Navidad pandémica

Los científicos del Grupo Asesor Científico Honorario del Presidente Luis Lacalle Pou, su gobierno, y los uruguayos todos, dijeron bien claro: “esta es la primera ola del Covid en Uruguay”. Lo que equivaldría a decir, en términos de surf, que por ahora estuvimos flotando arriba de aguas agitadas y nada más. Ahora hay que correr la ola, como solía hacerlo, despreocupadamente, nuestro Presidente hasta que asumió el cargo y se instaló el virus.

Ahora se desató la pandemia propiamente dicha: promedio de quinientos infectados diarios (7,5% del testeo), promedio de cinco muertos diarios, y más de cuarenta pacientes en CTI, lo que asegura fallecidos para varias semanas.

Lo que en marzo fue susto, hoy es realidad. Marzo y abril nos compraron tiempo, ahora hay que correr y ganarle al virus. Al tiempo que sabemos que falta menos, nosotros en Uruguay estamos subidos a la cresta de la ola, no sabemos cuánto más esta va a crecer, o si nos dará un revolcón contra el fondo. Como colectivo, llegar a la orilla en forma elegante y suave y saltar cuidadosamente de la tabla, sería todo un logro. Muchos, lamentablemente, se habrán ahogado en el camino. Todos tenemos que mantenernos, por lo menos, a flote.

En la última semana los fallecidos no sólo aumentaron, también empezaron a abandonar el anonimato. Son nombres. Ya hay testimonios de enfermos recuperados, conocidos en cuarentena, otros positivos. Del slogan “de ésta salimos todos juntos” hemos pasado a una suerte de “sálvese quién pueda” donde se han exacerbado el individualismo, las ideologías, los intereses políticos, y por supuesto, los más legítimos en este caso, los económicos. En Marzo/Abril fue “todo el mundo boca abajo” y nos contaron acerca de la “libertad responsable”. Hoy estamos discutiendo la prerrogativa del Estado a proteger a su población en aras de un derecho que hoy sabemos, a ciencia cierta, que es letal.

Yo creo que el manejo del Gobierno respecto de la pandemia, también en este momento de pico máximo, ha supuesto todo un desafío para el país. Si con estas acotadas medidas, pasado el período de “las fiestas”, las cifras se mantienen estables, habrá sido un logro y estará trazado el camino a seguir. Si por el contario, llegado fin de año, seguimos empinando la curva, será momento de asumir que no somos el pueblo mesocrático, solidario, y obediente que decimos ser, sino una sociedad agrietada, vulnerable, e inmadura.

No sólo el Gobierno nacional ha tomado medidas drásticas y difíciles, también los gobiernos municipales lo han hecho. Suspender el Carnaval es una medida concreta pero además altamente simbólica. Quienes tienen la responsabilidad de gobernar están a la altura de la hora en todo sentido; ninguno elude el asunto. Pero nada puede limitar lo que cada uno hace o no hace puertas adentro, en su dinámica social y familiar, en sus hábitos de compra, en el quiebre o no de arraigadas tradiciones. Es allí, en las casas, en los patios, o en las veredas, donde este año determinamos el próximo. Aunque sólo pensar a futuro parece una extravagancia.

El pasado Pesaj los judíos en todo el mundo lo pasamos anormalmente en soledad. Algunos conectamos zoom mediante, otros ni eso. Este diciembre la humanidad atraviesa una Navidad cuya mayor prueba de esperanza estará, más que nunca, en la propia conducta de los hombres; basta ver cómo el mundo entero se ha recluido, literalmente, puertas adentro. El virus está, existe y circula; está en nosotros eludirlo, aislarlo, reducirlo, y finalmente vencerlo. Ayer en Uruguay se anunció el cierre de templos y todo tipo de culto religioso. El Cardenal Daniel Sturla, Arzobispo de Montevideo, que ha abogado largamente por una “Navidad con Jesús”, se ve enfrentado ahora a cerrar las Iglesias, como lo harán todos los templos protestantes. Nunca Navidad será tan “Día de la Familia”, el nombre que oficializó el Presidente José Batlle a principios del siglo XX, como este año.  Si la próxima Navidad nos encuentra de vuelta en algo parecido a la normalidad que alguna vez conocimos, podremos darnos por satisfechos .

Con toda la luminosidad que trae el verano en estas latitudes, este año la pandemia nos ha sumido a todos en la noche más oscura. En Januca supimos que todavía vive la llama y somos capaces de producir luz, que los milagros ocurren; ahora nuestros vecinos iluminarán desde sus casas, y todo el mundo esperará más unido que nunca que la vacuna se propague; si no como se propagó el virus, con suficiente velocidad como para salvar más vidas y volver a mirar al futuro pudiendo vernos el rostro, abrazarnos, y congregarnos. En suma, siendo nosotros mismos.