Rosh Hashana

Decir infinidad de saludos gratos es menester en tan magnas fechas. Mucho más magnas que mi tocayo Alejandro, aquel que en fieras batallas supo arremeter contra el enemigo (que es un migo elevado a la ene potencia. Doy unos segundos para que entiendan el chiste, que es muy malo, pero es matemático).

Son magnas y  mangas, ya que en estás fechas se sale a pedir tzedaká para causas muy nobles (así que colaboren ¡che!).
Dado que en estas fiestas hay que reflexionar, aquí un par de ellas:
(Nota: Reflexiones: Dícese de las flexiones que hace la materia gris para sacarle músculo a las ideas del cerebro)


REFLEXIÓN ACERCA DE LA COMIDA Y EL LUGAR DE LA FIESTA

Todo es redondo en el judaísmo en estos días de Rosh Hashana. El ciclo de la vida es redondo,  la jala es redonda, la tía está redonda (de tanto comer jala). El menú de Rosh Hashana promete deliciosas calorías y dolor de estómago. No hay organismo que pueda aguantar tanta cebolla frita. TODO LLEVA CEBOLLA FRITA. En la cocina judía parece que en el mundo no hay otros condimentos para la comida. Es que cuando surgieron estas recetas, el contexto era de una pobreza infame y había que cocinar con lo que había a mano. Hoy disfrutamos de platos que abundan en harinas, papas, cebolla. Harina, pescado, cebolla. Harina, zanahoria y cebolla. Berenjena, morrón y cebolla. Cebolla y cebolla. Todo lo cual recibe el plus de la miel y la manzana, ingredientes que no pueden faltar en una mesa de rosh hashana que se precie. Lo que se precia bastante es la cuenta del supermercado, que aunque los platos son de origen humilde hoy hay que pedir un préstamo al Bank Leumi para comprar todo para la cena.  Las abuelas se toman esto de las celebraciones muy en serio. Una semana antes inician el circuito de llamadas para coordinar el lugar de la celebración. Entre los hijos comienzan las discusiones (no por donde será, sino por donde no será). “El año pasado lo hicimos en casa de Sarita, este año le toca a Lea”. “El año pasado la casa me quedó echa un asco y nadie me ayudó, este año que limpie otro”. “El año pasado compré todo y nadie me pagó su parte; este año que cada uno lleve algo y listo”.  La abuela escucha todo y suspira. Suspira con un gran oi vey (o con un oh dio dio)  y dice:” El año que viene espero estar en Jerusalén”. La bobe ofrece su casa, comprar todo y cocinar.  Así se resuelve la negociación de la locación del festejo y todos contentos.

ACERCA DE LA SINAGOGA

El día de Rosh Hashana en la sinagoga es todo un suceso social. Un micro mundo cultural donde se encuentran toda la escala social de la comunidad. (Como en la canción de Joan Manuel Serrat:  “Fiesta”.)  Es un día democrático, donde la felicidad es  para todos.  Vestido nuevos, perfumes y colonias que se mezclan en la brisa primaveral.  Abunda el blanco en los vestidos bajo el sol de setiembre.
 A la sinagoga van los que nunca aparecen en todo el año, y desde su armario, la Torah sonríe ante tremenda convocatoria. Por la esquina aparece un señor cuyos años se hacen huella en un rostro poblado de arrugas. Dos señoras muy emperifolladas susurran “¿Y este no se había… ( Y agrega un gesto que indica el supuesto deceso del anciano”.  La otra le contesta ante lo evidente “… Y se ve que no…”. En el patio central una adolecente expone todas sus recién estrenadas virtudes femeninas, ante la atenta mirada de unos babeantes padres que piensan secretamente (mientras secretan baban): “¡Está crecidita la nena!”
Un grupo de chicas juegan al vóley con sus hormonas mientras observan al chico nuevo de bitajón en la puerta. Es lo más cerca que estarán de un prototipo de hombre al estilo Tom Cruise en “Misión Imposible”. Luego están los devotos y los de botas. Los de botas tienen calor, y  los devotos se toman muy en serio esto de Rosh Hashana. Se pasean con el libro de brajot bajo el brazo diciendo frases al cielo con los ojos cerrados y las manos abiertas. Ellos son los que en su silencio dan muestras de la espiritualidad que encierra la fiesta. Ellos son los que sin darse cuenta, hacen tomar conciencia a los demás, que Rosh Hashana es un día espiritual también. Que en la sinagoga debemos comunicarnos con el altísimo ( o sea Dios, no un jugador de basket) y que el templo no es un club social (solamente). Así que ahí entramos a escuchar la tefilá, intentando encontrar en el libro la página por la que van los que sí cumplen con lo que se manda. Sobre el hombro de un vecino miramos el número y buscamos la página con rapidez, porque con la velocidad con la que se reza, se pierde el hilo en un pestañeo.

Es extraña la costumbre que hay en algunas sinagogas de alquilar los asientos.  Y es algo mundial. Mi amigo Diego tenía que decirle algo a su colega David,  que se encontraba en la fila de asientos más caros. Un chico de bitajon le dijo que no podía pasar porque no había pagado el asiento. Mi amigo le explico que sería solo un momento, para decirle una cosa a David y salía en seguida. El de bitajón lo dejó pasar pero le dijo amenazante: “Podes pasar, pero ¡ojito con que te encuentre rezando!*”
(* Chiste extraído de la biblioteca nacional de Moishes Jokes Ltda)

Personalmente creo que hay un momento en el que realmente todos los judíos que se encuentran en la tefilá dejan a un lado todas las diferencias, escepticismosy y corrientes de pensamientos. Es cuando suena en todo el recinto el sonido del Shofar. Algo primitivo, inexplicable, nos sujeta a un pasado milenario. Todos juntos, unidos por las huellas que recorrieron nuestros antepasados hasta ahora. La sala se llena de todos ellos. Los Abraham de Canaán, los Moisés del Sinaí, los Maimónides de Sefarad, los Jasidim de Europa Central, el turco y el ruso del Montevideo de comienzos del siglo XX, todos están allí, conteniendo un suspiro melancólico y alegre. Mientras el shofar despliega ese sonido mágico, capaz de derribar todos los muros que nos separan. Uniendo nuestras almas como una comunidad feliz. Nos miramos a los ojos sin clases, sin ideas, sin prejuicios, y con el corazón puesto en el alma nos deseamos: SHANA TOVA UMETUKA.


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