El viaje y la casa

“Para el nómada el trayecto de su viaje no es trasladarse de un sitio a otro: es la repetición de un gesto fundacional” (Franco La Cecla)

Las diferentes culturas y sensibilidades valoran el VIAJE de acuerdo a su historia y a su MEMORIA. Quien deja su casa y las seguridades que en ella existen, queda perdido, porque la casa es el centro de la realidad. La casa impide la fragmentación, la separación de la realidad, es el REFUGIO. Sin casa y sin tierra no hay Viaje ni MEMORIA.

Nuestra memoria está hecha de una memoria infinita y colectiva, está hecha de nuestras “pequeñas” memorias, de fragmentos que dibujan el MOSAICO VIVO de nuestra existencia.
Viven en nosotros algunos vínculos profundos que forman nuestra IMPRONTA: la madre, el padre y el territorio…
Sin madre no hay viaje ni memoria, quien nos generó y la Madre Tierra, se convierten en la fuente de todos los viajes y de todos los REGRESOS.
Volver a la propia tierra, volver a la madre, es regresar, es beber en la fuente de nuestros ORÏGENES.

Perderse y quedarse a la deriva

El miedo a perderse y el perderse nos deja en una suerte de deriva existencial. Cuando nuestra realidad se ausenta, es como si se rompiese el tejido de relaciones y significados fundamentales que nos identifican. Debemos REFUNDARNOS a partir del nuevo territorio.
Determinados mitos y ritos de la vida cotidiana ya no sirven,” refundarnos” en una  nueva tierra equivale a un nuevo nacimiento. Crecer y madurar significa liberarnos de todas las consecuencias dramáticas del PERDERSE.
En la nueva tierra no existen nuestros guías en el laberinto de la vida, el “Vértigo Territorial”, del que habla La Cecla citando De Martino, nos amenaza y nos ahoga.
Walter Benjamín, en sus escritos autobiográficos  deja muy claro el problema: “No saberse orientar en una ciudad, no quiere decir mucho, pero perderse en ella, como si nos perdiéramos en una selva, es algo que tenemos que aprender. Los nombres de las calles deben sonar en los oídos del vagabundo como el crepitar de las ramas secas y las callejuelas internas le deben reflejar y guiar nítidamente, así como las horas en la montaña, las horas del día”.

El lento adaptarse y la progresiva creación de nuevos vínculos, tendría que llevarnos a crear referencias territoriales en el laberinto extranjero: “Perderse significa, perderse respecto a un contexto. Es por lo tanto el cambio, o el cortocircuito de un proceso cultural, el desvanecerse de la atención al mundo que nos rodea.
Digamos que no siempre ha tenido esta dimensión frustrante  o fue un síntoma de desencuentro.
En las culturas dónde era esencial la relación con el propio territorio vital y en las que todavía continúan manteniéndolo, perderse es un acto pleno de significado. Se le da importancia y peso; no es sólo un error o una forma de torpeza.
En las culturas como las nuestras, se atribuye siempre menor importancia a la dimensión específica de estar y de ser de un lugar.” (Franco La Cecla).

Las mitologías personales y colectivas pueden dar un sentido “prestigioso” a la inadaptación y a las pérdidas. Pensemos en los hermanos De Chirico, defendiéndose de la pérdida del padre y de su tierra por medio de la expresión artística. Los numerosos cuadros en los que representan “La partida de los Argonautas”, colocan a Giorgio De Chirico y  Andrea (Savinio) máscaras mitológicas que les permitán enfrentar los lutos y las pérdidas a partir de un sentido antiguo y trascendente. Dejan Grecia para iniciar un viaje que los colocará en el centro de la vida artística europea y de sus vanguardias.
Leamos con atención las palabras de Savinio: “¿Por qué me daba miedo? Lo usual es que me de miedo mirar atrás por alguna razón moral. Para que no se apodere de nosotros la inmovilidad. Para no acabar como la mujer de Lot, en estatua de sal.
Pero ya no por esta razón… Triste fue la partida de la ciudad nocturna. ¿Por qué partir? Había decidido pasar ahí mi vida. Ninguna añoranza me llamaba a otro lugar. ¿Para qué buscar nuevas aventuras?...
Pensaba en el mar al que daba la ciudad de los Argonautas: abierto, tentador y que invita a navegar…
Nosotros los hombres de memoria pura, de conciencia inmaculada, nosotros somos los únicos que podemos entender cuán estúpida, cuán inmoral es la invocación del hombre común: “Repetir la infancia, etapa despreocupada de la vida…”
Infancia: a ti, ingrato campo de batalla sin honor, los hombres conscientes no te recordamos con nostalgia.
Nuestra memoria no te desea: te rehuye. No te invoca: te repudia…
¿Por qué se prohibirá tan estrictamente que haya una vida que sea “continuación” y “consecuencia” de la infancia?...
Dice la diosa: -Los Argonautas se han ido.
Su voz tiene una dulzura inusitada. Su mano se posa suavemente en mi cabeza.
Accedo a la invitación irresistible.
Cuando resurjo de su abrazo, brillan encima de mis ojos de mi querida madre.”

Marc Chagall, aparentemente diferente por cultura y origen, a los hermanos De Chirico, vive sus duelos de manera similar, además comparte con ellos el gusto por la literatura, la poesía y la memoria nostálgica. Todo esto expresado claramente en sus cuadros y en su magnífica autobiografía.
Comparte con ellos París y la amistad del poeta Apollinaire que marcará la vida y la obra de los tres artistas.

Existen en la autobiografía de Giorgio de Chirico, otras claves que de alguna manera confirman nuestra reflexión: “…Mientras tanto en París desaparecían amigos y conocidos, tragados por la guerra uno tras otro. Apollinaire se había precipitado a enrolarse, pero lo hizo no tanto por amor a Francia, como muchos creen ingenuamente, sino porque él tenía orígenes muy complicados y oscuros. Era de origen polaco, su madre era polaca, pero había nacido en Italia, en Roma. Parece que su padre era italiano. Había pasado su infancia en el Principado de Mónaco y la juventud en Alemania, estableciéndose finalmente en París. El anhelaba pertenecer a un país, a un pueblo y tener un pasaporte en regla…
Muchos sienten esa especie de pudor y de vergüenza de haber nacido en un país teniendo la nacionalidad de otro. Muchos tienen ese pudor y también mi hermano y yo lo tuvimos entonces. Pensamos ingenuamente que acudiendo voluntariamente a la llamada de las armas en Italia, para cumplir nuestro deber, como suele decirse, habríamos cambiado alguna cosa…
Apollinaire murió el día del armisticio, luego para él fue inútil el gesto de combatir por Francia…sus complejos orígenes hubieran permanecido y nada los habría podido borrar.”

La identidad y la máscara se ponen en juego en el mismo momento de la partida hacia nuevas tierras. Nada evita el sufrimiento y la soledad, no existen ideales culturales, políticos o religiosos que nos protejan de las consecuencias del desarraigo. El desesperado llanto de Ulises pensando en la Itaca lejana es el mismo llanto que se repite en la vida de todo exiliado o emigrante. Sólo los pueblos nómadas se “salvan” de este sufrimiento, pero igualmente conservan espacios o lugares míticos que son referencia trascendente y residencia de lo inefable, lugares del alma que se convierten en refugio y en territorio de la identidad cultural. Conceptos tan arraigados como los de patria, país, nación, y propiedad privada, amenazan la vida de las poblaciones nómadas, se nacionalizan las montañas, los desiertos y las selvas, se siguen fragmentando los territorios y manipulando la memoria de los pueblos. El reciente conflicto Yugoeslavo fue la temible repetición de los horrores de la segunda guerra mundial, las heridas se vuelven a abrir en nombre de “nobles ideales”.

En Europa, desde hace muchos años se utilizan en todos los ambientes conceptos trágicos como comunitario y extracomunitario,  que podría significar humano o extrahumano, civilizado o bárbaro. Pero nadie se interroga sobre el valor de las palabras y sus secretos significados. El Viaje Transformador se detiene y pierde significado cuando nos acostumbramos a la “normalidad” de la exclusión y a la ausencia de Memoria. Las palabras siguen siendo piedras, con peso y sustancia. Pintarlas, colorearlas y adornarlas nos les quita la amenaza que late en ellas.



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