro lado, a veces parece como que nuestro pasado remoto hubiera vuelto a perseguirnos. Nuestro pleno Día de Independencia será el día en el que seamos capaces de observar ese pasado en fría amistad y finalmente podamos poner el lugar en su lugar.

Fuente: Haaretz.com

Traductor: Rodrigo Varscher


Eyal Chowers es autor de "La Filosofía Política del sionismo: Cambiar palabras judías por una Tierra Hebraica", publicado por Cambridge University Press en 2012

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos