Israel festeja sus primeros 64 años

alt"La necesidad tiene cara de hereje", dice el dicho castellano. Es solo una cara de la moneda: si bien es cierto que a veces la penuria y la escasez hacen aflorar la cara más sombría del ser humano, también lo es que, como lo dice un refrán en hebreo, cada dificultad a sortear, cada escollo en el camino, es a su vez una fuente de nuevas oportunidades. El Ministro de Ciencia y Tecnología de Israel, un hombre sabio con quien tengo el honor de trabajar, prefiere decir, al ser preguntado constantemente sobre el secreto del éxito de Israel: nada hay mejor que el filo de la guillotina acercándose al cuello para aguzar el pensamiento. En otras palabras, la necesidad hace al ingenio humano, lo nutre y lo cultiva.

Ya es ampliamente conocido que, a pesar de ser un país desértico, o justamente por ello, Israel se convirtió en pionero y líder indiscutido en aprovechamiento del agua, desalinización, irrigación y reciclaje de aguas residuales. Esta vez quiero darles otro ejemplo, mucho menos sabido y no menos apasionante, de cómo las dificultades y la situación de necesidad llevaron a Israel a superarse.
No todos saben que Israel se encuentra en la élite mundial en materia de tecnología del espacio. Es uno de los pocos países autosuficientes en las tres asignaturas básicas que hacen a la independencia en materia espacial para uso civil: la capacidad de construir satélites; la de lanzarlos con éxito al espacio y de ponerlos en órbita; y la de cargarlos y proveerlos de toda la tecnología necesaria para que saquen el máximo provecho a su misión exploratoria.

Ahora bien: por causa del movimiento de rotación de la Tierra, y para que el satélite consiga acoplarse a la órbita de nuestro planeta, todo lanzamiento al espacio debe hacerse en dirección Oeste. He aquí que ¡Houston, tenemos un problema!: al Oeste de Israel existe una serie de países hostiles, que bien quisieran echar mano de un satélite israelí caído a tierra por causa de un lanzamiento frustrado, como puede ocurrir. ¿Se convertirá el problema en un escollo insalvable, o en cambio dará pie a otra solución ingeniosa y sorprendente? Creo que intuyen la respuesta: para sobreponerse a esta contrariedad, los satélites israelíes son lanzados "a contramano" hacia el Este, sobre el Mediterráneo, y una vez entrados en órbita y ya a salvo se les imprime a la distancia un desvío de 180 grados rumbo a la dirección correcta. Para que esta difícil inversión de dirección sea factible, los satélites israelíes deben ser ultralivianos, aunque sin que la ligereza venga en detrimento de la calidad del aparato o de los delicados artefactos que porta consigo.

En resumen, Israel se convirtió en líder mundial en materiales ultralivianos y especialmente resistentes, sus satélites pesan menos de la mitad que cualquier otro similar y paralelamente la calidad de los aparatos de medición, óptica y transmisión desarrollados íntegramente en el país se consideran entre los mejores del mundo, de modo que las principales agencias espaciales del orbe se disputan la colaboración con Israel en la exploración espacial. Y recordemos que el espacio ya no es sólo el ámbito de astronautas con escafandra: las comunicaciones celulares, el Internet inalámbrico, los sistemas de GPS, la meteorología, la cartografía y tantas otras tecnologías indispensables y de uso diario, todos ellos se nutren del espacio como plataforma. La necesidad, en este caso y en tantos otros en estos primeros 64 años de vida del país, no tuvo para Israel cara de hereje, sino que ofició de aliciente para colocarse una vez más en posición de holgura y liderazgo. Precisamente por eso: por no tener alternativa.
Valga la aclaración: los logros de Israel no se agotan en los ámbitos de ciencia, tecnología, desarrollo, investigación e innovación. Desde el punto de vista geopolítico y geoeconómico, Israel se ha venido consolidando hasta erigirse inequívocamente en potencia regional, y es en ese contexto y bajo ese prisma que hay que analizar la manifiesta rivalidad hacia Israel por parte de los otros pretendientes a esa misma posición privilegiada: Turquía e Irán, infinitamente más populosos y extensos, ambos nostálgicos de sus respectivos pasados imperiales.

Israel se percibe hoy en día como una isla de estabilidad en medio de una zona convulsa y efervescente. Nuestros vínculos son inmejorables con una larga serie de países con los que hace apenas 20 años ni siquiera teníamos relaciones diplomáticas: Europa del Este, los países del Cáucaso, Asia Central y de la ex-Unión Soviética, Rusia, India y China. En relación a su tamaño, Israel lleva posición de punta en número de legaciones diplomáticas acreditadas en su territorio, y por su parte cuenta con más de 100 representaciones en el exterior, de los cuales una decena se abrieron tan solo en los últimos años. Los nuevos Consulados Generales de Israel en São Paulo, San Peterburgo, Cantón y Munich; las nuevas embajadas en Nueva Zelanda, Turkmenistán y Ghana, así como las representaciones en vías de abrirse en Bangalore (India), Chengdu (China) y Tirana (Albania), han pasado a engrosar la columna vertebral diplomática de Israel solamente en este último lustro. Como residente de Jerusalem, puedo atestiguar que un día sí y el otro también veo pasar caravanas oficiales y calles engalanadas con banderas de toda procedencia, de rigor sólo cuando el visitante es del rango de Primer Ministro, Presidente o Canciller. En cuanto a los ministros, delegaciones y miembros de parlamentos que vienen continuamente de visita, no tengo más que referirme al agotamiento crónico del extenuado personal del departamento de Huéspedes Oficiales de la Cancillería israelí, que no conocen pausa ni descanso.

Personalmente, puedo contar de primera mano que son decenas los ministros extranjeros que han pedido audiencia en el último año con el Ministro Daniel Hershkowitz, a cargo de la cartera de Ciencia y Tecnología. Yo mismo escuché al ministro chino de Ciencia pedirle la receta por la cual seis científicos israelíes fueron laureados con el Premio Nobel en la primera década del Siglo XXI en un país de poco menos de 8 millones de habitantes, mientras que los 1.300 millones del coloso chino aún no consiguieron ninguno. En Corea del Sur se ha puesto de moda el estudio del Talmud, en el convencimiento de que el secreto israelí radica en la discusión abierta, vehemente y sin tapujos; en ese desparpajo que para algunos parecerá desembozado y hasta un poco desfachatado, que tanto caracteriza a la sociedad israelí.

Lo que es más, Israel sigue superándose y sorprendiendo aún en temas que hasta hace unos años se habrían considerado impensables. Especialmente en la última década, Israel se fue develando como una potencia cultural. El cine israelí ha ido conquistando un lugar de honor en festivales y en la opinión pública internacional, hasta alcanzar el raro logro de ver a sus trabajos postulados al Óscar a la mejor película extranjera en 4 de los últimos 5 años. Series y formatos de TV desarrollados en Israel están siendo vendidos a numerosos países, entre ellos no menos que los EEUU y Europa; vinos israelíes son galardonados en competencias internacionales; la gastronomía nacional sorprende y enamora a cheffs, gourmets y entendidos en asuntos culinarios; y todo ello sin detrimento del número cada vez mayor de artistas israelíes destacados en escenarios del mundo en todos los ámbitos de la vida cultural.

El año 2012 encuentra a Israel en el apogeo económico de sus 64 años de existencia, habiendo sorteado con holgura los últimos años de crisis global con un crecimiento estable y sostenido y virtualmente en situación de pleno empleo. No alcanzarían unas pocas líneas para enumerar los éxitos alcanzados en la materia. Basta señalar que los ciudadanos israelíes gozan hoy en día de un ingreso per cápita semejante al promedio de la Unión Europea, por delante de países como Italia o España; que ya formamos parte de la OCDE, el selecto grupo de naciones más desarrolladas, y que hemos venido escalando posiciones en el prestigioso Informe Global de Competitividad del Foro Económico Mundial hasta ocupar el lugar 21 en el mundo, entre otros muchos indicadores de que Israel sigue marchando por la senda correcta, a pesar de la difícil realidad que objetivamente nos toca vivir.

Ya hace 25 años que vivo en Israel, y siento como el resto de los israelíes que tenemos parte en sus logros y sus aciertos. Al fin y al cabo, habitantes de cuántos países pueden darse el lujo de decir que vieron transformarse a su país frente a sus propios ojos, y fueron a su vez testigos y partícipes privilegiados del salto cualitativo dado en una sola generación: de formar parte de los países en vías de desarrollo, como lo era Israel cuando llegué aquí en 1987, a pasar al selecto grupo de las naciones desarrolladas como lo es hoy.

Por todo ello y por tanto más que aún queda por contar, tenemos mucho para festejar en vísperas del 64° aniversario de la Independencia de Israel. Cuando alcemos la copa del brindis, tendremos mucho por celebrar. Lo haremos por algo más importante y profundo aún que aquella serie de logros que fui enumerando. Lo haremos fundamentalmente por esa convicción plena y profunda de los habitantes de esta tierra de que el futuro devendrá mejor, y de que el país va encaminado a buen ritmo y con paso seguro rumbo a ese porvenir. Por el sentimiento de que tenemos mucho de lo que enorgullecernos, de que el esfuerzo vale y valió la pena, y que la seguirá valiendo. Por el convencimiento de que hemos hecho mucho y progresado más aún en estos 64 años. Por esa íntima sensación de cohesión puesta de manifiesto tanto en alegrías como en quebrantos; de que una única suerte y el mismo destino nos trajo a esta tierra, como cantaba la inolvidable Ofra Jaza. Por todo eso y tanto más, ¡Feliz día de la Independencia de Israel, Jag Hatzmaut Sameaj!

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