Euforia & Preocupación
Jana Jerozolimski titula su artículo inmediatamente posterior al ataque iraní a Israel en términos de “euforia y preocupación”. El desarrollo del texto es mucho más complejo y profundo, pero el título es sugerente y vuelve, una vez más, a la recurrente pregunta que nos hacemos desde el 7 de octubre pasado: qué es ganar y qué es perder (en una guerra).
La guerra no “está perdida” ni “se perdió el 7 de octubre”, como sostienen muchos, por momentos yo mismo. Al mismo tiempo, Israel está muy lejos de ganarla. Seis meses más tarde, y lamentablemente el calendario no puede ser más simbólico (de Simjat Torá a Pesaj), por primera vez en la historia, Israel es atacado por misiles lanzados desde Irán. La guerra no está perdida pero parece haberse convertido en un estilo de vida: vivir amenazados.
Las clásicas guerras que Israel enfrentó a lo largo de su historia fueron ganadas inequívocamente; de lo contrario ya no existiría. No había puntos medios, era todo o nada. Sea la Guerra de Independencia, sea la de Los Seis Días, la de Iom Kipur, o la 2ª Intifada. Israel debía prevalecer o desaparecer. Los triunfos contundentes, además, supusieron siempre enormes saltos hacia adelante, cambios políticos, crecimiento económico, afianzamiento de la viabilidad del país.
Por el contrario, las guerras “largas” y los intentos de controlar territorios ajenos, han probado ser un talón de Aquiles. Judea y Samaria han sido un factor desestabilizador y peligroso sólo comparable a la Gaza de Hamas, y exigen un esfuerzo militar y económico permanente de gran magnitud. Líbano también probó ser complejo y la única salida fue la retirada. La historia de Gaza la conocemos todos: Sharon, artífice de la invasión al Líbano, decide en su ancianidad que no justifica ocupar pueblos vecinos, ni siquiera en aras de la seguridad nacional.
Pero sobre todo, esta guerra en Gaza ha puesto de relieve el deterioro de las instituciones israelíes. El país fue invadido y saqueado el 7 de octubre de 2023 y recibe un ataque balístico desde Irán el 14 de abril de 2024.
Por supuesto antes hubo antes fedayines egipcios y hubo misiles desde Gaza durante años, pero nunca el flanco israelí había quedado tan expuesto como ahora. Que Israel y sus aliados hayan interceptado el 99% de los misiles no cambia los hechos, sólo las consecuencias inmediatas. La sensación de fragilidad de liderazgo que nos invade desde el 7 de octubre sigue vigente.
En otras palabras, y usando un término largamente abusado, hemos cambiado de paradigma. Al tiempo que todos sabemos que Israel tiene el poderío y EL aliado para no ser exterminado (sobradamente probado en estos seis meses), Israel también sabe que ahora pasó a la defensiva. En términos históricos, yo lo leo como un debilitamiento relativo. Si bien existencialmente la amenaza es mínima por lo antedicho, desde el punto de vista de la identidad y el entramado social las debilidades quedan en evidencia.
Tal vez la coyuntura mundial y las armas en juego ya no permitan aquellas guerras de prevención, como la Guerra de los Seis Días o el ataque al reactor nuclear en Irak, pero tampoco deberían repetirse situaciones como Iom Kipur 1973 o Gaza 2023. No sabemos cómo ni cuándo Israel tomará represalias por el ataque iraní de esta semana, pero lo cierto es que el concepto de guerra está ahora a otro nivel, el de la eventual y posible destrucción masiva.
Por lo tanto, de “euforia” nada, y mucho de preocupación. Esto va para largo. Hay cantidad de factores en juego. Israel-Estado debe buscar una salida política a una ecuación que no cierra: un PM jaqueado por sí mismo y por su propio gabinete y un país jaqueado por sus enemigos y la opinión pública mundial. Los judíos del mundo debemos abandonar el slogan triunfalista y voluntarista y volcar nuestro esfuerzo en un judaísmo y un sionismo más comprometidos, más auténticos, más coherentes, y mucho menos dependiente de las olas antisemitas. El idilio del mundo occidental con Israel víctima del ataque iraní está destinado a durar menos que la empatía que provocó el 7 de octubre.