Experiencia emancipadora

Ser judío es una experiencia emancipadora. Siempre que se intenta encasillar su alcance, se produce un desbordamiento. No hay ninguna definición de lo judío consensuada por todos los judíos. No hay un judaísmo, hay judíos que vivencian su experiencia de lo judío a su modo. Y cambian. Y se permiten el cambio. Así, ser judío se percibe como una búsqueda, como una inquietud, como deseo. Toda definición de un modo único, verdadero y genuino de lo judío, no es más que el arrebatamiento que una parte hace del todo. O dicho de otro modo; la totalización de una perspectiva como si fuese la correcta. Está claro que en ese ejercicio, otras tantas perspectivas quedan eliminadas. En nombre de la salvaguarda de un judaísmo verdadero y biológico (ya que consideran lo judío desde la matrilinealidad: ley del vientre), algunos expulsan todo vestigio de judaísmo decadente (lo que no es genuino, es bastardo).
En el lenguaje biopolítico, este proceso se llama “inmunización”. Aquellos que bregan por la pureza, se impurifican delimitando a los judíos impuros. Así como uno se inyecta en la vacuna dosis de la enfermedad que se quiere combatir; del mismo modo los inmunizadores creen resguardar la continuidad del judaísmo eliminando la condición de judíos de muchos.
Una comunidad es mucho más que sus instituciones. En general, las instituciones tienden a delimitar la ciudadanía de lo legal y de lo imposible. Lo legal se instituye a través de la sustanciación de una norma, y lo imposible a partir de la transgresión. Las instituciones judías tradicionales reproducen este criterio. Su fluctuación hace que muchos se sientan más identificados en algunas que en otras. Hay instituciones ortodoxas, las hay conservadoras, reformistas y laicas. Pero según un censo del Joint de 2004, solo el 39% afirma asistir a alguna. Los modelos de identificación con lo judío se muestran confusos, esto es, mucha vida judía no se siente identificada con la manera de representar lo judío de muchas instituciones. Es evidente que a partir del triunfo de la ortodoxia en la AMIA, gran parte de la vida judía argentina pasará por otros lados. Pero también es evidente que porque gran parte de la vida judía argentina ya pasaba por otros lados, ganó la ortodoxia. Y pasaba por otros lados porque la representatividad institucional se hallaba quebrada. El triunfo de la ortodoxia no es una novedad, sino la consecuencia lógica de una red institucional en crisis.
Una comunidad judía democrática no podría sostener una definición unívoca de lo judío. Tal vez en este punto se encuentre la clave para comprender la crisis. Una democracia pluralista supone un juego de opiniones divergentes en constante proceso de diálogo, donde las diversas formas de lo judío conviven, y donde lo que nos une no es al mismo tiempo lo que nos excluye. Somos judíos porque en algún momento nos dimos cuenta que lo judío nos constituye, y decidimos hacernos cargo de ello. Sin embargo, en estos últimos años, los judíos que no son hijos de vientre materno judío, los que conviven en matrimonios mixtos, los que entienden modos de sentirse judío a su manera sin seguir los preceptos, son discriminados -o en el mejor de los casos considerados como un problema-, a pesar de su decidida autotidentificación como tales. Muchos de los que hoy despotrican contra la ortodoxia, han reproducido este modelo.
Roberto Espósito sostiene que en una “com-munitas” más que compartir aquello que todos poseemos, compartimos una falta: nuestro deber hacia el otro. “Munus” significa deber, obligación, pero también don. En la donación no hay apropiación del otro, sino apertura, y así nos emancipamos de nuestros propios dogmas. Definir lo judío con criterios estancos que postulan un certificado de pureza es destruirnos como comunidad. Es creer que algunos están exentos del “munus”, (los “in-munes”), del deber para con el otro. Nada más lejos de una experiencia emancipadora.


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