Una reflexión posmoderna sobre Rosh Hashana

Un paisaje dislocado

Nuestro tiempo está signado por la velocidad creciente y la aceleración sin pausa. Comidas instantáneas, gratificaciones inmediatas, el vértigo de las carreteras, comunicaciones satelitales en millonésimas de segundo; la ambición inagotable por superar logros anteriores propios y ajenos; la turbación provocativa de los videoclips; la irrupción creciente, paralizante y encandilante de la autopista informática; la pasmosa invasión de los medios masivos de comunicación y las tecnologías de saturación social. Hemos superado y olvidado ampliamente los ritmos naturales, los ciclos cósmicos y los tiempos biológicos, que fueron el marco de la vida humana por milenios; reemplazándolos por veloces estructuras de producción y consumo, diversión masiva y control social, alimentados con cambiantes tecnologías de punta. Nuevas organizaciones sociales y empresariales, conocimientos pragmáticos y eficientes, reingenierías sorprendentes, el anonimato poderoso de las bolsas de comercio y el tráfico universal de “comodities” y servicios, dan lugar y retroalimentan una economía de mercado cada vez más agresiva, globalizante e insaciable. Este sistema triunfante genera una concentración de riqueza sin precedentes y una explosión exponencial de la marginalidad y la exclusión.
El paisaje urbano de nuestras grandes ciudades pierde su fisonomía secular, reemplazado rápidamente por las luces y marquesinas de las mismas marcas internacionales de zapatillas, bebidas cola, cigarrillos, hamburguesas, libros de autoayuda y alimentos "plásticos", incorporados de la mano de un marketing inescrupuloso y una publicidad audaz, pero sin alma.
La velocidad, el frenesí, la rápida traslación de bienes y bites, de escenarios y personas, produce la dislocación de nuestra percepción del tiempo y de nuestro sentido de la identidad.
El zapping pasa a ser el modelo dominante de la sintaxis y la percepción de la realidad del ser humano contemporáneo. Su correlato psíquico se traduce en la fugacidad de nuestros saberes y en la fragilidad impiadosa de nuestra memoria.
Porque como lo señala muy provocativamente, Milan Kundera en su obra La Lenlitud, "el grado de lentitud es directamente proporcional a la memoria; el grado de la velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido". Y la pregunta que debemos hacernos es obviamente si olvidamos porque vivimos aceleradamente o estamos obsesionados por el deseo de olvidar y por eso nos entregamos "al demonio de la velocidad" queriendo "apagar la temblorosa llamita de la memoria"...

Beethoven y la sinfonía del olvido


La historia contemporánea permite representaciones globales de escala planetaria de cada acontecimiento, persona o lugar, mas sólo por escasos segundos. Todos podemos ocupar la primera plana, pero sólo por algunos instantes ya que inmediatamente quedaremos relegados a la oscuridad del olvido. Porque la manera como se cuenta la historia contemporánea se asemeja a un gran concierto en el que se presentaran seguido los ciento treinta y ocho opus de Beethoven, pero tocando tan sólo los primeros ocho tiempos de cada uno de ellos.
Si volviera a hacerse el mismo concierto diez años después, sólo se tocaría de cada pieza, la primera nota, siendo pues, ciento treinta y ocho notas durante todo, el concierto presentadas como única melodía. Y, veinte años después, toda la música de Beethoven quedaría resumida en una única larguísima nota aguda que se asemejaría a la que oyó, infinita y muy alta, el primer día de su sordera. ¿Es necesario agregar algo más a esta poderosa imagen de Kundera, sobre el lugar del olvido y la desmemoria en estos acelerados tiempos de fin de milenio?...


El sonido del Shofar nos interpela


Permítanme incorporar a partir de este Rosh Hashaná una nueva razón que aunque implícita en las significaciones anteriores, es necesario proclamar con vigor: Tocamos el Shofar para no permitir el salvaje vaciamiento de nuestra memoria como seres humanos y como judíos. El agudo sonido que oyó Beethoven la noche inicial de su sordera, es el sonido paradigmático de un tiempo incapaz de comprenderse a sí mismo, absorto en desplegar vertiginosamente su propio agotamiento.
Rosh Hashana es también lom Hazicaron, Día de Recordación, porque no existe regeneración, arrepentimiento o recreación posibles, sin hacer uso de la trama multicolor de la memoria. Al ser humano le está vedado el comenzar desde la nada, o intentar sumirse en el gozo inocente del comienzo absoluto.
Sólo nos es dado volver a recomenzar, desde un presente signado por innumerables raíces que se hunden en el fértil suelo de la tradición.
EI olvido potencia la impunidad, destruye las herencias culturales penosamente acumuladas e invalida los proyectos futuros al dejarlos huérfanos de un marco referencial que los sustente. O nos hace caer en la hipertrofia de una memoria selectiva que recuerda con detalles la gloria del pasado pero que es incapaz de guiarnos en el laberinto actual de la incerteza.
La ignorancia, la apatía y la superficialidad, amenazan la transmisión judía mucho más que los antisemitas. Los defensores apasionados, que se autoarrogan la única legitimidad judía verdadera sofocan con su primitivismo e irresponsabilidad el sentido de clan Israel, de pueblo judío.
En Rosh Hashana asumimos sin eufemismos ni racionalizaciones que de acuerdo a la calidad de vida judía que llevamos somos responsables por nuestra continuidad o desaparición como judíos. Porque es en los actos cotidianos, en la vida privada, espacio simbólico tan valorado en nuestra tradición, donde se decide la supervivencia de cualquier grupo.
Escuchamos el Shofar en silencio, en comunidad, para que nos ayude a recordar que estamos en la hora del Juicio, "Hine iom Hadin" (He aquí el Día del Juicio)...
Tocamos el Shofar para decir no a la destrucción de la memoria sagrada y utópica de nuestro pueblo para impugnar el predominio absoluto de un presente omnipresente, unidimensional, que nos priva de un pasado, surcado de esplendores y testamentos, y nos escamotea la tenue esperanza de un futuro diferente y abierto.
El sonido del Shofar nos invita a la introspección, a volver a vibrar con las emociones profundas que alguna vez nos envolvieron junto al calor de nuestros seres queridos. El Shofar nos ayuda a tomar conciencia de que aunque "este mundo se asemeja a un puente estrecho y angosto, lo importante es no temer", no paralizarnos, porque la redención es posible. Somos, verdaderamente somos porque Otra Conciencia nos interpela en el sonido del Shofar. Por lo tanto, no preguntes por quién suenan estos sonidos misteriosos y arcaicos. Suenan para ti.

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