El “No reconocimiento” y sus implicancias

En el año 1948 nació el Estado de Israel. Rebelión contra el destino histórico. Luego de dos mil años de pasividad, el Movimiento Sionista consideró que no había que esperar más algo o alguien que queremos que venga –el judaísmo quiere, en lo personal también quiero- pero no sabemos ni cuando, ni cómo, ni donde. El Movimiento Sionista sentó y consolidó las bases del Estado de Israel. Para muchos, contradiciendo aparentemente lo anterior, “el comienzo de nuestra redención”.

En 1948 nació el Estado de Israel a pesar de que no fue reconocido por el mundo árabe en general (tampoco por los ultra ortodoxos, pero eso nos llevaría a otro tema, insinuado al principio, el cual trataremos en otro momento).
Ese no reconocimiento por parte del mundo árabe ha sido –de acuerdo al criterio de quien esto escribe- la raíz de lo que conocemos como el “Conflicto del Medio Oriente”.

Para reafirmar esto, en el año 1967 luego de la guerra de los Seis Días, en lugar de flexibilizar su posición, en una Conferencia realizada en la ciudad de Khartoum (Sudán) los países árabes declararon los tres conocidos “NO”: no reconocimiento a Israel, no negociaciones y no paz con Israel.

Dicha negativa –aunque con ciertos matices- permanece en buena parte del mundo árabe hasta hoy. Inclusive la amplia mayoría de los así llamados palestinos “moderados” no reconocen a Israel. Más allá de las diferencias que tienen –en cuanto a tácticas y/o estrategias- con los grupos terroristas.
Por otra parte, la mayoría de los israelíes en general y sus gobiernos en particular, ya desde hace bastante tiempo -con buena dosis de realismo- reconocen la existencia del así llamado “pueblo palestino” y el derecho  a tener su propio Estado. Independientemente de errores -que en relación a este tema- han cometido gobiernos israelíes en varias ocasiones.

Pero el no reconocimiento se da también en otro plano. Entre nosotros mismos. Unilateralmente.
Entre corrientes del judaísmo. Ortodoxos que no reconocen a las corrientes conservadoras (masorti), reconstruccionistas y reformistas. Este no reconocimiento significaría que –aunque no lo digan explícitamente- habría judíos clase “a” y judíos clase “b”.

Demás está decir que el fenómeno no es nuevo, ni tampoco es específicamente judío. Para decirlo de forma eufemística poco cordiales son, para citar solo algún ejemplo, las relaciones entre sunnitas y chiitas. Relaciones entre católicos y protestantes, históricamente, muchas veces han desembocado en guerra.
Entre nosotros, antiguamente, fariseos que se opusieron a saduceos; rabanim (rabinos y adeptos) a Karaim (caraitas); mitnagdim(opositores a los jasidim) y jasidim a la Haskala (movimiento de la Ilustración judía); mitnagdim a jasidim, al extremo de llegar casi prácticamente a excomulgar los primeros a estos últimos.
Esto nos demuestra, por otra parte, que en el judaísmo siempre hubo, en base a la Tora, distintas interpretaciones hasta hoy. Y así será siempre.

Pero esto también nos demuestra que, en cuanto a lo interno, la tolerancia no ha sido, ni es, a diferencia de otros valores, nuestra mejor carta de presentación. Que en el marco de otras religiones –amén de que el judaísmo abarca mucho más que una religión- se dé una situación similar o seguramente en algunos casos más extrema, no significa ningún consuelo, ningún atenuante.

A menudo se escucha que, concretamente en Israel, rabinos ortodoxos –el rabinato oficial- se oponen a reconocer a las otras corrientes su derecho a, por ejemplo, oficiar en ceremonias religiosas, algunas de las cuales marcan el ciclo de vida judío.
Más aún: en distintas comunidades del mundo, se niegan a sentarse en una misma mesa para debatir o, aunque más no sea para dialogar. Tengo la sensación  que en otros credos (quizás no en todos), a nivel interno, ese paso ya ha sido superado.

No reconocimiento.
Este análisis no pretende darle “la razón” a tal o cual corriente (dicho sea de paso, el tema de las denominaciones, como así también el concepto “religión judía”, son problemáticos, pero ese también es otro tema) sino que simplemente pretende llegar a la conclusión de que, aunque sean temas distintos, si consideramos, como es lógico, que debemos ser reconocidos desde afuera –el Estado, su existencia, su legitimidad- comencemos por ser coherentes y reconocernos entre nosotros mismos. Lo que obviamente no significa, tener que compartir el pensamiento del otro y su práctica.

Pero sí tener en claro por sobre todo, que, lo que nos une es mucho más importante que aquello que nos divide.

Tender puentes.
Dialogar sanamente y aceptar el derecho  del otro a pensar diferente, a interpretar diferente. Ya sea en términos religiosos o no.
¿Seremos capaces, alguna vez, de llegar a estar plano?
Con el mayor de los respetos por la eterna y dinámica tradición del pueblo de Israel.

Fuente: Identidad.

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