¿Hombre madre?

• ¿Por qué encerrar y tapar a las mujeres, que no hacen ningún daño y dejar sueltos y descubiertos a los hombres? ¿Acaso se encierra a los sanos y se suelta a los locos?

• En 1905, ésa es la interrogación que abre la feminista bengalí Rokeya Sakhawat Hussain en su relato “El sueño de la sultana”. El mismo se considera, hoy, un símbolo en la literatura musulmana de habla femenina.

• El cuento se inicia con una imagen tradicional. Bajo su velo, una princesa duerme en su zenana. (La palabra persa zenana significa espacio de las mujeres). En medio de su sueño, aparece una dama de identidad incierta, quien la guía a lo largo de un país utópico.

• Al modo socrático, las dos mujeres pasean dialogando. Connotan, así, que un mundo de influjo femenino sería horizontal, sin jerarquías. A través de esa conversación, desembocan en las imágenes culturales de los sexos. Aunque hasta cierto punto ingenuo, el proyecto de género que plantea Rokeya se está discutiendo hoy.

• Las interrogantes emergen cuando la sultana se da cuenta que está afuera con la cabeza descubierta. En seguida observa que, por la ciudad, transitan únicamente mujeres, todas destapadas. De ese modo, los cabellos al aire se yerguen en signo del predominio femenino. 
• Las desenvueltas han fundado el Reino de las Damas, en el cual desarrollan su propia cultura. Así, a comienzos del siglo XX, Rokeya plantea la existencia de dos civilizaciones, masculina y femenina. Las mismas subyacen bajo cualquier tradición oficial. En el Reino de las Damas, las mujeres logran resignificar su cultura. En consecuencia, los hombres no pueden plantear su identidad de acuerdo con la civilización masculina tradicional. Así, emergen varones nuevos.

•  Los planteamientos de tales mujeres son semejantes a los que desarrollan los expertos en comunicación de la escuela de Palo Alto, a partir de la década de los 50. Como los personajes femeninos inventados por Rokeya, los investigadores de Palo Alto señalan la existencia de dos culturas subterráneas. Cada una tiene sus propias imágenes, más o menos fijas. Pero si alguien altera los significados masculinos o femeninos, el sistema íntegro tiene que cambiar. 

•  Así, en el Reino de las Damas, los valores viriles de la fuerza y la guerra caen en desuso. Frente a un ejército que amenaza al Reino, las damas no lo repelen. En cambio, desarrollan estrategias comunicacionales que confunden a los guerreros en su masculinidad misma. Desconcertados, éstos se retiran sin pelear. Tradicionalmente, la debilidad física de las mujeres se considera como una característica inferior. Sin embargo, en ese relato, la fragilidad se asocia con el desarrollo de habilidades superiores a la fuerza. Así, según Rokeya, la cultura femenina se vincula con la paz. Despreciadas hasta entonces, se expanden aquellas actividades que se relacionan con la armonía. Las artes textiles y la floricultura se convierten en apreciadas destrezas de uso público. En consecuencia, aquella que permanece bajo el velo, en el interior de la casa, no cumple con sus deberes de madre, esposa y ciudadana. Al contrario, distorsiona la naturaleza misma de la femineidad, que consiste en custodiar la concordia.
 
• ¿Dónde está el hombre?
 
• ¿Qué papel se adjudica al hombre en ese Reino? Los varones viven en la mardana, una palabra inventada por Rokeya a partir del vocablo urdú mard: hombre. Ese es un espacio física y psicológicamente interior. En él, el varón  descubre sentimientos que las antiguas convenciones habían reprimido. Así, experimenta lo que es enternecerse, cuidar y responsabilizarse por la salud afectiva de su familia. Cubierto por el velo, en el seno del hogar, el varón aprende a elaborar sabores y perfumes, explorar  detalles, crear micromundos. Como consecuencia, la imagen de la violencia asociada con la masculinidad se desvanece.

• Así, según Rokeya, el velo viril se transforma en signo de una nueva identidad. El hombre que manda y pelea se transmuta en el hombre que cría.  Así, para la mujer lo mismo que para el varón,  el velo masculino connota alivio, ya que la  masculinidad tradicional es demasiado pesada. De ese modo, su resignificación invita a explorar posibilidades sexuales y culturales. En consecuencia, el relato de Rokeya anticipa la crisis de la identidad masculina, hoy.
 
• El hombre es superior
 
Una mujer no nace. Se hace. Tal es el inicio de El segundo sexo, el ensayo que Simone de Beauvoir publica en 1949. La cultura asocia  a la virilidad con imágenes de coraje, ímpetu, empresa, sostiene Beauvoir. En algunos aspectos, el varón tiene ventajas sobre la mujer. Puede defender sus ideas con sus puños. La mujer, en cambio, está limitada por su debilidad. Así, se considera que el destino femenino está inscripto en su biología. Por naturaleza,  la mujer es madre.
Pero, dice la filósofa, nada en la cultura viene de la naturaleza. En la medida en que logre su re – presentación cultural, la mujer también  podrá reivindicar para sí las imágenes de aguerrida, emprendedora, arriesgada.

• Por un lado, Beauvoir idealiza la figura masculina tradicional. Así, nada  dice de las ambigüedades y conflictos de ser varón. Al mismo tiempo, la pensadora mutila la imagen viril al disociarla de la ternura. Beauvoir tampoco analiza la relación entre un hombre y sus hijos.
     
• Sin ternura
    
• En el poema Farewell (Adiós, 1923), Pablo Neruda dice: Desde el fondo de ti y arrodillado un niño triste como yo nos mira. Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que atarse nuestras vidas… Yo no lo quiero, Amada…Yo me voy…  Desde tu corazón  me dice adiós un niño. Y yo le digo adiós.  
• En ese texto, la identidad masculina se representa como ajena al parentaje.

• En su cuento “Colinas como elefantes blancos” (1927), Ernest Hemingway plantea significados similares. Ambientado en Africa, el relato muestra a una pareja mientras espera un tren. Como si fueran representantes de la humanidad, los personajes permanecen innominados. Ella mira las colinas a lo lejos y las compara con elefantes blancos. Así, preve su cuerpo de grávida, grande como un elefante y lleno de esperanza como la blancura. El hombre le dice que jamás vio un elefante de ese color.

•  El relato queda abierto. El parentaje aparece como un obstáculo para el desarrollo de la masculinidad. Tal imagen se repite varias veces en la literatura de Hemingway, quien recibe el premio Nobel en 1954.
 
• El hombre que cuida
 
• Diez años más tarde, en Japón, Kensaburo Oé publica su novela Una cuestión personal. Bird, el protagonista, es un joven escritor que quiere irse a Africa, como Hemingway. Pero la gestación de su esposa se lo impide. Bird vive en una época donde lo masculino y lo maternal empiezan a aliarse. Así, asiste al alumbramiento, que revela un bebé minusválido. Sin que lo sepa la madre, Bird lo lleva a un médico, para una eutanasia. Sin embargo, a último momento, lo rescata. Codo a codo con su mujer, cría al niño, que logra mejorar.
Una cuestión personal es una novela autobiográfica. La misma es decisiva para que se conceda a Oé el premio Nobel en 1994. Ese galardón, de significado internacional, parece confirmar la idea del hombre vinculado a la maternidad que, en el relato de la Sultana, se significa a través del hombre velado.

•  Súbitamente, el sueño de la Sultana se desvanece. Otra vez bajo el velo. Otra vez dentro de la zenana. Parecería que, al cuestionar la identidad de los sexos, la narradora llegara a un sitio demasiado inquietante para continuar. Sin embargo, casi un siglo después, las investigaciones sobre lo masculino traen a luz otros significados vinculados con el varón. Estos estudios señalan que, a lo largo del siglo XX,  las mujeres logran significarse como profesionales, científicas y gobernantes. Pero muchos hombres no consiguen apropiarse de ciertas cualidades femeninas,  la más importante de las cuales sería la maternidad. Ya en 1954, en El macho envidioso, el psicoanalista Bruno Bettelheim muetra el deseo masculino (culturalmente reprimido) de identificarse con la imagen materna. Tanto en el discurso de sus analizantes como en las sociedades llamadas primitivas, Bettelheim percibe el deseo de asociar las representaciones de virilidad con las de maternidad.

• En 1992, aparece XY. Identidad masculina. La autora, Elizabeth Badinter, plantea que, después de pasar nueve meses en un vientre femenino, el hombre y la mujer inician su vida como mujeres. La cultura le concede a la niña el privilegio de continuar su identificación con la madre. Más conflictivamente, sobre la femineidad inicial, el hombre debe edificar su masculinidad. Por debajo del varón duro, ritos y costumbres, novelas y películas muestran el fondo femenino que atormenta a algunos hombres heterosexuales. En canbio, otros relacionan su hombría con la sensibilidad, el cuidado y la ternura. El libro termina con el planteamiento de una expectativa:

• Hoy en día, obligados a decir adiós al patriarca, los hombres deben reinventar el padre y la virilidad que la peternidad comporta. Las mujeres, que observan a esos mutantes con ternura, contienen la respiración.   
Con la ayuda de dos hombres, su marido y su hermano, Rokeya dedica su vida a la educación de las mujeres y a la lucha por sus derechos. No obstante, permanece siempre con la cabeza cubierta.


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