La Tregua

La tregua que dieron las “protestas” en el interior de Israel en solidaridad con la situación en el sur (Gaza y su frontera) seguramente tiene su arista simbólica (primero está la seguridad nacional) y también su arista realista (no sean los manifestantes blanco de los misiles de Hamas). Como sea, ha marcado un corte tras dieciocho semanas ininterrumpidas saliendo a las calles con banderas, discursos, y consignas, las únicas herramientas que han podido hacer cierta mella en la coalición gobernante. Podría decirse que la crisis institucional de Israel lo ha “normalizado” como país, cayendo en la trampa de la “grieta” y el divisionismo que ha infectado a tantos otros, pero que en definitiva Israel es único porque su existencia está, sólo siempre, amenazada. Podemos profetizar, moralmente hablando, que la división interna o el odio gratuito entre hermanos llevará a la destrucción de este “3er Templo”, pero en definitiva se precisa otro que lo ejecute, sea Roma entonces o, salvando las distancias históricas y militares, Hamas en Gaza hoy.

Hace un año jamás hubiéramos soñamos que hoy estaríamos hablando los temas que hablamos o atravesando crisis tras crisis no sólo en la sociedad civil y política israelí sino en el pueblo judío todo. De aquel frágil gobierno de minorías ideológicamente divergentes, donde se evitaban los temas polémicos, hoy pasamos a un gobierno sólido en sus 64 votos parlamentarios con grandes coincidencias en lo ideológico: por un lado, disminuir el poder de la Suprema Corte de Justicia y por otro privilegiar a los ultra-ortodoxos. Por detrás de todo esto, la consigna es proteger a Netanyahu. Una aritmética electoral y un pragmatismo digno de Ben-Gurion por parte de algunos líderes permitió un gobierno sin religiosos, con minorías representadas y en cargos públicos, cuya duración era incierta: duró un año. Hemos retrocedido no al estado anterior a Bennet-Lapid sino varios pasos más atrás al anterior Netanyahu y sus huestes religiosas y de Derecha. Es el peor Netanyahu de la historia y su peor coalición.

No se detiene. Guardó en el cajón algunas leyes de la famosa “reforma judicial” pero avanza con un Presupuesto que otorgará enormes recursos a los partidos religiosos, permitiéndoles llegar más lejos y más profundo en la sociedad israelí y votar normas restrictivas para regular la vida civil de las personas. Ha cedido terreno frente a Smotrich y Ben-Gvir, la peor pesadilla de la vida política israelí. Parece insensible a la creciente e indignada opinión pública que se opone a la matonería y prepotencia de su gobierno, más allá de las ideologías. Parece subestimar las consecuencias económicas y de seguridad que los cambios que su gobierno propone traerán consigo. Está sacrificando el lado más noble de su país en aras de su supervivencia política y los intereses de quienes la sostienen. Ya no es un momento de preñez; es un parto de nalgas.

Hace un año caía el gobierno de Bennet-Lapid. Hasta noviembre, cuando fueron las elecciones, tuve esperanza de que su gestión hubiera mejorado su perfil electoral; me equivoqué. Aparentemente, también se equivocó Lapid cuando armó las listas y las alianzas, a diferencia de los aciertos fatales de Netanyahu. De tener un gobierno sostenido por una minoría árabe pasamos a un gobierno sostenido por una minoría fascista. De un gobierno talmúdico pasamos a un gobierno rabínico-verticalista, dogmático e intolerante. El duelo de las primeras cuatro semanas dio lugar al discurso y la propuesta, inspirados por las protestas en Israel. A esta altura, y con confrontaciones bélicas en varios frentes, daría la impresión de que merman las fuerzas, que la opinión pública vuelve a sus preocupaciones cotidianas, y que serán los grandes ideólogos los que mantengan viva la llama de la protesta.

Tal como lo visualizo, la única forma de detener esta locura es que el gobierno caiga, para lo cual se precisan algunos traidores en su seno o que el presupuesto no curso no se apruebe. A la larga, o a la corta, es más o menos lo mismo.