No seamos rinocerontes

Lic. Martín Kalenberg para TuMeser

“Recordando la pieza de teatro de Ionesco: siempre hay rinocerontes”. Con esa brillantez y dureza el Dr. Eduardo Pons Etcheverry dejaba casi sin palabras a los defensores de la dictadura militar, en el recordado debate de noviembre de 1980, cuando el país discutía si perpetuar el autoritarismo o transitar el camino hacia la democracia.

Casi dos décadas antes de este debate, el crítico teatral israelí Asher Nahor, luego de presenciar la presentación de la obra de teatro Rinocerontes del autor rumano Eugene Ionesco, había acuñado el término hitkarnefut (rinocerontización en español, aunque es un neologismo acuñado por mí), el que pasó a formar parte del idioma hebreo connotando a todos aquellos que siguen una opinión mayoritaria, abandonando sus propias ideas, por temor a ser aislados (o peor aún, agredidos) por la masa.

¿Y qué pasa en el judaísmo? ¿Hay una sola voz o hay varias? ¿Es bien visto el debate de ideas?

El Talmud, en el tratado de Baba Metzía (84a), nos trae una historia fascinante: la de Rabi Iojanan, uno de los grandes exégetas talmúdicos (de los Talmud babilonio y del jerosolimitano), y Resh Lakish, un bandido de caminos que, luego de conocer a Iojanan y casarse con su hermana, se había dedicado al estudio convirtiéndose en un experto de la ley judía.

Era una encomiable pareja de estudio hasta que un día, en el medio de una acalorada discusión, Yojanan le recordó a Lakish su pasado criminal.

Luego de este episodio, Lakish enfermó gravemente. Su esposa, la hermana de Yojanan, le pidió a este que rezara por la salud de Lakish, pero se negó.

La muerte de Lakish conmovió y afectó a Yojanan. Los rabinos de la época, al ver su sufrimiento, le consiguieron otra pareja de estudios, Elazar ben Pedat, quien asentía todo lo que decía su maestro en lugar de contradecirlo tal como hacía Lakish.

Ahora fue Iojanan el que se enfermó, cansado de que nadie lo contradijera, de haber perdido a un compañero de estudios de primer nivel con el cual se generaban nuevas ideas surgidas de su fructífero intercambio (en definitiva, surgía una tercera opinión que sintetizaba la de ellos dos).

En el episodio talmúdico conocido como “El horno de Ajnai” (Baba Metzia 59) se nos muestra el autoritarismo de Rabi Ieoshúa, heredero de la escuela de Hilel, quien proscribe a Rabi Eliezer por oponerse a una opinión de él y de sus aliados.

En definitiva, a Eliezer y a sus colegas les molesta que los contradigan, y por ello, además de prohibirlo, ordenan borrar todas las enseñanzas que Eliezer produjo en el pasado, eliminando así toda y cualquier tipo de memoria sobre él.

Esta proscripción enluta al más conocido de los hermeneutas judíos, Rabí Akiva, quien se viste de negro para anunciar a Eliezer su expulsión de la academia.

Lo curioso en este debate es que aparece una bat kol (voz divina) afirmando que la razón le corresponde a Eliezer, ya que él era el experto en la materia. ¿Qué pasa cuando la opinión minoritaria es la experta?

Según Ieoshúa esto es intrascendente, ya que le responde a Dios (citando un versículo bíblico): “la Torá no está en el cielo”, a lo que Este le contesta con una sonrisa: “Mis hijos me han vencido”.

Por ello es que la ley religiosa judía afirma que uno debe seguir a la mayoría, aun cuando el propio Dios se oponga a esta idea, tal como en el episodio que cité.

Pero de este episodio surgió un aprendizaje. En épocas de la revuelta de Bar Kojbá (132 al 136 de la Era Común), los académicos de Usha en la Galilea sentenciaron (Talmud Jerosolimitano) que nadie está autorizado a proscribir a un experto en la ley.

Sin embargo, Dios no siempre se pone del lado del experto en la materia. En el tratado de Eruvin (13b) se relata que en el medio de una discusión entre las escuelas de Shamai e Hilel, aparece la voz divina y dictamina: “estas y aquellas son las palabras del Dios viviente”.

Pero cómo, ¿no quedamos en que hay que seguir la opinión de los expertos? En este caso prevalece la enseñanza, central en el Talmud, de que todas las opiniones aportan, deben ser valoradas y conservadas para el futuro, ya que interpretaciones no entendidas ni calificadas hoy pueden ser útiles para resolver situaciones futuras.

Fue lo que le ocurrió a Moisés, según lo relata el tratado de Menajot (29b) del Talmud Babilonio, cuando Dios lo lleva hacia el futuro y le permite entrar en la academia de Rabi Akiva, varios siglos después de su muerte.

Pero cuando lo escucha no entiende nada, hasta que Akiva dice que esta es la ley que recibió Moisés en el Sinaí. La interpretación también evoluciona, lo que no se entiende hoy, quizás sí se comprenda mañana.

También en el episodio de la Torre de Babel vemos el peligro de la rinocerontización. La Torá afirma con claridad que la tierra era una “sola lengua” (safá ajat) y “(devarim) cosas/palabras únicas”. ¿Qué mejor definición de un totalitarismo o autoritarismo que la de este versículo?

Los constructores de la torre vigilaban a sus conciudadanos desde las alturas de su construcción, tal como el gran hermano de George Orwell, para evitar que se desviaran del discurso único que ellos imponían.

El castigo, según la tradición judía, pero que yo entiendo como bendición, fue que se generó una confusión y esa lengua única se convirtió en varios lenguajes.

Pero volviendo a los 80 del siglo pasado, en noviembre de 1983 tuvo lugar el multitudinario acto en el Obelisco en repudio a la dictadura militar uruguaya (junio 1973 – febrero 1985).

En aquel caluroso domingo, el recordado actor de la Comedia Nacional, Alberto Candeau, pronunció la proclama redactada por los doctores Gonzalo Aguirre y Enrique Tarigo, quienes luego serían vicepresidentes de la República.

En uno de sus fragmentos, Candeau se refirió a los años de regresión y oscurantismo que el país había vivido con la dictadura militar.

Me entró la curiosidad de cómo se diría oscurantismo en hebreo, así que recurrí al traductor de Google. La primera opción que me dio fue baharut (ignorancia).

En el más famoso de los tratados de la Mishná (Pirkei Avot o Ética de los Padres) leemos: “El ignorante (bur, de baharut) no teme cometer una transgresión”.

La segunda traducción fue la que más me hizo pensar: sinat hadaat (odio al conocimiento), ya que en el tratado de Berajot del Talmud de Babilonia se nos dice que cuando uno ve una multitud de judíos debe bendecir porque sus rostros son diferentes los unos a los otros y sus conocimientos también difieren.

Lo que el oscurantista desprecia, la tradición judía lo ensalza porque en definitiva el conocimiento remite a ideas, pensamientos y cosmovisiones diversas que nos diferencian a unos de otros. Se trata de ver al prójimo como a un otro que es diferente a mí.

El judaísmo, en definitiva, promueve el sano debate de ideas, la diferencia como forma de enriquecimiento, y rechaza todo tipo de oscurantismo rinoceronte, porque como lo dice el Talmud, toda (sana) discusión entre padre e hijo o maestro y alumno termina en el amor.