Julie y Julia

“Julie y Julia” es una película intrascendente. Es una comedia atípica: no hay una historia de amor propiamente dicha, no hay un humor ingenioso, ni siquiera hay un trasfondo trágico y triste que actúe de contraste al happy-ending; no hay happy-ending, solamente “the end”. Sí hay preciosísima fotografía (Nueva York, eterno personaje de las comedias norteamericanas; París, segundo eterno personaje de las comedias norteamericanas), actuaciones virtuosas, un ritmo adecuado. Meryl Streep es descollante, Amy Adams es muy buena; Stanley Tucci es sobrio y brillante, Chriss Messina esta ok.

¿Qué queda en uno después de ver una película así? Uno se pregunta, ¿esto, de qué va? ¿Qué rescato de esta sucesión de parlamentos y disquisiciones que construyen un paralelismo artificioso? ¿Qué me aportan estas dos vidas que sólo se cruzan en la creatividad que supone una película? Ni siquiera la excelente fotografía de las locaciones, ni los trabajados perfiles psicológicos de las protagonistas, parecen justificar haber dedicado tanta energía, inversión, y esfuerzo en esta película. Sin embargo, uno quiere rescatar algo; siempre, en todos los órdenes de la vida, uno procura rescatar algo.

Para que la experiencia no haya sido en vano. A veces el creador nos facilita mucho las cosas; a veces no. Como en ese otro “opus” de Meryl Streep, “Mamma Mia”, uno sale del cine y se pregunta: ¿qué pasó? La diferencia es que, a diferencia de la comedia musical que sirvió para que todos supiéramos que Meryl Streep puede cantar, en “Julie y Julia” nos recuerdan que sabe actuar (como ninguna), y que un buen guión construirá, en definitiva, algún significado. Algo rescataremos. Tal vez no justifique una entrada de cine, pero allí esta si queremos encontrarlo.
Por detrás de las obsesiones, neurosis, recetas, ollas, colores y sabores, por detrás de estas dos mujeres protagonistas, contrasta la serenidad, el aplomo, el apoyo de sus respectivos cónyuges. Ellos tienen su vida, pero claramente están allí (en el guión) para sostener a sus esposas; no en vano estos actores podrían competir en la categoría “supporting actor” en el premio Oscar. Es precisamente eso lo que hacen estos dos personajes: sostienen, contienen. En ese sentido, y en dos niveles bien diferenciados, “Julie y Julia” es una película acerca de la soledad, pero también es una película acerca del compañerismo.
Ambas parejas hacen culto a la convivencia armoniosa, donde el matrimonio no es una experiencia de conflicto, sino de presencia, paciencia, y en definitiva, amor. No el amor de las especiadas pasiones desenfrenadas ni el azucarado romance rosa, sino el amor de la agridulce vida cotidiana: el de los silencios solidarios, los diálogos breves, los gestos justos y elocuentes. Casi imperceptiblemente, la película rescata vínculos de amor, tolerancia, comprensión, y presencia.
Si los matrimonios de las protagonistas refieren al compañerismo íntimo, el blog y el libro nos remiten al compañerismo anónimo del público. Ambas mujeres hacen de compartir su experiencia de cocinar su forma de expresión, su contacto con el mundo, su realización personal. El efecto que ambas ejercen en la sociedad de su tiempo les devuelve una mejor imagen de sí mismas. En los anónimos otros que leen lo que ellas han elegido compartir pueden reconocer lo mejor de sí mismas.
También uno puede reconocer lo mejor o peor de sí mismo en una película. La experiencia del cine es estética, semántica, pero por sobre todo, es personal. Ese efecto único que hizo tal película en mí hace de ella una mejor o peor película. Más allá de la crítica.


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