Hacerse presentes

Hace diez días publiqué mi último editorial. En él me preguntaba “cómo empezar a escribir algo sobre el asunto”; terminaba diciendo “recuerda lo que te hizo Amalec”. También escribía, “bueno, esto sucedió el pasado sábado 7 de octubre; imposible olvidar.” No sólo imposible olvidar; desde entonces no he podido organizar UN pensamiento, una reflexión, que valga la pena compartir. Todos los días reviso la prensa, Twitter, Whatsapp, y cada día quedo más perplejo de cómo aquel shock de hace diez días se confirma cada hora. Para muestra, alcanza con las declaraciones más que oficiales del Secretario General de las Naciones Unidas; ni que fuera Shakespeare aventurando que “nada viene de la nada” como en “Rey Lear”; que es una tragedia. La razón del pogrom del 7 de octubre no es en un vacío, es en el contexto de un antisemitismo feroz.

Esta madrugada leí un artículo de Eli Aljanati en el portal Semanario Hebreo Jai que expresa en su título y su primera línea mis propios sentimientos: “Desde las tripas”, titula; y abre: “No tenía ganas de escribir sobre lo que ocurre en Israel”. (https://www.semanariohebreojai.com//articulo/7254)                              Nadie puede decir que Eli y yo escribimos o nos preocupamos por las mismas cosas; nada judío o sionista nos es ajeno, pero abordamos los asuntos desde puntos de vista muy distintos; probablemente complementarios. Me consta que ha dedicado su tiempo e ingenio a señalar las injusticias antisemitas, los “errores/horrores” de cierta prensa, y alentar un sionismo sin complejos ni culpa.

Sin embargo en esta circunstancia, y aunque el suyo al final sea un brillante recurso retórico, estoy seguro que ambos preferimos callar: tanto por decisión como por impotencia. El ridículo aluvión del relato antisemita, en su versión “anti-sionista” especialmente, ha sido como el viejo recurso de ocultar el cadáver bajo una descarga de hormigón. Israel todavía no ha sepultado a todos sus muertos (algunos restos deben ser identificados y vueltos a “armar”), pero el mundo ya ha sepultado los insucesos del 7/10. Efectivamente, todo el asunto revuelve las tripas. ¿Quién puede tener ganas de decir algo significativo en este contexto? La tarea es de los periodistas, los voceros, y los políticos. Aunque estos últimos, mayoritariamente, han desaparecido de la opinión pública. No por asco o shock, sino por simple incompetencia.

Así estamos, escribiendo sobre lo que no queremos escribir. Sobrevolando, girando en torno al tema; si no fuera que es una imagen asociada a aves de rapiña o carroñeras, sería buenísima; pero es tristísima. Estamos casi obligados a hablar sobre violaciones, secuestros, y asesinatos, cuando los carroñeros han sido quienes todavía se regocijan y se nutren de los muertos y desaparecidos. El mundo todo se ha vuelto carroñero, nutriéndose de la muerte que Hamas dejó esparcida en el desierto y en los desiertos kibutzim y localidades del sur de Israel.

Este contacto tan estrecho con la muerte premeditada y cruel, dirigida y específica, a diferencia de las muertes palestinas que son daños colaterales (que la opinión pública se niega a reconocer y de las cuales hace un uso retórico infame), este contacto ha vuelto impuro todo el proyecto sionista. No fue la confrontación interna que nos ocupó durante un año; fue el acto criminal el que finalmente dio el golpe de gracia a un proceso que, aun en la incertidumbre, podía durar años hasta llegar a un mejor estado de la democracia israelí. El 7/10 impurificó los ideales más nefastos así como los más nobles, lo impurificó todo. Israel deberá avanzar sobre campos de muertos, propios y ajenos. No será su momento más brillante, pero nos asegurará llegar al otro lado.

Tal vez entonces sí esté queriendo escribir, algo. No del nivel de Ari Shavit en un reciente video, pero sí inspirado por él y pensadores que siempre me desafían: Yossi Klein Halevi, Donniel Hartman, algunos periodistas de Haaretz. Ellos me han nutrido estos veinte días. En la medida que el tiempo avanza y la guerra se instala (algunos ya hablan de cuatro meses), en la medida que hermanos, familia, y amigos en Israel se preparan para lo peor, aquí en la diáspora y allí en Israel deben existir quienes se hagan las preguntas inteligentes, éticas, que habiliten a que todo esto que recién empezó a suceder no sea en vano cuando deje de suceder.

Nadie sabe qué sucederá. Algunos temen por consecuencias catastróficas, confrontaciones a escalas que Israel desconoce, intervención de potencias, enemigos remotos, armas de destrucción masiva… de pronto ciertas capacidades dejaron de ser disuasivas y son opciones reales, temibles. Nadie sabe qué sucederá, exactamente, dónde y cómo terminará todo esto.

Como sea que se dé, Israel y el pueblo judío deben aferrarse a su inconsciente mesiánico, ese que permite soportar el presente para llegar a un futuro mejor. Ese que nos sostuvo dos mil años. El mismo que permitió el proyecto sionista. Han muerto y morirán muchos, ha muerto el sueño, incluso ha declinado la fuerza en algunos de nosotros (hablo por mí). Pero el proyecto no ha muerto, como no murió durante dos milenios.

El año próximo estaremos otra vez en Ierushalaim.