Las palabras nunca me harán daño

Como judíos se nos enseña el poder de las palabras. El mundo es creado por medio de palabras y puede ser destruido por medio de expresiones odiosas y dañinas.La tradición judía enseña que el dicho

"Sticks and Stones will break my bones, but words will never harm me" es una mentira. Se nos enseña a tener cuidado con nuestras palabras y el daño que pueden causar. Avergonzar a alguien con palabras es parecido al asesinato, y a la inversa la tzedaká es más completa cuando consiste no solamente de ayuda financiera sino que es acompañada con palabras suaves y amables.

La historia judía y la experiencia en la Diáspora también nos han enseñado el poder de las palabras.El antisemitismo casi siempre comienza con las palabras que se dicen.Pogrom tras pogrom fue encendido por palabras insensibles, malvadas, y a veces simplemente tontas. Como un pueblo impotente aprendimos que las palabras pueden tener consecuencias terribles y que las amenazas vanas pocas veces son vanas. Al igual que a menudo ponemos cercas legales alrededor de nuestro comportamiento para evitar que tan siquiera nos aproximemos a un acto prohibido del mismo modo exigimos que se pongan cercas de precaución alrededor de las palabras odiosas debido al miedo que sean las catalizadoras de una acción destructiva contra nosotros. La historia judía nos ha enseñado que tales precauciones son necesarias.

Como un pueblo impotente, nuestro modo preferido era que nadie hablara de nosotros en absoluto.Aún las alabanzas podían generar malas consecuencias, porque la raya entre la admiración y los celos es profundamente delgada.Hasta cuando nos prestan demasiada atención la caracterizamos como antisemita.

La cuestión fundamental es como nuestro retorno al estatus de estado y poder cambian la anterior ecuación.Para muchos, especialmente para algunos que no viven en Israel, esto genera una profunda angustia y malestar psicológico.Tener poder y ejercerlo es ocupar espacio y atraer la atención. La soberanía que conlleva el control de un lugar en particular hace que los judíos y sus actos estén permanentemente en el foco. El poder y la soberanía han colocado al pueblo judío en el escenario mundial junto con el discurso público que lo acompaña. Para muchos, esto es demasiado peligroso y desconcertante, dando luz al fenómeno de sentirse avergonzados por y de Israel. El seguimiento frecuente y obsesivo de todo lo que se dice sobre Israel, la preocupación por las relaciones públicas, y la preferencia por líderes que aparecen bien en los medios, son todos síntomas de una ansiedad similar.

Como una nación soberana y poderosa no sólo recibimos atención que nos gustaría más evitar, sino también a menudo somos objeto de palabras de odio de nuestros enemigos. El presidente iranio Mahmoud Ahmdinejad suministra una dosis regular que es desafiante por sí misma. Las recientes viles palabras del líder de Hamas y aspirante a presidente de Palestina, Khaled Mashaal, sobre la matanza de sionistas y la erradicación de Israel, constituyen el último episodio. A muchos en Israel les molestó más la falta de respuesta de la comunidad internacional a estas palabras que las palabras en sí mismas. En nuestro mundo de asociaciones, un mundo modelado por los acontecimientos del Siglo XX, este silencio fue el eco de otro silencio anterior, que simbolizaba el aislamiento y la soledad del judío, un silencio que en última instancia permitió la destrucción de tantas personas de nuestro pueblo.

Como nación soberana, dentro de nuestras propias fronteras,también encontramos palabras de algunos líderes de minorías nacionales que expresan hostilidad hacia el pueblo judío y hacia alguna de sus políticas. Estas se convierten en un reto más grande cuando la palabras de algún porta voz lo alinean con las políticas y los intereses de nuestros enemigos.En estas instancias, las lecciones del pasado respecto a las consecuencias del silencio motivan un llamado a actuar para silenciar tales voces. En nuestro hogar, afirman, no tenemos que tolerar palabras peligrosas que en el pasado no pudimos controlar.

Una de las preguntas serias a las cuales nos enfrentamos ahora es hasta que punto nuestro pasado debería definir nuestro presente, y hasta que punto continuamos entendiendo nuestra realidad presente y respondemos a palabras odiosas a través del prisma de la Shoá. No hay duda que su excepcional horror y la magnitud de la catástrofe naturalmente arrojan una ancha sombra que moldeará y nublará la percepción judía durante el futuro previsible. Hay una diferencia sin embargo, entre "modelar y nublar" y "definir."Las palabras sí nos hacen daño.Sin embargo hacen más daño a los impotentes que a los poderosos, y hoy en día somos poderosos.

Como el Pueblo del Libro, desarrollamos una habilidad única no sólo para analizar la palabra sino también para vivir dentro de la palabra, y a veces hasta ver a la palabra como el mundo.Aunque el moderno Estado de Israel no erradica nuestro pasado, sí expande nuestra conciencia del mundo. Aún somos el Pueblo del Libro – pero no sólo del libro.Somos ahora un pueblo en el mundo, un pueblo que entiende la diferencia entre las palabras y la realidad, entre rezar por nuestra seguridad y construir un ejército, entre hablar de justicia social e implementar políticas que la encarnen, y hasta entre atacar con insultos y lanzar misiles, y alinearse verbalmente con las políticas de nuestros enemigos y cometer actos terrorista o subversivos.

Como el Pueblo del Libro, siempre respetaremos el poder de las palabras para construir o destruir.Como un pueblo que emergió de Auschwitz, siempre temeremos a los discursos odiosos y llamaremos la atención a la insuficiencia del silencio como respuesta y el peligro que puede acarrear. Sin embargo como un pueblo soberano, nuestra vanguardia no es más una palabra, es una frontera, defendida por la coalición de un fuerte ejército, una política sólida, y amigos firmes.Como un pueblo soberano en un estado democrático, somos lo bastante fuertes para permitir hasta las palabras que consideramos dañinas.Las palabras solas no penetran nuestra frontera, ni socavan nuestra soberanía-

Las palabras envenenan el medio ambiente y moldean la conciencia, y por lo tanto nunca deben ser ignoradas. Pero, sin embargo, ya no son una crisis existencial.Para un pueblo impotente, dependiente de la buena voluntada de otros lo son. Desde la perspectiva de la Shoá son tierra fértil que justifica la matanza de judíos. Hemos avanzado mucho. Se nos manda recordar el pasado y aprender de el, no revivirlo. Un pueblo poderoso cuyo destino está casi exclusivamente en sus propias manos puede darse el lujo tanto de actuar contra las palabras como de ponerlas en un contexto diferente y controlar nuestra respuesta.Parafraseando a David Ben-Gurion, como un pueblo poderoso es vital recordar que "lo que hacemos" debería importar más "que lo que dicen."

Como actores en el escenario mundial, la gente siempre va a decir cosas sobre nosotros – palabras que en un mundo justo nunca serían pronunciadas. El desafío y la oportunidad de Israel es que ahora tenemos la posibilidad de responder. Uno de los dones del poder es que nos da la posibilidad de no permitir que las palabras definan la realidad. Uno de los desafíos del poder es no permitir que las palabras de otros definan nuestra conciencia. El mundo se convertirá en un lugar demasiado solitario, y nuestro vecindario demasiado inhabitable si como un pueblo soberano actuamos con la conciencia de los impotentes. Es necesario que juzguemos las palabras de la gente pero debemos responsabilizarlos por sus acciones. Necesitamos recordar siempre las lecciones del pasado pero al mismo tiempo vivir en el presente y aceptar sus nuevos retos y oportunidades.

Fuente: Jerusalem Post
Traducido por Ria Okret

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