Enlace de extramuros: Mark se casó con chan

Son las siete de la tarde, me hago el mate mientras afuera España sufre su dilema de la bolsa o la vida. Para distraerme de los problemas económicos que acucian a la Madre Patria que nos conquistó, entro en mi Facebook. Veo los comentarios y las manitos de “me gusta” en algunas de las publicaciones que he hecho recientemente. Me llama la atención que una de mis fotos tiene 55 “me gusta”. ¡Pa!, pienso, ¡qué éxito fotográfico!”.    A un lado, a la derecha de mi muro observo la barra de actualizaciones. Ese boletín instantáneo de la actividad facebookera, que se renueva cada micro segundo.  (Esther ha indicado que le gusta “Mi pequeño Pony Reload”. A Jorge le gusta el estado de Agustina (Agustina está embarazada o a qué estado se refiere. ¿Al estado nacional? ¿Es patriota Jorge?  Álvaro ha hecho un comentario en la foto de Pepito “todos somos Malcom X”.  La vida en las redes sociales se mueve al ritmo de un cardumen ictícola en holograma. Todos creemos estar juntos en un espacio que ni existe ni nos conecta de forma presencial.

Entonces una de mis amigas ha comentado en una foto de un casorio la frase “Mazal Tov”.  El rostro masculino de la foto me suena familiar. Me suena con los acordes de un klezmer lejano. Mi mente busca en la memoria del disco duro mental ese rostro de nariz irrefutable y cabello ensortijado que brilla con los efectos de un shampú de manzanilla.  (¿Quizás un compañero de la tnuá que se casó?). Mi curiosidad se asoma a la cerradura cibernética y allí observó al novio que ha contraído el enlace. Sin duda su cara de judío descendiente de la estirpe Yeke  me suena de algo (¿del gan? ¿De la hashomer? ¿Del Ariel?) Miro debajo de la foto y sobre miles de comentarios se ve la estrafalaria cifra de  1.560.058 personas que les gusta eso. Y ahora  1.560.059…  1.560.060. ¿Un millón quinientos sesenta mil sesenta? (Ahora mis 55 “me gusta” parecen un minucia)  Alzo la vista intrigada y caigo en la cuenta que estoy en el perfil de nada más y nada menos que el creador de Facebook. Mark Zuckerberg (suenan trompetas). Mark sonríe de la mano de una oriental ilustrada y valiente.   Pero no una oriental de las de este lado del Paraná Iguazú, sino de las que comen “aloz con palito” y toman té de jazmín.

Junto a un Zuckerberg que vale más de 19.000 millones de dólares en acciones y  que cuenta con un millón de amigos (a lo Roberto Carlos) sonríe. No es para menos.  Es el perfecto chico judío que toda suegra quisiera para su hija. Ahora las madres no quieren un médico judío. Quieren un CEO de una red social exitosa.  Chan lo conquistó entre té y arroz y más té  y más arroz hace nueve años.  Él que antes tenía problemas de incontinencia intestinal le agradeció el estreñimiento.  Parece que le mandó una solicitud de abrazo y ella no pudo resistirse.  Ella lo invitó a jugar al Sims y el la visitó en su casa virtual y ahí nomás en el sillón de la casa Sims se revolcaron por el suelo virtual.  La verdad sea dicha, ella estuvo con él antes que el boom del Facebook estallará, lo que deja por el piso a las lenguas viperinas que nunca faltan.  (Comentario en su muro de Facebook de doña Rosa, escoba en mano y ruleros bajo el pañuelo: “Y… seguro esta por el dinero porque con esa cara de buenas noches que tiene él….).

En las múltiples notas que salen en la prensa la gran olvidada es:  La pobre idishe Mamele  de Mark.  Esta mujer, esposa de un dentista y madre de varios Zukerberitos, ha padecido día tras día un noviazgo que toda madre judía teme. El casamiento con una chica no judía (o goi para las amigas de la madre). La pretendiente en cuestión puede ser la novia más maravillosa del mundo, (como se nota que es la adorable Priscilla Chan), que además se graduó de doctora el mismo día del casamiento mientras que él cotizo en Wall Street más alto que nunca.

Pero para una verdadera idishe mame, no hay verdad más grande que las siguientes:

La esposa de tu hijo debe parecerse a ti lo más posible. (Tener los ojos rasgados y pronunciar “aloz con palito” no entra en esta categoría)

La esposa de tu hijo debe saber al menos dos canciones en idish y cantarlas contigo los viernes en el shabat. Las discusiones deben ser en vivo y en directo y no por chat, porque en el chat no se puede interrumpir al que habla.

La esposa de tu hijo debe saber cocinar “casi tan bien como tú”, pero nunca mejor que tú para que puedas darle siempre consejos para hacerlo mejor.

La esposa de tu hijo no puede llamarse Pirsicilla Chan (¿una mezcla de nombre de esposa de Elvis Presley y el actor Chucky Chan?)

En la boda de tu hijo el menú debe ser típicamente ashkenazi: kneidelaj, knishes, guefilte fish, etc. Y nunca sushi como se sirvió en la boda de Markito Z. ¡SUSHI EN UN CASAMIENTO JUDÍO! Y para el colmo el postre eran ratones de chocolate. Y todos sabemos que el ratón no es kosher.

Que sufrimiento profundo y secreto vive esa pobre madre que intenta cubrirse de un manto de tolerancia pero en el fondo desearía que su nuera abrazara la fe judía con la misma devoción que abraza a su pequeño retoño.  Para colmo, elige como lugar de luna de miel: ROMA, la cuna de la Iglesia Católica, visitando  catedrales y vaya a saber una que otras herejías. Pero en realidad se dice por ahí que ella es atea y él es agnóstico. La mamele le preguntó: Pero hijo… ¿En qué religión piensas NO educar a mis nietos?

A la madre de Mark le preguntaron si creía que Chan estaba con él por amor o por interés, y ella contestó que seguro que era por amor, porque interés no mostraba ninguno.

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