Jaredim en el ejército

altMi padre rompió con sus hermanos ultra ortodoxos cuando yo me enrolé en el ejército israelí. Viendo a sus sobrinos ser “reclutados al ejército de Dios” mientras mi vida peligraba en el ejército de Israel fue una brecha demasiado grande para ignorar y soportar. Lo mismo sienten cientos de miles de israelíes cada año en Iom Hazikaron en que, como mi familia, recuerdan a un miembro de sus familias en un profundo y doloroso silencio frente a sus tumbas en los cementerios militares a lo largo del país, mientras los ultra ortodoxos son sordos a la sirena en honor a los caídos y continúan caminando como si nada hubiera pasado.
 
Esta brecha e inequidad llevó a la Suprema Corte de Israel a derogar la Ley Tal, que exime a estudiantes de yeshivot de la conscripción militar. Al hacerlo la Suprema Corte expresó la justificada indignación sentida por muchos israelíes. La igualdad de derechos debe ser acompañada por la igualdad de responsabilidades; la sensación es que la comunidad ultra ortodoxa, que ha perfeccionado el arte de llevarse su parte de los recursos de la sociedad, debe empezar a desarrollar iguales habilidades en lo que hace a contribuir a las necesidades de esa sociedad.
 
En un nivel personal, el dolor y el insulto que los israelíes experimentan es entendible. Sin embargo, creo que la conscripción forzada de la comunidad ultra ortodoxa (y es el mismo caso con la comunidad árabe) es un error que no toma en cuenta la actual y peculiar naturaleza de la multinacional identidad judía en Israel.
 
Hay dos tipos principales de estados democráticos. Uno, parecido a los EEUU, crea una nueva identidad nacional de la amalgama y asimilación de grupos étnicos, religiosos y nacionales, creando así una nueva y distinta comunidad. Israel, como la mayoría de las democracias europeas, es un estado democrático de un segundo tipo, construido sobre comunidades nacionales pre-existentes que comprenden una mayoría junto con uno o más grupos minoritarios. En el modelo norteamericano el desafío constitucional es asegurar que ninguna comunidad en particular se apropie de la identidad nacional pública y compartida forzando sus valores y estándares en ella. En el modelo israelí y europeo, el desafío es habilitar, preservar, y proteger los derechos del grupo mayoritario de definir los valores y estándares de la vida pública, mientras se protegen los derechos inalienables y el espacio de las minorías nacionales.


La sociedad israelí reconoce la idiosincrasia de la minoría árabe y trabaja, unas veces con mayor éxito que otras, para proteger sus derechos. Una de las expresiones de esta actitud es la exención, ampliamente apoyada, de los árabes de la conscripción militar. Aun cuando son ciudadanos pagadores de impuestos y con derecho al voto, hay un reconocimiento de que no son del todo “uno de nosotros”, en el sentido de que son una minoría en un país cuya identidad es ser la patria del pueblo judío. Si la Ley del Retorno no aplica por igual a los árabes, sería un error exigirles igual responsabilidad en defender el país.
 
En cuanto a la ultra ortodoxia, una anomalía fundamental, incrustada en nuestra identidad nacional, precisa un arreglo similar. Por otro lado, los ultra ortodoxos son parte de la mayoría nacional judía. Al mismo tiempo, se ven a sí mismos, y son percibidos por otros, como una comunidad diferente, una minoría nacional dentro de la mayoría nacional. Puede que tengamos una narrativa histórica y una etnicidad compartidas, pero no compartimos un sistema de valores en común en lo que hace al Estado de Israel democrático y el rol del Judaísmo en el mismo.
 
Es tiempo de ser honestos: el judaísmo ultra ortodoxo rechaza los valores del Estado de Israel moderno y la legitimidad del judaísmo vivido por la mayoría de sus habitantes, mientras que esta mayoría rechaza sus valores. Ellos quieren protegerse de nosotros y consecuentemente emigran a comunidades separadas. En realidad, nosotros no deseamos compartir nuestro país con ellos y preferimos que su integración sea limitada, mientras esperamos su asimilación religiosa.
  
No hay forma de unir el Estado de Israel judío, moderno y democrático con la ideología ultra ortodoxa, y como resultado de ello muchos temen por su explosión demográfica, ya que un Israel con mayoría ultra ortodoxa simplemente dejará de ser Israel. No hay forma de que construyamos un sistema de valores comunes en nuestro espacio público. Hablamos diferentes idiomas, y nuestro judaísmo no nos une, nos separa.
 
Dentro de esta realidad la convivencia se facilita solamente a través de espacios separados y distintos, no en espacios compartidos. En tanto la mayoría otorgue suficiente espacio a la minoría ultra ortodoxa para definir sus espacios como crean conveniente, y mientras esa minoría se mantenga en su espacio y no trate de determinar la vida de la mayoría, o no viole los valores fundamentales y los estándares de democracia e igualdad, podemos seguir viviendo en paz, y a través de coaliciones políticas, unos con otros.
 
La conscripción militar obligatoria, sin embargo, desdibuja estas líneas claras y espacios separados. Una presencia reducida de ultra ortodoxos en el ejército puede tener sus propias unidades y normas. Una presencia masiva no permitiría unidades separadas y exige códigos comunes y conductas compartibles, además de una voluntad compartida de vivir juntos, algo que simplemente no existe. En la realidad actual la conscripción obligatoria, que parece ser igualitaria, resulta en un castigo desde el momento en que impone por la fuerza una vida colectiva  en una comunidad que se ve a sí misma, y es vista por el resto de la sociedad, como diferente.
 
Puede que venga un tiempo, siempre y cuando Israel deje de cometer suicidio colectivo al continuar financiando una comunidad ultra ortodoxa, en que estos judíos, plenamente integrados en una moderna fuerza de trabajo, desarrollen una corriente más moderada de la ultra ortodoxia que incorpore alguna modernidad a su Tora, pudiendo entonces asimilarse al Estado de Israel moderno y democrático. Cuando esta transformación se dé, si sucede alguna vez, la mayoría de los israelíes podrá dejar de verlos como una amenaza demográfica y podremos entonces trabajar juntos en construir una agenda de valores para nuestra patria común. Entonces, y sólo entonces, tendrá sentido hablar de participación compartida en asumir juntos el peso de asegurar nuestro futuro en común.

Traducción: Ianai Silberstein

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