Marcos Aguinis

El hecho de que haya que labrar durante toda una vida para valerse de un nombre honroso y que solo haya que cometer un mínimo exabrupto para desprestigiar ese nombre completamente, no responde más que al sádico canibalismo con el que los seres humanos se humedecen la boca esperando a que personas con cierta prestancia puedan caer para escuchar el retumbar del golpe. No tiene, de hecho, nada que ver con el verdadero valor de una persona, sino con la hipocresía de un mercado moral/intelectual que se vuelve sospechosamente intransigente a conveniencia.

Insinuar que Aguinis podría llegar a justificar la Shoá es el equivalente a caer en uno de dos errores: la ignorancia o la perversidad. Y en ambos casos, la responsabilidad es toda del lector que así decida interpretarlo.

El ignorante desconoce la trayectoria del autor y  su lucha (quizás a veces extrema, quizás a veces demodé) por el derecho del pueblo judío a su dignidad, a su seguridad y, más importante, a su Estado. El ignorante desconoce el lugar de referente que Aguinis ocupa en la comunidad como intelectual judío.

El perverso DECIDE desconocer todos los datos mencionados y utilizar la desafortunada frase de su artículo para perseguir sus objetivos ideológicos.

Es un fenómeno natural el de ubicar la mente cerca del corazón y orientar los razonamientos hacia donde los sentimientos encuentren confort. Por lo que quienes se sientan emocionalmente golpeados por la crítica que Aguinis hace al Gobierno actual, permitirán la ridícula teoría en la que el autor justifica la Shoá, porque les traerá confort saber que una vez más un opositor es denostado. De la misma forma, quienes critican constantemente al Gobierno también encuentran confort en interpretar cada movimiento de la Presidente como un acto soberbio, fascista, como un nuevo intento de perpetuar el poder y la corrupción, más allá de lo que verdaderamente esté ocurriendo.

Pero ni los ignorantes ni los perversos son el verdadero problema, sino el resto. Aquellos que disfrutan de observar desde la torre de marfil cómo se desarrollan los acontecimientos para poder "conversar" livianamente acerca del tema. La mayoría de los comentarios que escuché sobre este asunto fueron resueltos con un nivel de asepsia, de distanciamiento... hablando de Aguinis como si nadie lo conociera, como si nadie conociera su pasado, como si la acusación de Fernandez fuese algo más que una mezquindad retórica, sin fundamento alguno. Y nosotros, que nos ponemos a discutir sobre el tema y permitimos que la voz de Fernandez sea una variante más en la mesa de los argumentos, porque "todo vale", porque "cada uno tiene una opinión" o porque "hay que escuchar a todos".

Si así fuese, también es legítimo conversar en un café con aquellos que esgrimen que la Shoá nunca sucedió y que es un invento sionista para justificar la ocupación de Palestina.

Bueno, en mí opinión, poner el argumento de Fernández o de 6 7 8 sobre la mesa de debate es tan grave que poner el argumento de los negacioncitas sobre la mesa de debate. No, por supuesto, porque haya algún tipo de paralelo en la magnitud de los eventos (a ver si ahora deciden "interpretarme" a mí), sino simplemente  por el hecho de permitir que la perversidad y que la ignorancia obstaculicen un debate puro, bienintencionado y potencialmente productivo para nuestra comunidad.

El hecho de que disfrutemos tanto de nuestras plumas sobre el papel no justifica que haya que escribir sobre cualquier cosa. Hay algunas afirmaciones que ya deberíamos haber aprendido a desechar con más rapidez, sin permitir que un relativismo moral fundamentalista nos obligue a sobre intelectualizar argumentos que nos hacen daño.

Aguinis no justifica ni justificó ni justificará jamás la Shoá. Que alguna organización haya salido a defenestrarlo es para mí un error importante. Para bien o para mal, Aguinis siempre bregó por el bienestar de Israel y confío en que siempre lo hará. Solo por eso lo valoro y no lo tiro por la ventan al primer exabrupto solo porque en este momento de mi vida, mi corazón siente confort en que alguien de sus características ideológicas caiga con fuerza al piso. Quizás el ruido sea placentero pero en algún momento el eco se acaba y nos encontramos solos en nuestra torre de marfil acompañados nada más que por nuestra prosa.


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