El laberinto del Nobel

Amos Oz, escritor israelí para el siglo XXI

Quienes hemos tenido el privilegio de frecuentar círculos y tertulias intelectuales en Nueva York, París, Londres, Berlín y México, por nombrar solamente algunas de las ciudades donde pasa la cultura del mundo de un modo intenso y vital, sabemos que una plática frecuente de los medios culturales gira cada año en torno a los nombres de autores “nobilizables”, esto es, de autores que por su trayectoria, por sus méritos, por el impacto de su obra y, en ocasiones, por más o menos veladas razones de “geo política”, son candidatos “relativamente” firmes para obtener el que ha sido reputado como máximo galardón de las letras universales.

Se sabe: hay Nobeles olvidables y Nobeles merecidos que nunca llegaron a la meta: Borges es un caso típico de Nobel frustrado, de escritor que lo merecía y jamás lo obtuvo. Cela es un Nobel muy probablemente merecido literariamente pero, a la vez,  muy poco “políticamente correcto”, aunque por el momento en que fue otorgado el galardón y atendiendo al retorno de España a la democracia y al seno de la civilización europea, se entiende que José Camilo Cela fuera una figura de consenso entre izquierdas  y derechas.


En 2009 el Nobel estuvo más que discutido, los académicos suecos dudaban. Había extremos, o  al menos aparentes extremos. Los circunspectos eruditos, lingüistas y críticos optaron por lo seguro, o por lo menos jugado: el Nobel 2009 de Literatura lo obtuvo la ciudadana de origen rumano y residencia en Alemania Helga Müller, una buena escritora, sin duda, una creadora que había sido víctima de la dictadura comunista en su país de origen, una perseguida. Bien por Helga, claro.

Pero entre los otros candidatos danzantes había dos que representan, al menos a nivel de la opinión pública, dos extremos candentes y mucho más comprometedores a la hora de la elección.
Uno emplea el seudónimo de Adonis. Otro ha optado por el nombre, fácil de retener, de Amos Oz.
Empecemos por Adonis, quien vive en París. Adonis o Adunis es el seudónimo de Ali Ahmad Said Ester, poeta y ensayista sirio nacido en 1930, ha desarrollado su carrera principalmente en Líbano y Francia. Ha publicado más de veinte libros de poemas en árabe, y es considerado desde hace varios años uno de los aspirantes a obtener el Nobel.

Lo conocí en Venezuela y lo entrevisté en París. Hay tres palabras claves para definirlo, palabras que ya están cifradas desde el inicio en su seudónimo: narcisismo, autorreferencia, talento.
Adonis gusta de fumar, de vez en cuando, habanos cubanos, de los buenos: Monte Cristo, Cohiba,  José Luis Piedra.
Habla francés con la perfección de quien sabe que París vale la pena, “París bien vale una misa” , había dicho hace mucho tiempo un rey sin demasiados fueros pero con mucha ambición.
Por su origen, por su significación, aunque él mismo no sea muy conciente del asunto, o lo disimule, Adonis, además del narcisismo encerrado en la elección conciente de su nombre, representa el mundo “muslim”.  Al menos para los medios de comunicación y para el resto del mundo que no frecuenta el “quartier latin”.

En el otro lado, como candidato al Premio Nobel, aparece el eximio escritor Amos Oz, un judío reflexivo, plural, abierto.
Nacido en Jerusalén, el 4 de mayo de 1939, su nombre de nacimiento es Amos Klausner. Además de autor de ficciones es un ágil  periodista israelí, considerado como uno de los más importantes escritores contemporáneos en hebreo. Premio Israel de Literatura (1988); Premio Goethe de Literatura (2005) por su libro autobiográfico “Una historia de amor y oscuridad”. Su posición política jamás fue fácil ni maximal, ni extremista, al contrario, fue uno de los fundadores del movimiento pacifista israelí Shalom Ajshav. Es profesor de Literatura en la Universidad Ben-Gurión de Beer Sheba, en el Néguev y miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes.
En 2007 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Sefarad, la actual España, lo supo reconocer.
No se trata aquí de discutir la calidad literaria de la buena escritora en alemán, de origen rumano, la querida Helga Müller. Se trata de preguntarse si no hubiera resultado conveniente otorgarle el Nobel a Amos, un  indudable talento judío que escribe en hebreo sin dejar de estar atento a los vientos del mundo.

Para los lectores amigos que no leen hebreo o que no conocen a  Amos, he aquí una recomendación disfrutable: lean “In the land of Israel”.
Se trata de un libro magnifico, realista, para nada maniqueo.
Un libro que demuestra que más allá de fútiles polarizaciones geopolíticas y convenencieras, Oz tiene méritos suficientes para degustar el sabor de los máximos laureles.

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