Yitro

A efectos prácticos, el nombre de la parashá (porción semanal de la Torá) lo escribiré “Yitro” tal como figura en la edición bilingüe que uso como fuente (Editorial Sinaí); el nombre del personaje lo escribiré Itró y no Jetro como figura en esa versión.

“Yitro” es relativamente breve en comparación con los textos que la precedieron en “Éxodo”. Básicamente, consta de dos partes, vinculadas por un solo tema: la noción de lo justo o la justicia. En boca de Itró se instruye en el ejercicio de la misma; en boca de Moshé se instruyen las normas (los diez mandamientos).

Hay algo vinculante con la situación que le toca atravesar a Israel y al pueblo judío en estos tiempos, 5783 y 5784, y que probablemente se extienda en el tiempo: por un lado hay un nivel de valores que debemos adoptar, un “decálogo” de códigos y conductas que se nos demandan (dejando a Dios de lado por un momento, lo hace la opinión pública mundial, nuestro aliado los EEUU, la Corte de la Haya, e incluso no pocos entre nosotros); por otro lado, está la cuestión de cómo instrumentar “justicia” en una “guerra justa”, cómo bajar a tierra la dimensión ética de una guerra.

En “Yitro” el orden es inverso. Itró suegro de Moshé observa como éste se desgasta impartiendo justicia y resolviendo conflictos del día a la noche y por lo tanto le aconseja cambiar de metodología, de modo que “Dios será contigo” (18:19). Dice Itró: “debes escoger de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, adictos a la verdad y enemigos del dinero mal habido, y los pondrás por jefes…” (18:21). En definitiva, Itró introduce un modelo para impartir justicia.

No se precisa ser muy sutil para ver la ironía de nuestros actuales líderes en Israel contrastados con las exigencias propuestas por Itró: tanto la capacidad, la verdad, y la corrupción han brillado por su ausencia en Israel desde ya hace un tiempo; el temor a Dios ya es otro asunto, pero baste decir que más que temerle, muchos de sus defensores más fanáticos lo desafían. Es otro tema. Hoy no sólo falta Moshé, también han fallado en sus responsabilidades todos esos mandos medios que Itró propone.

Mutis por el foro de Itró (“Y se despidió Moisés de su suegro y éste se fue a su país.”) (18:27) para no volver a aparecer. Aunque no por nada nuestra “tradición” nos legó una parashá con su nombre.

El 2º acto de “Yitro” es tan espectacular como la apertura del mar pero no es coyuntural sino existencial en un sentido filosófico: cuál es nuestro rol, nuestro propósito en el mundo. En concordancia con la puesta en escena espectacular del monte humeante y también cubierto por una nube, de la prohibición de tocarlo, del mandato de purificación, antes de ese tour de force, Dios le dice a Moshé: “Y seréis para Mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (19:6). Siglos después nos seguimos sorprendiendo de nuestras expectativas como padres en relación a nuestros hijos; o que el mundo espere de nosotros conductas que no espera de ninguna otra nación sobre la tierra. La vara fue puesta muy alta, y allí quedó.

El acto de los diez mandamientos merece mucho más que un modesto editorial. En términos legales modernos, vendría a ser el primer nivel de letra chica del pacto entre Dios y Su pueblo. En otras palabras, qué supone ser un reino de sacerdotes y un pueblo santo. En los hechos, seguimos confrontando esa exigencia y los dilemas que ella implica hasta el día de hoy. Nuestra literatura se centra en la conducta, la justicia, y la misericordia. La tierra que Dios ha prometido y hacia la cual lentamente avanzarán durante cuarenta años los hijos de Israel no es un fin en sí mismo, sino el rincón del mundo donde ejercer estos principios.

De alguna manera muy perversa y cruel seguimos avanzando. La tierra nunca estuvo vacía, ni en tiempos de Josué ni en el tiempo de los pioneros. Pero una vez más las batallas son el medio para cumplir nuestro rol como reino de sacerdotes y pueblo santo. Se hace difícil, siempre lo fue. Cuando la tierra nos fue inaccesible, el sacerdocio perdió vigencia, pero hicimos hincapié en la santidad.

Los tiempos que corren nos desafían a conjugar sacerdocio y santidad y encontrar, por fin, una forma de vivir no sólo en la tierra sino con los principios que a partir de “Yitro” la Torá nos irá instruyendo. Que no es tarea simple; no en vano tenemos Mishná, Talmud, el Rambam, Shuljan Aruj, Haskalá, y Sionismo. El 3er Templo no caerá, pero sólo nosotros podemos hacernos cargo del mismo. De los enemigos externos y de los internos: aquellos que no entienden que fuimos apartados entre las naciones pero que nadie nos puso por encima de ninguna.

Shabat Shalom!