Elul y la Conversación Judía: la Elección

La lectura de los nombres de las porciones de la Torá de la semana pasada y esta sugieren una ambivalencia esencial: “Ki-Tetse”, cuando salgas, y “Ki-Tavo”, cuando vengas o llegues. La primera hace referencia a la tierra y la guerra; la segunda a la tierra y sus frutos. La vida judía puede reducirse, como ejercicio intelectual únicamente, a estas dos posturas: cómo actuamos frente a terceros, cómo actuamos entre nosotros. Ambos textos abundan en preceptos de todo tipo, afirmativos y prohibitivos, inspiradores y castigadores. Ambos se apoyan en definitiva en la capacidad del hombre de elegir. Cada día de Elul el Shofar pretende recordarnos también esta cualidad innata: nuestro libre albedrío. Si en Pesaj celebramos la liberación, en los diez días de Teshuvá de Tishrei perfeccionamos la libertad.

En las últimas semanas hemos hecho un tímido e imperfecto intento de instalar en la conversación judía temas notoriamente soslayados pero ampliamente reconocidos como problemáticos: nuestro apoyo a las instituciones que nos congregan, nuestra capacidad de renovar liderazgo, nuestra reticencia a reconocernos como iguales. Los temas no se agotan, mucho menos se solucionan. Antes que nos invadan los aromas culinarios y milenarios que tanta fascinación ejercen, es bueno aplicar criterio y sentido común a nuestra vida judía. Porque si no ahora, cuándo.

Cuando preguntamos a la opinión pública judía acerca del o los problemas más acuciantes que enfrenta nuestra comunidad (“la cole”) la respuesta más inmediata y común es: juventud, matrimonios mixtos, y asimilación. El tiempo que se abre post-tnuá causa espanto. Como si de pronto veinte años de esfuerzo identitario corran riesgo de irse por la borda en poco tiempo producto del empuje hormonal combinado con la curiosidad intelectual que aventura a nuestros bien cuidados hijos más allá de las fronteras del guetto que celosamente cuidamos.

El tema es un “problema” porque es una realidad. Si en los EEUU, con toda la fuerza y los recursos puestos en la organización de la vida judía institucionalizada hay un 70% de matrimonios mixtos, no podemos negar que el tema nos toca en esta comarca. Pero si es una realidad, más vale no ignorarla; nada se modifica con la negación. Más bien, todo se transforma cuando trabajamos sobre lo que está en juego. Sucede que en general tendemos, por diversas razones, a soslayar lo obvio: que tenemos más instituciones de las que podemos sostener, que no aunamos sino que duplicamos y triplicamos esfuerzos, y que el discurso de diversidad se bastardea. Cuando no afrontamos un tema, la tendencia es al deterioro; cuando lo afrontamos, tenemos oportunidades.

Negar en forma axiomática la unión de nuestros hijos con gente de otros pueblos (como prohíbe literalmente el texto bíblico), o la unión de judíos del mismo sexo, no es sólo retrógrado, es inútil. Por su naturaleza dogmática el tema no merece siquiera discutirse. Porque así como existe un dogma existen las realidades de las personas de carne y hueso; es preferible trabajar con realidades que con dogmas.

“Cada uno es tan judío como la comunidad en la que se convierte” decía un sitio web dedicado al tema de “judíos por elección”. En inglés suena más exacto: “converts into”; hay una connotación de incorporación e identificación, no de mero trámite. Pero a los efectos del tema en discusión, la frase es válida. La urgencia ha hecho que rabinos de Montevideo que no se ocupaban del tema hoy lo estén haciendo. De modo que, siguiendo nuestra tenaz costumbre divisiva, tenemos más de una opción para quien decide “convertirse”, o sea, sumarse al pueblo. Cada cual sabrá qué opción tomar.

El tema de las “conversiones” ejemplifica el fenómeno de la ignorancia mutua. Es más fácil reconocer al “otro” como tal que a al judío que suponemos nuestro hermano. El “otro” no tiene pretensión de ser nosotros, el judío se siente parte. Sin embargo, nos descalificamos unos a otros. Generalmente en una sola dirección.

Si pudiéramos por una vez pensar el tema en dos niveles, seguramente daríamos un gran paso adelante. Un nivel, restrictivo, es el nivel legal o jurídico, normativo, el que establece los límites. Cada uno tiene derecho de reconocer el sistema que le de las mayores garantías para llevar adelante ciertos ritos o ceremonias. Sucede en todas las tiendas, aunque en unas más que en otras, en unas con más celo que en otras. Cualquier sistema tiene derecho a establecer quién es parte y quién es no, cuáles son los criterios para serlo.

Pero es el otro nivel, el nivel vivencial y de contacto cotidiano, donde podemos hacer verdadero “tikún”, auténtica “teshuvá”, introspección y reparación. Reconocer ciertos documentos y no otros no impide reconocer a nuestro semejante como tal, ni a sus autoridades espirituales como tales. Dicho claramente: ignorar las congregaciones que eligen orar y actuar de cierto modo porque así lo han consensuado entre sus miembros, erigiendo para sí maestros y rabinos de acuerdo a sus criterios y necesidades, es tal vez la ofensa más grosera y gratuita que podamos encontrar. Si hay un ejemplo de “sinat jinam”, odio gratuito, lo encontramos en la descalificación, desacreditación, y competencia desleal por medio del miedo y la calumnia. Que la firma de un cierto Rabino no me genere garantías o relevancia no significa que, para muchos, el Rabino sea tal.

Cuando las congregaciones “liberales” reclaman reconocimiento no son tan ingenuas como para pensar que sus sistemas halájico y legal apliquen en las tiendas vecinas. El reclamo apunta a ser percibidos, vistos, como opciones que otros judíos decidieron recorrer. Judíos por vientre o judíos por elección; o judíos por vientre que hacen elecciones. A diferencia de la rosa de Gertrude Stern (“a rose is a rose is a rose”), un rabino no es un rabino, uno es UN Rabino y otro es OTRO Rabino.  Del mismo modo, una sinagoga no es otra; elegimos a cuál vamos y a cuál no vamos. Lo que no es admisible es no llamar Rabino a quien fuera ungido como tal.

Por suerte la dinámica judía a través de los años demuestra nuestra capacidad de adaptación a las circunstancias y el entorno: cuando salimos y cuando venimos, siempre encontramos la forma de generar vida judía, preservar a los nuestros, sumar, y sobre todo generar relevancia. Sólo dios crea por medio de la palabra; los humanos creamos por medio de la acción. Nada de lo que diga o no diga el prójimo cambiará la realidad que construimos cada día.