África en Israel

Los saltos de la vida

Tal vez por esa costumbre que tenemos los de cincuenta para arriba de desenterrar recuerdos polvorientos, o simplemente porque la realidad se impone, últimamente me volvió a la memoria una imagen que data de a fines de los ochenta o principios de los noventa: mi primer encuentro con los «olim jadashim» (nuevos inmigrantes) etíopes. Como a la pequeña localidad en la que yo vivía en aquella época los recién llegados no llegaron, mi primer «encuentro» con ellos fue por televisión.

Aquella mañana había viajado a la ciudad cercana a hacer compras y trámites de rutina. Apenas bajé del ómnibus la vi. Ella caminaba por la calle principal, contoneando su esbelta y sensual figura color chocolate con los ojos bien abiertos. Parecía subyugada por cada uno de los componentes del infinito y desconocido mundo que tenia frente a sus narices. El bebé, que habría tenido algo más de un año, se contoneaba al compás sobre sus espaldas, literalmente «embolsado» en una especie de chal gigante que hacía las veces de «cargador», y que sin duda poco tiempo después inspiraría los primeros portabebés estilo tradicional tan en boga en estos días.
A partir de aquel primer encuentro sucedió algo paradójico: el número de nuevos inmigrantes de Etiopía aumentó considerablemente pero nosotros, los israelíes de tez clara, cada vez los veíamos menos…

Quiero creer que tuvo que ver con el hecho de que sus nuevas fisonomías pasaron a formar parte del paisaje cotidiano pero, lamentablemente, y a pesar de los tantos años transcurridos, sé que también se debe a que los entonces nuevos inmigrantes y ahora ya ciudadanos veteranos, e incluso sus hijos sabras, continúan soportando una actitud marginadora de nuestra parte, los «blancos», discriminación que por lo general elegimos no ver.
(Asociación libre: Con esto del color de la piel suceden cosas curiosas. Por ejemplo, los latinos en Israel formamos parte de la población «blanca» mientras que si hubiésemos llegado a Estados Unidos seríamos de «raza latina»… )

Las vueltas del destino hicieron lo suyo y cerca de tres décadas después de su llegada al país la comunidad etíope experimentó un repentino salto ascendente en el rango social. Este despunte no se debe a que se los discrimine menos sino a la azarosa llegada en los últimos años de contingentes de africanos, integrados por refugiados políticos e infiltrados que cruzaron el desierto en búsqueda de mejor vida y dadas las leyes de la selva, no tuvieron más remedio que ubicarse en el escalafón más bajo de la sociedad.
Sería lógico imaginar que los ciudadanos etíopes "celebrarían" de alguna manera el impetuoso empujón ascendente que involuntariamente le dieron los "nuevos" recién llegados, pero ellos no están para festejos. Ahora la tarea es doble: además de seguir luchando contra la discriminación –que sufren aún quienes lograron concluir una carrera académica– tienen que estar atentos para alcanzar a gritar a viva voz y a tiempo «¡soy   etíope!» para salvar el pellejo y evitar que israelíes enfurecidos los aporren por confundirlos con sudaneses o eritreos.

La ira que en los últimos tiempos desborda a muchos habitantes de los barrios del sur de Tel Aviv –en donde existe la mayor concentración de refugiados e infiltrados de origen africano– en contra de sus nuevos vecinos, va mucho más allá de un problema racial. Un ejemplo: el otro día entrevistaron en el noticiero a una familia israelí que estaba preparando la mudanza en vísperas a abandonar el departamentito que alquilaban en esa zona de la ciudad. ¿Qué pasa, no les gusta más el barrio? No. Resulta que el dueño de la propiedad no quiso renovarles el contrato ante la negativa de la familia de aceptar triplicar el monto del alquiler… Sucede que esa propiedad de ahora en más no será alquilada como departamento sino por cama: con diez camas, el dueño triplica sus ingresos.

Paralelamente, también se habla de intereses creados y ocultos bajo la mesa sobre la que se toman las decisiones. Por un lado, la balanza se inclina por echar a una comunidad que suma varias decenas de miles de personas, que si bien llegaron ilegalmente, también lo hicieron con necesidad y ganas de trabajar. Por el otro, se continúa importando mano de obra barata de diversos países mediante agencias intermediarias que obtienen sus ganancias del importe que los trabajadores extranjeros les pagan para que les consigan trabajo…
A mediados de junio partieron en un vuelo especial, con destino a Sudán del Sur, 120 sudaneses que habían llegado al país años atrás, antes de que su país de origen proclamase la independencia. Fue el primer grupo de personas que efectivizó la opción de participar en la polémica iniciativa gubernamental conocida como el plan «Volver a casa», lo que les permitió ahorrarse el drama y la angustia de vivir perseguidos (últimamente incrementaron las olas de arrestos) y al mismo tiempo recibir, al subir al avión, la suma de mil euros. La iniciativa, aún en marcha, despertó severas críticas dentro y fuera del país, incluso de parte de comunidades judías de la Diáspora.

En hebreo denominan este paso «una gota en el mar». Según los datos que se manejan en los Medios, la comunidad de refugiados e infiltrados de origen africano que reside en Israel suma alrededor de 60.000 personas y solo en el presente mes atravesaron ilegalmente la frontera con Egipto otras 600 personas.
Aún no está claro cuál será el destino de la comunidad sudanesa y eritrea de Israel pero por el momento, tienen una meta en común con los ciudadanos israelíes de origen etíope: seguir luchando en contra de la discriminación y por la vida digna que todos se merecen.

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