¿Por qué Iom HaShoá resuena en la actualidad?

altIom HaShoá resuena en la actualidad no como una sustancia sino como una forma. La fecha es una invitación a pensar más allá de la amenaza palpable, a no eternizar el pasado pero tampoco el presente. Iom HaShoá transmite la impetuosa presencia de la identidad negativa, no como recuerdo de lo que fue, sino en su apertura potencial, en la medida en que descubrimos en las imágenes de la tragedia el modo en que lo “judío” designa una imposibilidad de la humanidad, la exclusión del universal que presta ilusión de coherencia a un todo barrado/fallido.

El judaísmo se erige como una identidad negativa. El concepto puede ser comprendido de diversas maneras: identidad negativa por constituirse mediante el señalamiento y aislamiento destructivo de un enemigo, es decir, la acción hostil de un Otro que tiene efecto en la formación de un Nosotros; identidad negativa, siguiendo a Slavoj Zizek (1989), si entendemos que “judío” designa, en cuanto marca ideológica, a la porción de la comunidad que no encuentra lugar en la totalización a nivel imaginario de dicha comunidad y permanece, como un elemento éxtimo (externo pero constitutivo del cierre totalizador e imaginario del cuerpo social); o también identidad negativa, en la versión que más aplicación encuentra en el debate expuesto, en términos territoriales: la existencia territorial de los judíos como colectivo con aspiraciones nacionales y no como individuos aislados, ha sido calificada de ilegítima en cuanto lugar se establecieran, lo que les ha costado constantes expulsiones y matanzas.

La identidad negativa está acompañada de rasgos trágicos y fatalistas. Arnoldo Liberman parece reflejar en sus palabras la idea condensada en la frase del refranero idish “Zeier shver tzu zain an id” (¡Qué difícil es ser judío!). Así lo expone el escritor: “…ser judío parece ser, antes que nada, eso, una dificultad, una ansiedad, por lo menos en su aspecto más vívido. No intento, claro, desconocer otros caracteres (una cultura, una idea, un sentido de comunidad), pero son posteriores: una cultura, una idea, un sentido, construidos desde un hecho básico y primario: la comunidad del riesgo, la hostilidad histórica, el abandono del mundo”.  José Itzigsohn también manifiesta la identidad negativa en el desajuste entre el judío y su simbolización socio-histórica: “Desterrados de la vida de Europa por asiáticos, malqueridos en Asia por europeos, morenos en Alemania, rubios y de ojos azules en Palestina”.
Iom HaShoá es la marca de la negatividad, el desajuste extremo que nos priva de un sentido último, de un señalamiento divino situable en algún lado, del privilegio de ser el pueblo elegido para algo, para algún propósito. Y en cambio nos ofrece la visión de lo caótico y azaroso como componentes integrales de la vida. Como nos recuerda Zizek, el principal error en la reflexión sobre las catástrofes humanas o naturales consiste en caer en la tentación de encontrar sentidos trascendentales. ¿Y si la Shoá fue una advertencia de un impiadoso Di’s por habernos apartado de la senda de la religiosidad? ¿y si fue un evento horripilante pero que finalmente prestó su servicio a la creación del Estado de Israel? ¿y si profundizó la crisis del capitalismo y lo dejó al borde del abismo? ¿y si sirvió de aprendizaje para ponerle coto a los totalitarismos? No. Una y otra vez no. Las catástrofes no tienen su sitio justo, no encuentran sentido en ninguna racionalización que las valorice. Son sólo pérdida. La memoria suprime el componente de pura pérdida en su propósito de domesticar a lo inefable. Pero nunca debemos apartar de la mente que la Shoá es ese índice de la experiencia humana en su más plena y terrible inconsistencia.
    
        

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