Lógica privada

Tal vez toda esta nota puede reducirse a discutir la siguiente idea de Platón: para gobernar a los otros, primero hay que poder gobernarse a uno mismo. Platón supone una homología entre el alma y la polis: un ser humano y una ciudad-estado en el fondo se manejan con una misma lógica donde una racionalidad central debe regir por sobre el resto de nuestras funciones. Claro que la propuesta aristocrática platónica nos puede hacer mucho ruido, pero no deja de ser un buen dispositivo crítico para repensar el rol de un gobernante.

¿Qué es gobernarse a sí mismo? En Platón es anteponer el ejercicio de nuestro pensamiento a las otras partes del alma, por ejemplo a la irascible o a la hedonista. Un hombre justo es entendido como aquel donde la razón garantiza que cada parte del alma cumpla con su rol. Por ello, un hombre dominado por la búsqueda de placer o de riquezas o de la fama resulta un ser injusto. ¿Pero sucede lo mismo en las sociedades? Para Platón, debería. Al gobernante se le exige ser la razón de Estado y por ello amalgamar los diferentes intereses bajo una racionalidad pública común.

Un gobernante no debería tener ningún otro propósito que alcanzar una sociedad justa. Pero en general la función de gobierno se corrompe cuando el modelo del que gobierna no es el fin público sino el interés privado. Y a veces, aun concediendo que haya una vocación de gobierno, está claro que alguien que entiende la función ejecutiva a partir del modelo empresarial va a entender el bien común como entiende el bien privado. Es como si pensáramos que una persona justa es aquella que en vez de estar dominada por su razón, lo está por su deseo de lucro. Todo lo que haga va a estar condicionada por este objetivo. Con la función pública pasaría lo mismo: se piensa al Estado como una empresa y se actúa en consecuencia.


Para gobernar hay que poder gobernarse a uno mismo, pero la cuestión es ¿cómo me gobierno a mí mismo? Si en mi vida privada los aspectos mercantiles rigen la totalidad de mi ser, ¿no estaré luego mercantilizando la vida pública? Si en mi vida privada construyo una moral del egoísmo, la lujuria elitista y el hiperconsumo para pocos, ¿cuáles serán mis principios de justicia social? Se podría incluso abrir el debate y plantear la inversa de la filosofía platónica: no importa cómo me gobierno, sino como gobierno a los otros. Es un argumento posible. De hecho toda la modernidad política se erigió en la separación entre lo público y lo privado. Por eso, lo importante es enfocar la discusión a los modelos de eficiencia y gestión: ¿qué sucede cuando la racionalidad pública es cooptada por la racionalidad empresarial? ¿Qué sucede cuando se piensa la cosa pública desde la lógica privada? Podría darse el caso de gobernantes que asistan a boliches donde haya trata de mujeres, pero que emprendan políticas públicas en contra de este flagelo. Podría, pero mientras la racionalidad empresarial siga rigiendo la vida pública, la trata de mujeres -como toda actividad que se aproveche de la exclusión social-, continuará creciendo.

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