A través del espejo: una cuestión nacional.
En aislamiento hay dos opciones: o nos miramos al espejo, o no. Muchos han recomendado mantener rutinas, acicalarse (más allá de la higiene sanitaria), vestirse, y hacer como que todo sigue normal, pero en casa. El problema es que nada sigue normal y estar en casa aislado no es lo mismo que estar en casa descansando. Quienes nos quedamos dentro, en el contexto que sea, debemos confrontar no ya cada hora sino cada instante algún tipo de espejo: el otro o los otros que habitan con nosotros, y sobre todo, nosotros mismos. El coronavirus nos devuelve una imagen enfrentados a un fenómeno que a duras penas comprendemos. Como nunca en nuestras vidas, confrontamos una situación ingobernable, polémica, que nos supera como especie y como individuos. El virus como espejo nos devuelve imágenes de lo que somos y la realidad que nos toca vivir. Vamos a algunos casos en un ámbito nacional.
Uruguay se ha mantenido fiel a su mesocracia. El gobierno de turno ha decidido no extremar las medidas al punto que pide, en un juego político esperado y descarado, la nueva oposición. El Estado apela al sentido común de sus mayorías, a la exhortación, y al privilegio de ser pocos, conocernos todos, y tener un territorio y una economía controlable. Fiel a su estilo frontal, el mismo de la campaña, el Presidente y su equipo velan por la situación día a día y en forma gradual. Se han tomado no pocas medidas “extremas” como el cierre de centros comerciales, cines, espectáculos, fronteras, aunque quedan espacios más anárquicos que están bajo el régimen municipal y sobre los cuales, por ejemplo, la IMM no ha actuado; aún. Como sea, el sistema de salud no ha colapsado, aún no ha habido un solo muerto por Corona, y la densidad por m2 en los espacios públicos es, en general, muy baja. Se enfrenta la pandemia tratando de minimizar sus consecuencias. Por ahora, vamos bien.
Israel no escapa a las generales de la ley y allí también el sistema político aprovecha la pandemia para su agenda. El resultado electoral de la última elección se ha visto distorsionado y manipulado por el gobierno de transición que ya ejerce la autoridad por más de un año. La Kneset cerró y hoy de hecho hay un enfrentamiento entre algunos de sus miembros (la mayoría actual) y la Suprema Corte de Justicia. Tan grave es la situación que el historiador Yuval Noah Harari no ha dudado de llamar al actual régimen una dictadura. Al mismo tiempo, Israel parecía actuar con firmeza y celeridad en su toma de decisiones, con el duro y característico pragmatismo israelí. Excepto que hay poblaciones que escapan a las generales de la ley, notoriamente la población ultra-ortodoxa. Salvando las enormes diferencias, nada es muy distinto entre Israel y Uruguay: el discurso de sus gobernantes es diferente, pero la conducta del pueblo es similar: la mayoría acata, las minorías desobedecen; en ambos países se busca el rédito político por parte de quienes se sienten amenazados. La gran diferencia, a este momento, es que Israel ya tiene tres muertos y por ahora Uruguay, con su característica y aparente “pachorra”, ninguno. Por ahora y ojalá que nunca.
Si el virus refleja la naturaleza de un país y su sociedad, qué nos queda por decir del mundo latino: España e Italia están pagando muy caro su inoperancia. A esta altura la pandemia empieza a revertirse, pero las bajas han sido astronómicas, en vidas y en términos económicos. Es de esperar que alguien en algún momento se haga responsable del caos que generó la aparición de la pandemia. Los países más totalitarios hablan mucho menos de su crisis: ¿qué sabemos de Rusia? ¿Qué sabemos de Irán? Seguramente sólo lo que los medios oficiales nos cuenten. Si la democracia israelí está hoy transitoria y parcialmente cuestionada, qué dejamos para regímenes cuyo sistema democrático no es más que una escenografía.
La situación de México me excede. Del mismo modo, la de China y Asia en general. La demagogia tan difundida del Presidente de El Salvador, también. Perú y Colombia, Chile, Argentina, todos se debaten en mayor o menor grado entre una actitud totalitaria y una actitud más liberal pero firme. Cada país está condicionado por su historia, su demografía, su geografía. El corona es global pero nos singulariza.
EEUU e Inglaterra, los primos hermanos que se aman y desprecian por igual, están confrontando sus ideas anglo-sajonas liberales respecto al individualismo y las libertades personales como pocas veces había sucedido, excepto en tiempos de guerra mundial. Ninguno de ellos quiere pagar el enorme precio económico de tomar medidas drásticas y verticalistas, pero al mismo tiempo la pandemia los ha superado: Inglaterra, más tarde que temprano, y aun parcialmente, va tomando medidas (cerró las escuelas recién el viernes pasado), mientras en EEUU el gobierno federal se ha apoyado en la autonomía de los Estados para que sean éstos los que tomen medidas. Como California que cerró sus fronteras. Por supuesto, el manejo político tampoco escapa al mundo anglosajón: tanto Johnson como Trump son elefantes en un bazar frente a la invasión del virus; rompen todo a su paso.
Como diría Borges acerca nuestro, los uruguayos: “EI sabor de lo oriental, con estas palabras pinto; es el sabor de Io que es igual y un poco distinto”. O como canta Silvio Rodríguez, “no es lo mismo pero es igual”. Nada es exactamente igual por global que se haya vuelto el mundo; sólo es global el virus, el resto es profundamente idiosincrático. Volviendo a Borges, podemos decir, como al cierre de “Emma Zunz”, que todo se repite pero sólo cambian los detalles: “las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. Si el arte es un reflejo de la realidad en la forma en que la ordena o percibe, la pandemia genera una metáfora colectiva de una realidad nacional, cultural, e incluso mundial: en toda su inabarcable fragmentación.