Ocupación

Nuestra tradición enseña que lamentamos la pasada destrucción de Jerusalém y su Templo no solamente por medio del ayuno sino internalizando las causas que condujeron a ella. De acuerdo a un relato en el Talmud, Jerusalém fue destruida porque la sociedad judía de la época solamente se regía por la ley y no se veía a sí misma obligada a ir más allá de la misma. Cuando una sociedad no se siente obligada a imperativos morales mayores y en su lugar se esconde detrás de un lenguaje real pierde su rumbo y socava su legitimidad.

El informe Edmund Levy acerca del estatus de la ocupación de Judea y Samaria viene al caso. Mientras que las potenciales repercusiones políticas han sido evitadas por ahora derivándolas a un burocrático agujero negro, es nuestra obligación no ignorar la miopía moral y el fracaso social quesus repercusiones pueden generar.

Quitar el estatus de ocupación ya sea como resultado del hecho que Judea y Samaria son parte de la patria ancestral del pueblo judío; o, como el juez Edmund Levy manifiesta, nunca fueron parte de ningún estado soberano del cual hayan sido anexadas, no es solamente políticamente irrelevante, sino irrelevante desde el punto de vista moral y judío. El control de Israel sobre Judea y Samaria es una ocupación porque estamos ocupando un pueblo que como nosotros tiene derecho a su expresión nacional soberana e independiente.
La consecuencia del actual statu-quo, bajo el cual la mayoría de los israelíes apoyan una solución de dos estados pero creen que nada no podemos hacer nada más por nuestra parte  parte para implementarlo, es producto de un discurso político vacío de valores que no sean seguridad y auto-conservación. Ya que el pueblo palestino no pierde oportunidad de perder oportunidades, nos consolamos con el mito de vernos como no ocupantes de tierras, simplemente olvidando la gente que la habita.

Una ocupación es justa en la medida que es producto de una guerra justa y de que todo conduce a finalizarla, tomando en cuenta las necesidades de seguridad de cada parte. Mientras que este criterio otorga a Israel una calificación aceptable que  no puede permitirse que anestesie nuestros principios y aspiraciones.

Cuando uno vive en un guetto uno se ve obligado a hablar consigo mismo y por tanto puede engañarse respecto a la veracidad o legitimidad de sus propios argumentos. Una de las principales preguntas que debemos hacernos es si queremos que Israel sea una puerta cerrada o una puerta de acceso al mundo. Como un guetto rodeado de enemigos que pretenden delegitimizarnos y sólo buscan dañarnos, es cómodo recluirse en el abrazo envolvente de una retórica legal o religiosa que sólo nosotros entendemos porque – así creemos - sólo nosotros somos verdaderamente objetivos. Ese tipo de guetto puede posicionarnos para defender nuestras fronteras de amenazas inmediatas. Sin embargo es un una posición rotundamente inadecuada para enfrentar peligros estratégicos de largo plazo, y más aun, los fracasos morales que nos ponen en peligro en nuetro propio seno. Son este tipo de peligros los que tendemos a minimizar o calificar como secundarios en medio de la crisis del día. La obligación de internalizar la destrucción de Jerusalém hace casi dos mil años es un permanente intento por parte de nuestra tradición de superar esta tendencia.

Israel como puerta de acceso al mundo no sólo pretende defenderse de sus enemigos sino construir nuevos puentes con nuestros aliados. Nosobliga a dejar de hablarnos entre nosotros e invitar a otros a la conversación. La ocupación de otro pueblo y la aplicación de estándares que no no querríamos que nos apliquen a nosotros es una violación de principios judíos y de un discurso moral internacional. Negar la existencia de un pueblo palestino o ignorar que Israel los ha puesto bajo gobierno militar por medio de citas bíblicas que aluden al derecho divino del pueblo judío respecto a la tierra, o argumentar acerca de la complejidad histórica y legal de las fronteras y que somos dueños de Juedea y Samaria es romper esos puentes y consolidar en nosotros la mentalidad guética.

La existencia de Israel como estado soberano del pueblo judío y su derecho a implementar políticas que concuerden con sus necesidades de seguridad es irrefutable. Ese hecho y ese derecho pueden posponer la finalización de la ocupación del pueblo palestino hasta tanto esas necesidades de seguridad sean satisfechas. Pero esto  debe hacerse tomando en cuenta los valores judíos y morales que son parte de nuestra sociedad, y no declarando el triunfo en un monólogo del que sólo nosotros participamos, y del cual somos juez y parte.


Israel es fuerte cuando internaliza el aprendizaje de nuestros previos errores. Hacemos duelo por la destrucción de Jerusalém a través de la construcción de una sociedad mejor, donde nuestras aspiraciones morales nunca se vean empañadas por las contingencias políticas del presente ni silenciadas detrás de los muros de la argumentación legal.


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