La sociedad israelí necesita un nuevo enfoque de los refugiados

Israel está basado en dos narraciones judías opuestas y a menudo contrarias.  Una habla de la continuidad de los valores judíos y la otra del valor judío de la continuidad.  La primera armoniza mucho con los ideales morales expresados en el mandato bíblico de recordar que fuiste esclavo en la tierra de Egipto y nuestro deber es usar nuestro sufrimiento pasado para crear una sociedad comprometida con el más elevado nivel de sensibilidad a otros, en particular a los que sufren como lo hicimos nosotros.  Como un pueblo que se especializó en no tener estado y en ser oprimido, la judeidad de Israel nos obliga a ser una sociedad que siente una gran afinidad por, y la subsiguiente responsabilidad por  aquéllos que se encuentran en un predicamento similar.  Según esta narración la idea de limitar el acceso a refugiados africanos o limitar nuestra responsabilidad para con ellos es moralmente inconcebible y éticamente reprensible, puesto que es un pecado contra las consecuencias de nuestras memorias colectivas.

La segunda narración mira a nuestra historia de sufrimiento y existencia precaria durante siglos, abraza el valor de la vida y la supervivencia y ve a la soberanía judía y un compromiso con su viabilidad la respuesta necesaria.  La soberanía judía está donde está la supervivencia del pueblo judío, es un valor y una prioridad tanto para el individuo como para la sociedad como un todo.  Una política hacia los refugiados africanos que no apoya o resalta este valor es percibida como contraria a la razón de ser del Estado y un pecado contra la memoria judía.  

Estas dos narraciones han creado una separación dentro de la sociedad israelí en sus extremos y paradójicamente ha servido como base para una política insostenible en su centro.  En los polos políticos, los individuos se han alineado con una de las narraciones, una que aboga por una política para refugiados sin límites, y la otra que ve a cada refugiado como una amenaza existencial para la judeidad de Israel.  La mayoría de los israelíes sin embargo, se sienten obligados por ambas narraciones y reconocen que la judeidad de Israel depende de una amalgama de ambas.  La tragedia y el fracaso de Israel en sus políticas hacia los refugiados, sin embargo, están basados en la naturaleza de la forma en que estas dos narraciones han sido unidas. 

En el Israel moderno hemos combinado las dos narraciones secuencialmente.  En vez de tratar de integrar las dos, cada una es dominante en su propia área bien definida.  La primera narración, es decir, la continuidad de los valores es dominante en lo que se refiere a aceptar a refugiados africanos en el Estado.  El hecho de que no se haya destinado recursos significativos para cerrar la frontera sur antes del aumento de la amenaza a la seguridad desde el Sinai fue una indicación de la básica impopularidad de negarles el acceso a individuos que escapaban a la persecución.  La segunda narración, sin embargo, ha dominado la conciencia y la política israelí en cuanto al trato de estos individuos se refiere una vez que se han convertido en refugiados dentro de nuestras fronteras. Una vez que están aquí la mayoría de la sociedad de Israel no tiene ningún interés en ellos o en sus necesidades y deja de verlos, excepto cuando uno de ellos comete un crimen.  Esta manifestación secuencial crea una autosuficiencia moral inmune a la autocrítica, puesto que el mito de la lealtad a la pureza de cada narración es mantenida en sus definidas circunstancias.  

En realidad, todavía estamos separando a las dos en vez de integrarlas.  El valor de la continuidad nos hace sentirnos obligados en el punto de entrada de Israel y la continuidad de los valores judíos debe hacernos sentir obligados también después que han llegado a nuestras puertas.  Ninguna sociedad puede mantener su identidad sin control sobre sus políticas de membresía.  El tamaño de la población de Israel en relación a la enormidad de la opresión que enfrentan incontables individuos en África obliga a Israel a emprender una seria evaluación de la parte de responsabilidad que puede soportar al responder a esta crisis humanitaria.  Como un estado judío comprometido con la continuidad de valores y como co-signatario de la Convención Sobre el Estatus de los Refugiados, no se le puede permitir al valor de la continuidad judía hacer que esquivemos nuestra responsabilidad o estemos sordos a las necesidades de otros. Como un país fuerte y exitoso con una clara y sostenible mayoría judía tenemos la capacidad de asimilar a miles de individuos por año sin debilitar nuestra identidad nacional.  Dado el tamaño de Israel y el valor de la continuidad nacional judía, sin embargo, el número no es ilimitado.  Necesitamos determinar una política realista que reconoce tanto nuestra responsabilidad como judíos y nuestra responsabilidad al pueblo judío.  Una vez que esta política sea puesta en práctica, las puertas de Israel no deben estar limitadas al traicionero terreno del desierto del Sinai sino que deben estar abiertas a los necesitados por medio de nuestras embajadas en todo el mundo.

Más significativamente, el número de refugiados debe ser determinado por nuestra capacidad económica y social de proveer a nuestros nuevos ciudadanos con una buena vida conmensurada con nuestros valores como judíos y las oportunidades económicas y la red de seguridad social provista por el Estado de Israel.  Como una sociedad comprometida con la continuidad de los valores judíos no podemos permitir que ninguna discriminación eche raíces en nuestra sociedad.  Ni tampoco podemos alegar que un tratamiento generoso de los refugiados alentará a otros a venir.  Al amalgamar completamente las dos narraciones mencionadas al más elevado nivel de decencia moral no percibiremos que estemos socavando nuestra identidad nacional sino que lo veremos como nuestra mayor fuente de fuerza.

Con el sionismo el pueblo judío ha entrado a la arena de la soberanía política con todos sus dones, desafíos y oportunidades.  Necesitamos defender nuestras fronteras y defender nuestra identidad nacional.  Pero también tenemos que asegurarnos que no creemos un estado cuya política de fronteras es judía pero la vida dentro de las fronteras no transcurre con los más altos estándares de los principios morales judíos.  Como judíos hemos madurado lo suficiente en nuestra aplicación de la política de fronteras pero también tenemos que hacerlo cuando se trata de nuestra política interna.  Hemos creado nuestro estado judío precisamente para una oportunidad así.  Es hora de que lo abracemos y movamos a nuestra sociedad a alturas más elevadas.
Fuente: http://www.hartman.org.il/Blogs_View.asp?Article_Id=955&Cat_Id=273&Cat_Type=Blogs

Traducido por Ría Okret

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