La Demografía del temor

El pueblo ha perfeccionado una nueva arma en nuestro arsenal para crisis, un arma garantizada para reunir la requerida cuota de miedo y preocupación necesaría para estimular la vida judía comunal – la demografía.  Como pueblo hemos reemplazado la visión con la crisis como la fuerza y motivación centrales para la identidad, la filantropía y la unidad.  Hemos encontrado entre la plétora de estudios demográficos una inagotable mina de oro.  Ahora tenemos una fuente sin fin para alimentar nuestro temor.

Como el pueblo al que llaman “siempre a punto de morir” podemos deleitarnos en estadísticas que o apuntan a la acelerada asimilación, o a la falta de afiliación,  o a los casamientos mixtos, o a la alienación, o al menor compromiso y al distanciamiento de Israel o a la siempre creciente comunidad ortodoxa, sea en Israel o en Nueva  York con la crisis del futuro judío que un crecimiento tal puede presagiar.  Si los números no son los suficientemente alarmantes, entonces podemos combinar dos grupos, como por ejemplo, árabes y haredim para poder lograr la lúgubre predicción de una mayoría no sionista en Israel en un futuro muy cercano.

Aunque algunos demógrafos obtienen un pingüe beneficio de la demografía del miedo.  Mi intención no es atacar al mensajero.  La demografía puede jugar un rol invalorable en empoderar, dar forma y guiar la visión de nuestro pueblo.  El problema no radica ni en el demógrafo ni en la demografía, per se, sino en su celebración de la crisis que está manipulando la vida social judía.  

El propósito central de la demografía es alertarnos a los cambios en el estatus quo y a nuevas corrientes dentro de nuestras identidades individuales o colectivas, para que podamos adaptarnos y responder con efectividad e inteligencia.  La demografía del miedo, sin embargo, funciona en el sentido opuesto.  Paraliza y crea un sentimiento de desamparo, a medida que la comunidad judía o Israel son retratados como siempre girando fuera de control hacia un futuro auto-destructivo.  Como el siempre abusado niño de la historia, parecería que sin una constante dosis de miedo no podemos despertar de nuestro adormecimiento, vernos o conectarnos con nuestra realidad.'

No somos una comunidad siempre al borde de la muerte.  Somos sin embargo una comunidad siempre cambiante.  El único rasgo permanente de la vida judía es que el judaísmo es una fuente de desacuerdos, y no de cohesión.  Que cualquier límite que elijamos para definir nuestra identidad central será invariablemente cruzado mucho antes de que tenga tiempo de arraigarse.  La característica principal que define a la vida judía del Siglo XXI es que las diferencias son más extremas y el cruce de las líneas divisorias más acelerado.


 La identidad judía no comienza con un sistema de valores o prácticas sino con un compromiso a un pueblo particular y a una identidad colectiva.  En consecuencia, un nuevo converso debe primero declarar “Tú pueblo es mi pueblo,” antes de decir “Tu Dios es mi Dios.”  En todas las generaciones, la identidad con el pueblo judío llevaba consigo diferente equipaje.  Durante una gran parte de nuestra historia este equipaje incluía la persecución, la discriminación y la alienación de las comunidades políticas y religiosas que los rodeaban. Ser o convertirse en un judío requería internalizar la realidad de la identidad colectiva judía, llevar sus cargas y desafíos sobre las espaldas mientras se participaba del viaje de la vida judía y se contribuía a su crecimiento y valor.

Aunque algunos de los viejos retos aún siguen vigentes, ahora enfrentamos nuevos desafíos, desafíos de identidad, continuidad y excelencia espiritual y moral.  Pero nuestra respuesta debe continuar siendo la misma.  Quien es el pueblo judío no es una cuestión neutral de estadística, sino un detallado plan para los parámetros de mi lealtad.  Amar al pueblo judío significa no meramente salvarlo de muerte inminente sino también hacer un lugar para sus miembros alrededor de la mesa en las siempre cambiantes imágenes que asumen.  Como parte de un pueblo, debo aceptar quienes son los judíos y también la forma que ha tomado el judaísmo, aún si ese judaísmo puede diferir del mío.

Quienes son el pueblo judío no es una crisis o una tragedia o un “cáncer” creciendo en medio de de nosotros.  Es simplemente quienes somos, la identidad de nuestra comunidad sin la cual yo no soy “yo,” sin ellos el judaísmo no tiene ningún sentido.  En teoría, podría fantasear acerca de pertenecer a un equipo diferente o a un equipo con una composición diferente.  Esa fantasía, sin embargo sólo puede impactar mi trabajo, no mi lealtad.

Quiénes somos no es necesariamente quiénes deberíamos o podríamos ser.  Y en el mercado abierto de las ideas podemos todos esforzarnos para moldear quién seremos.  El gran beneficio de la demografía es que permite visiones e ideas diferentes adaptar sus estrategias educacionales para maximizar su potencial efectividad en moldear al futuro.

No necesitamos una demografía de temor, necesitamos una demografía de aspiraciones y responsabilidad.  Por ejemplo si estamos preocupados por una comunidad judía, tanto sea en Norteamérica como en Israel, con el número de voces liberales disminuyendo permanentemente y en la cual la seriedad es llevada por una población haredí, con privaciones financieras, actitudes insulares y siempre en aumento, en lugar de temor y desesperanza debemos ponernos a trabajar.  El pesimismo es un lujo que no nos podemos permitir.  Necesitamos usar nuestro talento para crear una realidad diferente, para quitar las políticas autodestructivas y ofrecer una visión alternativa persuasiva y convincente sin jamás sucumbir a demonizarlos, quitarles legitimidad o a la bifurcación.  

En la demografía encontramos un aliado que pone un espejo delante de nosotros, enseñándonos lo que es.  Como judíos nuestra tarea no es lamentarnos y llorar por el presente ni tampoco sujetarnos a el; nuestra tarea es seguir siendo leales a nuestro pueblo y a una visión de su futuro, y así disipar la desesperanza y ponernos a trabajar.  

Fuente: http://www.hartman.org.il/te:  
Traducido por Ría Okret


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