¡A la perinola!


Llega diciembre y una fiesta alegra los corazones de todos los judíos del mundo… La Navidad. Ah,  no, perdón, es que con tanto chirimbolo colgado en las calles...  Quise decir Januca  ¿O debería decir Chanuka?  ¿O Hanukka?  ¿O Januka? Googlear el nombre de la fiesta nos revela más de denominación de origen, por lo que desde el vamos, es difícil decidir como firmar los mails de saludo estos días a los moishes de nuestra lista de contacto. Me decido por Januca que me parece la versión más castellana de todas.  Es hora de reconocer que los judíos miramos la fiesta de Navidad como el chiquilín que miraba de afuera con la ñata contra el vidrio. No es nuestra fiesta pero ahí está por todos lados y la gente en el supermercado te desea felices fiestas, y no queda más remedio que ser amable y contestar. Hasta tal punto que el mismo 24 de diciembre muchos terminan deseándole Feliz Navidad al cajero del banco. Otros terminan abrazados a una botella de medio y medio en el Mercado del Puerto y cantándole a un Papa Noel estival: “Aleluya Shalom Aleijem… “. En las oficinas se hace el juego del amigo invisible y uno termina comprando en Tienda Inglesa una media para colgar regalos en la chimenea. Al mejor estilo yanquilandia.

Además que paralelo a la tzedaka, hay que darle  guita a todos los que te manguean por estas fechas (policías, bomberos, hospitales, etc.). (Nota: Cuando la policía viene a pedirte un donativo por las fiestas uno termina dándole dinero, porque percibe que ese pedido esconde una amenaza: “Más vale que colabore señora, porque sabemos dónde vive, quién es, y puede necesitarnos).

En estos días de tanta celebración en la que se festeja el nacimiento de un judío hace 2013 años, nosotros por lo bajo, susurramos nuestro Jag Sameaj a los miembros de nuestra comunidad. Nos miramos cómplices y pensamos “no tendremos regalos pero festejamos ocho días en lugar de uno”. ¡Fa, que divertido!  La verdad que si el famoso personaje Grinch, que roba la Navidad, robará Januca, en lugar de un montón de regalos se quedaría con una bolsa llena de velas de colores y un montón de dreidels.       
 
Pero honestamente, Januca es una fiesta hermosa, una metáfora a la pequeña luz que ilumina la oscuridad. Pero sobre todo, una buena excusa para poder comer una gran cuota de latkes y llenarnos de grasas trans sin culpa. Nuestras fiestas al final se resumen en dos preguntas:

1)¿Quiénes trataron de matarnos y no pudieron?
2)¿Qué hay de rico para comer?
En Pesaj nos atacaban los egipcios y comemos kneidelaj, en  Purim nos atacaban los persas y comemos Oznei Azman, y en Januca fueron los griegos y comemos Latkes. 

Lo que no entendemos es porque los Griegos con todas las tierras que tenían por aquella época querían conquistar Israel que es el único país de Medio Oriente que no tiene petróleo y que además tiene el tamaño de Tacuarembó. (Hay quienes afirman que Gardel era Griego).   Claro que en tragedias creo que le ganamos a los griegos, y quizás nos tenían envidia. Mientras los judíos peleaban contra los helenos, la mamá de Yehuda Macabi corría detrás gritándole: “Yehuda por favor, ponete un saquito que te vas a resfriar”.

Había mucha pica también porque los griegos tenían las Olimpiadas y nosotros las Macabeadas.

A las nuevas generaciones hay que convencerlas de que Januca es mucho más importante para nosotros que cualquier celebración navideña porque es parte de nuestra MEMORIA.  Una memoria con suficientes GIGAS como para almacenar miles de años de tradición. Y si la crisis española me ha afectado lo suficiente como para no poder pagar la luz, por lo menos tengo asegurados ocho días de luz.  ¡JAG Sameaj!


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