Levítico en tiempos de Corona

Durante este pasado verano me lamentaba de que cuando menos asistencia hay en las sinagogas tocaba leer el libro de Éxodo, “Shmot”. Entre la saga de Génesis, “Bereshit”, y la preparación del Tabernáculo, no sólo seguimos la historia de nuestros patriarcas, nuestra liberación de la esclavitud, y nuestro nacimiento en la travesía del mar, sino que nos preparamos para cumplir nuestra parte del pacto: el culto, los preceptos, y las normas que regirán nuestra conducta cuando al final del camino arribemos a la Tierra Prometida. En ese sentido, la estructuración del relato es sofisticada y casi tan perfecta como algunos gustan de denominar al texto bíblico.

En ese contexto, el libro de Levítico, “Vayikra”, que comenzamos a leer hace dos Shabat (“Vayikra” y “Tsav”), no contiene acción excepto por un episodio que leeremos el próximo Shabat: la muerte de los hijos Arón Nadav y Avihu en Levítico 10:2. Cuando digo “acción” no me refiero al sentido que la acción tenía en nuestra infancia, acontecimientos espectaculares e inesperados que nos mantenían en vilo en torno a un relato; de este tipo de acción con el episodio de referencia tenemos bastante.

Me refiero al concepto de E.M. Forster en su libro “Aspects of the Novel” donde acuña la expresión “story” para denominar la secuencia de los hechos, y el concepto “plot” para denominar su causalidad. En ese sentido, Levítico está lleno de “plots”, causas y efectos en torno a los mandamientos o preceptos divinos. Lo que falta en Levítico es “story”: nada sucede. No hay movimiento en el tiempo, todo parece haberse congelado en torno al discurso sobre los sacrificios, el sacerdocio, la pureza, y otros preceptos. En términos populares cotidianos diríamos que “no pasa nada”. Excepto, claro, que un “gran fuego del Eterno… los consumió, muriendo así…” Ateniéndonos estrictamente a la teoría literaria de Forster, nada sucede antes, nada después. El evento es súbito, aleccionador, y el propio “Arón permaneció silencioso” (Levítico 10:3). El hecho es dramático, tiene consecuencias, pero no avanza la historia.

En tiempos de aislamiento social, paralización casi total de actividades y economía, cuarentena auto-impuesta o impuesta en los hogares, cierre de los espacios públicos, sean de entretenimiento o de culto, merma de servicios de transporte, merma del tránsito, y en general, esta suerte de casi parálisis del contrato social auto-impuesto por la mayoría de los Estados, justo en estas semanas tan singulares, estamos leyendo el libro de “Vayikrá”. Nada sucede, todos estamos expectantes, y acaso estamos pensando en temas como el sacrificio, la solidaridad social, el acatamiento, el valor de la exhortación en contraste al valor del mandato (hay de todo), y tantos otros asuntos que la vida cotidiana normal no permite. No que no pensemos en el sustento, ni en las necesidades básicas, ni en el día después; pero como pocas veces, como en el libro de Levítico, debemos confiar en nuestros líderes y sus subrogados. Es tiempo de escuchar, reflexionar, acatar, y esperar que pase este tiempo de forzada quietud. Las cosas volverán a moverse, volveremos a contarnos y encontrarnos, saber quiénes somos y con quién contamos, cuando termine este período de la pandemia; para entonces estaremos leyendo, precisamente, el libro de Números o “Dvarim”, las palabras, el diálogo, la vuelta a la normalidad.

“Vayikrá” comienza con el llamado de atención de Dios a Moshé: “Y el Eterno llamó a Moisés y le habló desde el Tabernáculo diciéndole:” (Levítico 1:1). Hay un fortísimo llamado de atención primero para recién luego hablar y decir. El #CoronaVirusChallenge, el desafío, es hacer caso al grito, y luego saber escuchar lo que se nos dice. No que todos gritemos, sino que nos alineemos detrás del llamado de turno, en el orden que nosotros mismos hemos establecido. En ese sentido, la tediosa y por momentos anacrónica y hasta repugnante lectura de los ritos sacrificiales y otros detalles en que el texto bíblico abunda, no es muy diferente al sacrificio que se nos pide cada día en los medios, a la abnegación y dedicación de los “sacerdotes” de turno, el personal de la salud, y la dificultad con que nos cuesta entender que un virus microscópico ha puesto de manifiesto toda nuestra fragilidad. Así como poco nos dicen los sacrificios de entonces, mucho nos cuesta entender el sacrificio que nos toca hoy.

Pero en eso estamos. Eventualmente, la historia volverá a moverse. Y así como Dios habla “desde el Tabernáculo”, tal vez este año sea el texto de Pesaj, la Hagadá, la que nos hable desde nuestra mesa pascual, seamos quienes seamos en torno a ella. Que nuestro sacrificio no sea mayor que esto: marcar la diferencia de este año con todos los años y desear poder estar el año próximo en Jerusalém.