Mc Cartney en Montevideo

Pasada una semana después del recital de Paul McCartney en Montevideo, en uno de esos momentos de soledad y silencio que nos regala la rutina, volví a escuchar “Let it be”, el penúltimo disco (por ese entonces eran discos de vinilo) de The Beatles. Cuando Paul cantó “Two of us” en el concierto, un tema inesperado para mí, fue como si rescatara de mi memoria pasiva una serie de canciones y momentos que habían quedado allí guardados, inactivos, irrelevantes si se quiere, en mi vida actual, y quise recuperarlos. De pronto empezaron a sonar esos acordes contundentes a los que Paul nos acostumbró (como en “Things we said today” de su álbum “A hard day’s night”) y despertó en muchos de nosotros que estábamos allí recuerdos y sensaciones largamente adormecidas. Para muchos habrá sido con ese tema, para otros habrá sido con otros. Lo que probablemente todos compartimos fue esa maravillosa y ambigua sensación de nostalgia y vigencia, de recuerdos y realidad. Todo aquello que escuchamos miles de veces se hizo presente allí, en vivo, en la presencia de alguien que la mayoría de nosotros no imaginaba que vería alguna vez en su vida.

En este Uruguay próspero de los últimos años nos estamos dando el lujo de cumplir algunos sueños largamente postergados: el ejemplo más claro es el futbol, donde si bien no se repitió un “Maracaná”, en términos relativos estamos sin duda hoy en el mejor momento de la historia de ese deporte en nuestro país. Los méritos son de dirigentes, técnicos y jugadores, en el orden que cada uno quiera asignarles, pero no hay duda que la coincidencia de un tiempo de vacas gordas con los éxitos deportivos no es casual. Del mismo modo, no es casual que McCartney desembarque en nuestras orillas. De última, la ecuación es puramente económica. Vale la pena preguntarse si se trata de un sueño o de realidad: porque en la medida en que Uruguay fue avanzando en el pasado Mundial de Sudáfrica la gente fue dándose cuenta de que se sentía como un sueño, pero era una realidad; de igual modo, en la medida que avanzaba el generoso concierto de McCartney los límites entre sueño y realidad se hacían más y más difusos.

¿Hay dos Uruguay? El estadio Centenario albergó un concierto histórico sin complicaciones ni violencia. El público fue ordenado y dócil, y pese a algunas fallas menores, todo se desarrolló fluidamente. No hubo violencia en torno al Estadio, algo que no puede decirse habitualmente de ese entorno cuando de futbol se trata; excepto con la Selección Nacional. Parece haber una relación importante entre lo ofrecido y la reacción de la gente: productos de calidad (no sólo artística o deportiva, sino cultural y humana) generan calidad de reacción y comportamiento. Las expresiones más sublimes del arte o el deporte (que tiene mucho de arte) producen en la gente efectos de euforia controlada y feliz, no de desenfreno y descontrol. Aquello que vemos en el escenario o la cancha resulta  un espejo de nosotros mismos, y queremos parecernos a lo que el espejo nos devuelve. Cuando por el contrario la corrupción, la mala praxis, la desidia, la prepotencia y tantos otros males permean e invaden cualquier proyecto por noble que sea, nos contagia el desacato, la violencia reprimida, la impotencia. Generalmente vivimos en este último escenario. El concierto de Paul McCartney así como los partidos de la actual Selección Nacional son excepciones de la norma, lo “normal”.

Paul McCartney es un MBE: Member of the Most Excellent Order of the British Empire, como surge de Wikipedia; por algo muchos lo llaman “Sir” Paul. El imperio británico es el mismo que aún mantiene sus dominios en Gibraltar y en las Islas Malvinas; sus productos culturales actuales y más exitosos, como la serie “Downton Abbey” reflejan una época de gloria y esplendor largamente pasada. The Beatles y Paul McCartney en particular son británicos por donde se los mire. Sin embargo, nadie escapó a su atractivo primero y a su hechizo después, una vez que estábamos todos democrática y tranquilamente acomodados para disfrutarlo: ni los burgueses más representativos como uno ni los revolucionarios más emblemáticos y antiimperialistas. Es cierto que Paul McCartney y The Beatles son productos de una sociedad proletaria, pero representan la sociedad de consumo y dominación cultural que bajó del Norte y a la cual la izquierda combate ciegamente desde todos los medios posibles. Por suerte la buena música supera toda resistencia ideológica.

Las disquisiciones de tipo sociológico e ideológico que despertó el concierto de McCartney en Montevideo no empañan las reacciones más íntimas y personales. Cuando uno asume el desafío de escribir públicamente acerca de lo personal, casi indefectiblemente cae  por la pendiente de lo general y colectivo. Es en estas ocasiones en que nos damos cuenta cómo se construye lo que llamamos insistentemente “memoria colectiva” o fenómenos similares: una sumatoria de historias mínimas e íntimas que se agrupan, se multiplican y se potencian. Más allá de toda consideración general, con todos y cada uno con quienes he comentado el concierto y estuvieron allí, nos une una misma sensación de embriaguez y felicidad, de sueño hecho realidad, y más real aun porque no habíamos soñado soñarlo. Con sus casi setenta años, parado detrás del micrófono, con su bajo sostenido al revés de lo habitual, su movimiento rítmico y sostenido de su pierna izquierda, y su voz intacta, Paul sigue siendo The Beatles. Y nosotros tuvimos el privilegio de vivirlo.
    •    




· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos