Breve historia de los Macabeos I: contexto

Para entender del punto de vista histórico la importancia que tuvo la revuelta Macabea, es crucial entender qué venía pasando en el mundo entre los grandes imperios, y qué papel le tocó jugar a la pequeña Judea. Ese es el objetivo de este primer artículo: contextualizar.

Situémonos en el año 183 antes de la Era Común.

El mundo está siendo amenazado militarmente por una gran potencia: Roma. El fenicio Aníbal acaba de suicidarse. Él ha sido el más grande estratega militar de todos los tiempos, sólo comparable quizás al macedonio Alejandro el Grande. Éste último había edificado el más vasto imperio de la antigüedad, pero no dejó herederos y sí muchos generales. Estos generales –como no podía ser de otra manera- se repartieron su imperio, quedando Egipto en dominio de Tolomeo y su dinastía, y Babilonia en manos de Seleuco, fundando el Imperio Seléucida. La cultura incipiente que domina el mundo, ya sea en el Egipto tolemaico y el imperio seléucida, ya sea entre el patriciado romano, es la atractiva y avanzada cultura griega, que ya había dado algunos de sus mejores frutos a nivel filosófico y matemático.

En el Templo de Jerusalén, el sumo sacerdocio sigue en manos del linaje de Sadoc, que se remonta a los tiempos de Salomón (-954). Judea es un diminuto pedazo de tierra insignificante, pero no sólo ahí hay judíos: en la región del Tigris y Éufrates, en Alejandría (capital egipcia) y en ciudades griegas de Asia Menor se desarrolla la espiritualidad judía, cuyo centro de conciencia nacional era el Templo de Jerusalén (consagrado por segunda vez en -516). Allí afluían desde todo el Cercano Oriente para ofrecer sacrificios en las grandes festividades. Por lo tanto, el sumo sacerdocio era un cargo de poder y prestigio. En cierto momento lo ocupaba Onías III, hijo de Simón el Justo, quien fue referido como un hombre pío. Se las arregló para estar en buenos términos con el Imperio Seléucida, el cual requería constantemente dinero para poder mantener una extensión tan grande de tierra luego de las devastadoras pérdidas que sufrió contra Roma.
En el -175 sube al trono un joven emperador llamado Antíoco IV, quien no simpatizaba con Onías, ya que representaba al sector más conservador del judaísmo (esto es, no era proclive a la helenización). En ese entonces, aparece en escena Josué, hermano del sumo sacerdote, y le propone un trato a Antíoco: le entregaría una generosa parte de los fondos del Templo a cambio de ser nombrado sumo sacerdote en lugar de su hermano. Como tantas otras veces, esto ilustra que descender de cierto linaje no es garantía de nada. Antíoco acepta, y Onías es deportado a Antioquía; Josué, como muestra de gratitud, se cambia el nombre al griego Jasón, creando además un gimnasio en Jerusalén. Allí los jóvenes a la moda se ejercitaban desnudos, a la usanza griega, usando falsos prepucios para ocultar el signo íntimo del judaísmo.

Se imaginarán el grito en el cielo que pusieron los judíos conservadores. Onías, el pío, arrestado; el tesoro del Templo, desvalijado; el gimnasio, una abominación. Pero a Josué-Jasón lo atrapó el karma instantáneo, porque un primo suyo también llamado Onías repitió su esquema, ofreciéndole a Antíoco una cifra aún mayor a cambio de ser nombrado sumo sacerdote, maniobra que realizó con éxito en -172. También se cambió el nombre a Menelao. Cuando dos años después Onías III, el bueno, se decidió a denunciar la situación, desde Antioquía, fue asesinado, provocando la lucha entre las facciones judías que apoyaban a uno u otro sumo sacerdote. Esto a Antíoco, el emperador seléucida, le importaba poco, ya que tenía el dinero de los templos de su región para armar un ejército y conquistar Egipto, quien se hallaba bajo dominio de Tolomeo VI, persona afable pero militarmente inepto.

Antíoco no tuvo ningún problema en conquistar primero Menfis, antigua capital, y en sitiar Alejandría, donde se hallaba Tolomeo. Pero le llegaron presurosas las noticias de que Josué-Jasón había intentado quitarle el cargo de sumo sacerdote a Onías-Menelao, amenazando con el caos su línea de comunicaciones que pasaba inexorablemente por Jerusalén. Antíoco, iracundo, volvió rápidamente a castigar a los revoltosos judíos, ocupando la ciudad y de paso saqueando el Templo. Por el momento, Jerusalén volvía a la calma temerosa.

El ejército seléucida volvió entonces a enfilar hacia Alejandría, pero Tolomeo entretanto le pidió ayuda a la potencia mundial: Roma. Se cuenta que entonces se dio una situación que resulta indispensable para entender la posterior actitud de Antíoco ante los judíos. Ante las murallas de Alejandría, se acercó un embajador romano a hablar con el emperador seléucida, planteándole que si su ejército no se retiraba de Egipto, tendría que afrontar una guerra con Roma. Antíoco le dijo que tenía que pensarlo, y el embajador, que era un viejo conocido de Antíoco, trazó un círculo alrededor del seléucida: “Decídelo antes de atravesar este círculo”. Antíoco no se atrevió a desafiar a Roma, y aunque estaba seguro de ganar esa batalla, retrocedió ante la guerra. Él y todo su ejército retrocedieron ante un solo romano desarmado: una humillación dramática, como pocas en la historia. Con esa desastrosa frustración encima, Antíoco se retira con inminentes ganas de desquite, y es en ese contexto que en el -167 decreta el fin del judaísmo, dando lugar a la reacción judía conocida como la revuelta de los Macabeos.



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