Educación
Con Shavuot terminamos de contar el Omer y llegamos al momento culminante: la noche cincuenta es víspera del día que recibimos (así, atemporalmente) la Torá. Como al parecer, cuentan “nuestros sabios”, nos quedamos dormidos en la vigilia, reparamos este pecadillo por el mero acto de estudiar hasta entrada la madrugada en lo que llamamos tradicionalmente “tikún”, reparación. Es interesante notar que si bien “Tikun” es el de Shavuot, nuestra tradición nos da una cantidad de oportunidades de “reparar” errores. Paradigma de ello es Iom Kipur, los diez días que lo anteceden, y todo el mes de Elul previo. Si partimos de la base que somos falibles, debemos tener oportunidad de reparar. Dios mismo repara sus errores.
El “Tikun” de la noche de Shavuot simboliza, más allá del cuento rabínico, nuestro supuesto afán permanente de estudio, profundización, y superación como judíos; no deja de ser una excusa más para dedicar una noche a congregarnos no tanto en torno a la plegaria y el texto canónico sino en torno a las fuentes y nuestra propia creatividad. “Estudiar Torá” tiene una acepción clara y denotativa: estudiar desde el Pentateuco hasta el Shuljan Aruj; pero al mismo tiempo puede estudiarse por qué fue excomulgado Spinoza o cómo lidiamos con los desafíos de los tiempos modernos. En cualquier caso siempre estaremos volviendo a las fuentes. El “Tikun” debería ser tan convocante como Kol Nidre: acercarnos a lo espiritual no desde el temor sino desde la curiosidad. Todas las comunidades y sinagogas ofrecen un menú de opciones diverso de modo de convocar. Algo me dice que los asistentes son siempre menos de lo que debería ser.
Cuando iniciamos esta trilogía de editoriales acerca de la vida comunitaria en Montevideo, Uruguay, sugerimos que sus factores determinantes eran sus instituciones, sus dirigentes, y la educación. Pasado Shavuot parece pertinente por lo menos esbozar alguna inquietud al respecto de esta última.
Resulta duro de admitir pero debemos reconocer que buena parte de nuestro judaísmo se sostiene más en el miedo que en el conocimiento; su naturaleza es más intuitiva que consciente; y por lo tanto su raigambre, si bien añeja, no deja de ser superficial. En lo que hace a educación, cumplimos con los mínimos indispensables: podemos optar por una educación judía para nuestros hijos (tradicional, religiosa, sionista, combinadas en diferentes proporciones) o podemos optar por una educación judía complementaria; podemos transitar el período de llegada a las mitzvot (las “bar” y “bat” como las hemos rebautizado) como una vivencia o como un trámite; igualmente una jupá, e incluso una ceremonia de sepultura. Sin embargo en el judaísmo cada una de estas instancias del ciclo de vida son espacios de estudio y aprendizaje; hacer el trámite es perder una oportunidad.
Como consecuencia de la ignorancia generalizada (por cierto hay mucha gente muy formada, analítica, y creativa) tendemos a reducir el judaísmo a su nivel ritual y detallista, guiado y pautado más por el prejuicio que por la ley; tendemos a encasillarnos a nosotros mismos y al prójimo sin comprender que en el encasillamiento (denominaciones, por ejemplo) perdemos lo esencial, el judaísmo; y sobre todo tendemos a ignorar la letra chica de la liturgia, el comentario, el cuento, la responsa, aferrándonos a fórmulas que terminan sonando huecas y carentes de sentido y relevancia.
Una noche de “Tikun” reproducida a lo largo del año en otras instancias permite abordar los mojones del calendario, los ritos y las costumbres, y hasta saborear las tan añoradas comidas tradicionales, con otra noción de espacio y temporalidad. Porque el judaísmo se vive momento a momento, individuo a individuo, familia a familia, comunidad a comunidad; pero es a la vez la suma acumulativa de vivencias y reflexiones en la cual la nuestra será un nuevo sumando. Más allá de lo sensorial (sabores, aromas, melodías, viejos libros, conocida tipografía) no está solamente el intelecto; éste es sólo una herramienta. Lo que hallamos cuando aprendemos es una letra “h” que nos convierte en sujetos judíos activos: aprehendemos, hacemos nuestro.
Para muchos rezar; para otros cantar; para otros congregarse; para otros rodear una mesa y comer las comidas festivas; todo ello y mucho más son factores de profundo goce judío. Hay un goce adicional en saber, en tener cabal noción de la profunda e inabarcable dimensión de lo que constituye una experiencia judía.
El Ishuv uruguayo sobresale en muchos aspectos de la vida judía: es fiel guardián de su pasado; es generoso en la tzedaká; es celoso de la libertad propia y de ajenos; pero la noción de comunidad que estudia es todavía incipiente, frágil, y fragmentada. Por suerte tenemos mucho camino para recorrer.
Ianai Silberstein, 14 de junio de 2016