Únicamente la existencia de múltiples Grandes Rabinos garantizará la libertad religiosa en Israel

stavokDentro de alrededor de un mes, 150 rabinos y representantes de la opinión pública deberán votar sobre el futuro del Rabinato de Israel, debiendo elegir ostensiblemente entre mantener el status quo actual u optar por un líder ortodoxo de mente más abierta y sensible a la población.

 Más que cualquier otra institución en el Israel moderno, el Rabinato es el producto de un acuerdo miope e inmoral entre los ciudadanos judíos religiosos y seculares del país para definir la relación entre el Estado y la religión en la sociedad israelí. Cuando se fundó el Estado, había principalmente dos corrientes judías en Israel, la religiosa y la secular, siendo secular totalmente intercambiable con "no religioso". Dado que el judaísmo es una religión, el significado de esta dualidad determinó que la sociedad israelí se dividiera entre aquellos que se preocupaban por el judaísmo y aquellos que no, aquellos para quienes ser judío era una identidad religiosa, y aquellos para quienes ser judío, o en ciertos casos israelíes, era una identidad nacional.

 El acuerdo negociado entre las partes fue que los religiosos estarían a cargo de la religión y que los no religiosos recibirían básicamente la ventaja de verse liberados de la religión, con la excepción de unas pocas situaciones, donde esta libertad sería limitada (por ejemplo, en el ámbito del matrimonio), pero que a cambio recibirían una recompensa adecuada bajo la forma de apoyo en una coalición.

La libertad de religión sería básicamente la herencia exclusiva de la población no judía de Israel y de los judíos ortodoxos, todos quienes recibirían el apoyo del Estado para sus ideologías y prácticas religiosas. Los no religiosos no tendrían libertad de religión, pero ya que se autodefinían como no religiosos, era una libertad que sentían como innecesaria y que no les haría falta.

En comparación con el modelo de relación entre el Estado y la religión de los Estados Unidos, tal como se indica en la Declaración de Derechos, la democracia de Israel es profundamente defectuosa. La institución del Rabinato viola tanto las cláusulas de la Constitución como las del Libre Ejercicio que la Primera Enmienda instituye como algo tan fundamental para la libertad religiosa y la sociedad civil democrática. Estas cláusulas no insisten en la separación entre Estado y religión, ya que los Estados Unidos son una nación "bajo Dios", pero el gobierno no inhibirá el derecho inalienable de todo individuo a seguir su propia conciencia religiosa, ni establecerá una denominación religiosa preferida en particular como la religión oficial del país.

Al colocar la institución del Rabinato en manos de los ortodoxos, Israel estableció la ortodoxia como el judaísmo oficial de Israel, y le dio el control sobre las cuestiones de matrimonio, divorcio, y conversión, limitando así el libre ejercicio de la religión en esas áreas que entran dentro del ámbito de su autoridad.

Independientemente de quién sea elegido como el próximo Gran Rabino de Israel, el error fundamental inherente a la propia institución y el daño que causa a la fibra democrática y judía de Israel persistirán. No hay duda de que el Rabino Stav de Tzohar sería un rabino ortodoxo más amistoso que se asegurará de que la ley ortodoxa sea administrada de una manera más sensible y amigable para los usuarios. Combatirá la creciente opción de renunciar a las ceremonias regidas por el Rabinato ofreciendo un producto ortodoxo más atractivo. Al final de del día, sin embargo, persistirá únicamente un producto ortodoxo, y, como tal, independientemente de su habilidad y sus buenas intenciones, un producto defectuoso.

La sociedad israelí ha sufrido transformaciones importantes en sus 65 años. Ya no somos una sociedad bifurcada a lo largo de líneas religiosas y seculares/no religiosas. La gran mayoría de los israelíes seculares no son simplemente judíos en un sentido nacional, sino judíos en un sentido religioso. Aunque la sinagoga sigue siendo una institución que no sirve a las necesidades de la mayoría de los judíos seculares, el ritual, el calendario, los valores, la cultura, e incluso algunos estudios judíos se han convertido en parte integral de la vida de la mayoría de los judíos. Incluso los ortodoxos en Israel están lejos de ser un grupo monolítico. Dejando a un lado los ultra-ortodoxos, que por cierto, quieren controlar el Rabinato pero no lo usan ni aceptan como una autoridad en sus propias vidas, y cuyas instituciones extra-rabínicas reciben aprobación no oficial del Rabinato oficial, el resto de la ortodoxia en Israel es profundamente diversa y está repleta de matices e innovaciones mucho más grandes que sus contrapartes norteamericanas.

Sin embargo, a diferencia de sus contrapartes norteamericanas, ortodoxos y liberales por igual, los israelíes todavía tienen que aplicar sus compromisos individuales a un sentido auto-identificado de derechos religiosos, a una libertad de religión en sus vidas personales y públicas. Y así, ellos también votarán para elegir al próximo Gran Rabino ortodoxo de Israel, un voto que podrá mejorar la estabilidad de la coalición, pero que continuará dañando su libertad religiosa y su expresión religiosa.

La naturaleza de Israel como patria del pueblo judío puede perfectamente otorgarle preferencia al judaísmo como parte del patrimonio nacional de la mayoría de sus ciudadanos, a la vez que protege la libertad de religión de los israelíes no judíos. Los judíos de Israel podrán ser un solo pueblo "unido bajo el judaísmo", pero es precisamente por eso que necesitamos una cláusula constitucional rigurosa que modifique la Ley Básica de la Dignidad Humana y la Libertad que asegure que ninguna denominación o corriente judía sea establecida como la religión judía preferida del Estado.

Israel como la patria del pueblo judío invita al judaísmo, a su cultura, idioma, calendario, valores e ideas a entrar en la esfera pública y dar forma a la naturaleza de nuestra vida pública. Lo hace, sin embargo, no porque la ley judía sea vinculante dentro de los límites de un estado judío, sino porque refleja los valores y la herencia de las personas que constituyen la mayoría de la nación.

Este pueblo, sin embargo, no vive vidas judías monolíticas, ni tampoco concuerda sobre la naturaleza de la ley judía ni su autoridad. El único judaísmo que puede reclamar un lugar en la patria del pueblo judío es un judaísmo que refleje esta diversidad y desacuerdo. Israel, como Estado judío y democrático, puede tener un Rabinato patrocinado por el Estado, así como tribunales cristianos, musulmanes y drusos patrocinados por el Estado. No puede, sin embargo, permitir que ninguna de estas instituciones sea definida y controlada por una sola corriente, ni otorgarle autoridad sobre quienes optan por ejercer sus derechos de libre elección de otras opciones.

El próximo mes no necesitamos votar la identidad del próximo Gran Rabino ortodoxo de Israel sino las identidades de los próximos Grandes Rabinos de Israel, rabinos que se asegurarán de que los judíos de Israel también tengan derecho a la libertad de religión.

En el pasado, los judíos seculares estaban dispuestos a renunciar a sus derechos judíos en el altar de una coalición que sirviera a la política exterior de Israel y a las necesidades de seguridad. Nuestra nueva coalición, ha iniciado una nueva era en la vida moderna de Israel, una era en la que una coalición no se forja en torno a un consenso sobre la política exterior, sino en torno al consenso de que el futuro de Israel depende de la naturaleza de nuestra sociedad, de sus valores y de la equidad económica. Ahora es el momento para la nueva coalición y por cierto para que el nuevo Israel dé un paso adelante y siente las nuevas bases y significados para Israel como Estado judío y democrático. 

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