Odio Gratuito

El ishuv uruguayo (“la cole”) tiene dos alternativas: aceptar el rumbo de la diversidad que el judaísmo ha tomado en todo el mundo, y en especial en sus centros más poblados (Israel y los EEUU), o por el contrario aferrarse a las concepciones de origen y la prevalencia de ciertos valores que fundaron este colectivo hace más de cien años.

Daría la impresión de que, aunque la casuística pruebe lo contrario, todavía permanecemos aferrados (me incluyo porque soy parte del colectivo, no porque comparta esta postura) a las viejas premisas de origen, dogma, y costumbres. En otras palabras, y tal como lo he sostenido en más de una oportunidad, la percepción uruguaya media acerca de qué es “LO” judío está vinculada a la tradición de Europa Oriental: Rabinos con autoridad casi episcopal, Halajá rígida, y una mayor tendencia a excluir que a incluir. Bajo estas premisas, el mundo judío se vuelve más estrecho, más tribal, y más expulsivo. Si, como dice el Rabino Donniel Hartman, el Judaísmo debe “competir en un mercado libre de ideas”, las concepciones conservadoras prevalentes en Uruguay están dando una batalla final para preservar ciertos valores de “pureza” (concepto muy querido por la ortodoxia) aun a riesgo de seguir perdiendo judíos en el camino. Mientras tanto, ellos también van perdiendo la batalla, pero el precio lo pagamos todos. El mundo fragmentado y diverso excede al judaísmo y si éste no encuentra los caminos, como lo hiciera durante tres mil años, su relevancia se verá seriamente comprometida. Ni hablemos de su existencia.

No es que en Uruguay no existan alternativas; las hay y son exitosas. Sin embargo, en la medida que las Comunidades son las que rigen la vida judía, y en la medida que otros jugadores de tipo comunitario pero sin las responsabilidades éstas han ocupado sus espacios, el problema se reduce a un discurso de negación, denostación, o como me gusta llamarlo para no cargar tanto las tintas, “transparencia”: todos saben que hay opciones pero los líderes eligen mirar a través de las mismas, como si no existieran. Vale decir: hay formas de ser judío así o asá y está todo bien y esas opciones dan respuestas a miles de judíos, pero en definitiva, no son Judaísmo. Si el hábito hace al monje, judaísmo es con tzitzit; y además, muchas prohibiciones. No es lo que la mayoría somos, pero cuando concebimos “lo” judío lo concebimos en esos términos. Todo lo demás son excepciones, desviaciones de la norma, y no estilos de vida judía válidos y relevantes. Lector: no se deje engañar cuando lo llaman “hermano”; recordemos a José y los suyos.

Desde esa torre de marfil donde se ubican y pregonan sus verdades decimonónicas, a veces disfrazadas con “onda” y tecnología millenial, uno ha escuchado los epítetos y adjetivos menos amables que un judío puede decir sobre otro: desde negar su judaísmo (“es un goi”) hasta denominar su sinagoga como “iglesia” (a mí las iglesias me inspiran mucho respeto). Sin entrar en la falta de respeto y consideración alevosas hacia las responsas rabínicas de otros movimientos, sus procesos de cambio, su búsqueda de caminos alternativos para que más y más judíos se hagan presentes y menos se vean empujados a la periferia. Uno ya se ha acostumbrado a actos y discursos ofensivos, pero no dejan de ser dolorosos cada vez que suceden. A lo largo de los años, Elul ha pasado una y otra vez y nadie ha movido un dedo para hacer “tikún”, para reparar el daño fratricida, el “odio gratuito” (ese que se llenan la boca citando en Tisha BeAv pero practican en la vida cotidiana).

Reconozco que hay judíos que han decidido ignorar e incluso denostar estas posturas, y de alguna manera me genera admiración: abstenerse de su discurso, generar un judaísmo auto-suficiente. Es una opción, y no pocas veces recorremos ese camino. Sucede que personalmente creo en que la diversidad es buena desde un extremo al otro, y como judío me nutro de ambas, aunque mi lugar en el espectro judío no esté en cuestión. Por eso elijo dar batalla: de tarde en tarde, cuando la provocación se torna agresión, afán de dominio, y sabotaje. Siempre he procurado mantener un nivel de discurso y argumentación dignos de la tradición que nos incluye a todos. Más que epítetos o adjetivos, trato de encontrar ideas, ideales, aspiraciones.

“Estas y aquellas son palabras del Dios viviente” dice el Talmud en el Tratado de Eruvin. Tal vez sea momento de aceptar que, con el paso de los siglos, el advenimiento de la pos-pos-modernidad y su fragmentación por momentos casi absurda, existe más de una halajá. La idea es vivir una vida judía auténtica y coherente, una vida judía que incluya los grandes temas de la actualidad y contribuya a construir un mundo futuro ancho pero no ajeno. Si, como sugiere el Talmud, debemos seguir a las mayorías, el desafío está en respetarlas, escucharlas, argumentar, y nutrir la vida judía con diálogo, ideas, y aspiraciones. La vida judía se enriquece en la diversidad y languidece en la uniformidad. Estas y aquellas palabras tienen su lugar en la tradición interpretativa del judaísmo. Es muy fácil dejar el judaísmo en manos de la ortodoxia y sus dogmas; es mucho más incómodo y hasta molesto y agresivo cuestionarlas. Detrás de algunas aseveraciones dolorosas subyacen las preguntas más profundas acerca de “qué es un judío”, qué es “lo” judío. Así, sin mayúsculas: simplemente, una aproximación entre tantas.