Los Juegos Olímpicos

Una mirada diferente

El "look" de meticulosa objetividad e imparcialidad que visten los Juegos Olímpicos lleva a suponer, lógicamente, que los millones de televidentes alrededor del mundo que los siguen de cerca ven lo mismo desde donde sea que estén. Tal vez esto ocurra efectivamente en otros países pero desde Israel las cosas siempre se ven desde una mirada particular. Los Juegos, a pesar de la rigurosa medición y evaluación, no son la excepción.

Ya desde el vamos, los primeros comentarios en los medios acerca de Londres 2012, bastante tiempo atrás, giraron alrededor del tema más candente aquí en este contexto: ¿se va a hacer o no un minuto de silencio en homenaje a los once atletas israelíes asesinados en las Olimpíadas de Múnich en 1972?

El hecho de que este año se cumplen 40 años de aquella masacre alimentó la esperanza de que tal vez esta vez se aceptara el tan reiterado pedido de recordación en la ceremonia inaugural. A pesar de que se sabía de antemano que el número redondo no había logrado conmover a nadie y mucho menos dejar sin efecto la tenaz negativa del Comité Olímpico Internacional, hasta último momento se mantuvo viva la ilusión. Tal vez por este motivo, la confirmación de la negativa ocupó un lugar protagónico en las notas alusivas a la jubilosa apertura del viernes 28. Tal era el peso de este pedido que daba la sensación de que existía un único triunfo israelí posible para esta edición de la competencia: que se lleve a cabo el solicitado minuto de silencio.

Esto no quiere decir que las medallas despierten indiferencia, al contrario. Una vez transcurrido el "momentum" del no-homenaje, la atmósfera se revirtió y ahora, a contados días de la largada, se percibe que el regreso de los atletas con, literalmente, algo en la mano, va a tener gran incidencia en el cabizbajo estado de ánimo nacional. Cabe destacar que este anda en los últimos tiempos especialmente agobiado ante recientes medidas económicas que derivan en aumentos impositivos empecinados en no permitirle al costo de vida bajar de su propio Olimpo.


Al menos es lo que sucedió con retornos triunfantes anteriores de otros delegados que aterrizaron en el aeropuerto de Ben Gurión abrazando sus premios obtenidos en diferentes ámbitos. Escenas de este estilo despiertan siempre una compartida alegría descomunal que se duplica cuando se trata de logros en el campo deportivo. Ni que hablar en el terreno olímpico.

No está claro qué pesa más, si la escasez de distinciones atléticas en comparación con premios intelectuales (por ejemplo el resumen nacional ya alberga una decena del Nobel) o la traumática imagen del judío débil de la Diáspora, que en estos días se percibe más claramente hasta qué punto sigue viva más, seis décadas después de la creación del Estado de Israel. Lo cierto es que Yael Arad y Oren Smadja, los judokas que le brindaron a Israel, exactamente cuarenta años después de que comenzó a participar en los Juegos, la enorme satisfacción de traer a casa las dos primeras medallas olímpicas (de plata y bronce respectivamente, Barcelona 1992) son hasta el día de hoy, personalidades reconocidas y queridas.
Si bien en los últimos años los trofeos olímpicos fueron alimentando el CV israelí que ostenta una medalla de oro (del windsurfista Gal Fridman, Atenas 2004) los medios, con su conocida tendencia de resaltar lo negativo, tienden a subrayar que esto no ocurre en el ritmo esperado ni en la cantidad deseada.

Probablemente desde afuera la incipiente excelencia atlética israelí sea vista con comprensión y optimismo, teniendo en cuenta la edad y sobretodo las dimensiones físicas y demográficas del país, pero como comencé diciendo, desde adentro todo se ve distinto.


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