Israel, Shavuot 5782

Mientras unos ya especulan alentados por su aparente disfuncionalidad, otros temen: nos referimos a la actual coalición de gobierno en Israel que ya cumple, contra todo vaticinio, un año. Ya se habla de nuevas elecciones, alianzas, corridas, e incorporaciones; como si fuera temporada de pases en un calendario de fútbol. Leyes que no se votan, ausencias de sala, los acostumbrados gritos y bravuconadas del parlamento israelí; mientras tanto Bennet sonríe y defiende la gestión mientras Lapid calla y maneja los hilos políticos que permitan sostener uno de los gobiernos más frágiles de todos los tiempos. Las encuestas ya aseguran que el “campo” de Netanyahu (Likud + otras derechas, extremas) contarían hoy con sesenta escaños, mientras que Lapid y su campo no alcanzarían ese número. Sin embargo, son encuestas: todavía falta un rato para que este gobierno caiga y más aún para eventuales elecciones.

Así como Dios concede a Abraham en Sodoma y Gomorra que por un diez justos no destruirá la ciudad, así tantos conceden que por debajo del umbral de votos que estén, vale la pena dar una chance a una coalición tan sui generis y tan disfuncional, pero que al mismo tiempo destrabó situaciones insostenibles, avanzó con un presupuesto, y comenzó a resolver los temas internos de Israel. Las críticas, mayormente ideológicas y dogmáticas, provienen de “la derecha” más feroz, ahora liberada de las funciones de gobierno. Se critica con saña la alianza con facciones políticas árabes, pero se pierde la perspectiva: en el futuro el fiel de la balanza estará entre los árabes israelíes o los ultra-ortodoxos. En lo personal, la cuestión será los precios a pagar.

Durante los oscuros años de Netanyahu y sus huestes siempre sostuve que hay otro Israel, el que supe conocer y amar; sólo que hay que salir a buscarlo. Este fenómeno se da en el plano territorial como en el plano cultural o social: para bien o para mal Israel ha creado fachadas que lo presentan frente al mundo de cierta manera pero que esconden la realidad que yace por detrás. Así es que hoy en los medios escuchamos diversidad de voces, hay renovación de rostros, género, generaciones, y sobre todo, discurso; todo lo cual hace muy bien a la opinión pública.

El tránsito vehicular en zonas urbanas, autopistas, o zonas rurales, representa fielmente la realidad israelí. Es denso, intenso, incansable, crispante, y agotador. Cuando uno transita una autopista se aprecian cada pocos kilómetros nuevos emprendimientos inmobiliarios, torres que surgen de las dunas o las piedras y se multiplican como fractales de una realidad más grande que las contiene; si esto sucede con el rubro vivienda, a su ritmo el rubro oficinas no le va en zaga: la alta tecnología va colonizando los principales cruces del país con sus imponentes edificios vidriados. Por último, pero no menos importante: Israel está en obras 24/7. Sus rutas más icónicas no dejan de renovarse, ampliarse, re-inventarse: más túneles, más puentes, más tréboles, más atajos. Israel es chico pero sus distancias son enormes; la carrera es para acortar las distancias temporales.

Sin embargo, cuando uno baja de las grandes autopistas, y sin desmedro de haber sido actualizados, uno vuelve a transitar por los caminos del viejo Israel: entre los campos, las pequeñas ciudades atravesadas por la ruta, viejos edificios, centros urbanos que se renuevan demográficamente, bordeados de eucaliptus y regadíos. La densidad humana baja a una escala más normal, el ritmo de vida se torna más lánguido: el tiempo no se precipita hacia Shabat, más bien que se desliza.

Podría decirse que en las autopistas uno siente que avanza a lomos del futuro, mientras que en los caminos vecinales uno viaja en el tiempo hacia la nostalgia. Tengo claro, meridianamente claro, que este otro Israel bucólico, idealista, rural y hasta un poco bohemio, conectado a sí mismo, a su tierra, su historia y su geografía, no podría existir sin el otro Israel: el start-up nation, el capitalista feroz, nouveau riche, snob, y ferozmente agresivo. Israel se construyó sobre bases idealistas, solidarias, desde sus campos hacia sus ciudades; Israel prevalece por sus cualidades “urbanas” que son el marco de la alta tecnología, y por lo tanto de su supremacía económica y militar.

Israel se ha convertido en un país de contrastes: no sólo geográficos desde siempre, sino sociales, económicos, culturales, religiosos. La uniformidad sionista de los primeros años ha cedido ante la fuerza de las masas migratorias que a su vez definen el panorama político, ante el crecimiento de los movimientos religiosos de tipo fundamentalista con similares consecuencias, ante la mayor integración de los árabes en los distintos estratos de la sociedad israelí, ante la brecha entre ricos y pobres que trajo consigo el capitalismo y perpetúa la carrera tecnológica, y así en cantidad de rubros. Israel es un mosaico de mucho más que doce tribus. Podría decirse, paralelamente, que el judaísmo es mucho más que su herencia ancestral: el judaísmo, como Israel, es un proceso creativo permanente.

Tal vez por ello prefiero creer en este gobierno de Lapid, frágil y diverso, que en las monolíticas y excluyentes coaliciones “a la Netanyahu”: porque así como Israel para crecer y sobrevivir debe reinventarse permanentemente, lo mismo debe hacer el judaísmo. Ser mucho más que la suma de sus tribus, y al mismo tiempo hurgar en su esencia; algo así como salir a buscar el viejo Israel en sus caminos interiores. Lo que somos, nos constituye, y nos da razón de ser.