#Shoah, Antisemitismo, & Sionismo: el relato perdido.
En las últimas semanas el tema #Shoah ha estado en el tapete producto del día de conmemoración instaurado por las Naciones Unidas el 27 de enero, día de la liberación de Auschwitz, y que este año conmemoró setenta y cinco años. Las ONU cumplió, en un término bíblico, “para las generaciones” con el compromiso moral de recordar y conmemorar la #Shoah.
Al mismo tiempo, en estos días, el gobierno saliente de Uruguay, país miembro observador de IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance), decide adherir a la definición de antisemitismo de dicha organización. Lo cual provocó la ira de lo más selecto de la izquierda uruguaya, tal como se reflejó, entre otros, en el artículo de María Landi publicado por Brecha el pasado 7 de febrero. Que por cierto ya ha tenido sus contundentes respuestas y no merece más atención que la ya dada.
Quien esto escribe cree que, si bien alguien tiene que contestar los disparates que escriben los antisemitas, pretender contrarrestar la sinrazón con la razón es absolutamente quijotesco. Porque ni el Derecho Internacional ni la lógica de las realidades más contundentes, tal como se enumeran en el excelente artículo firmado por Janet Rudman en Semanario Hebreo Jai (http://www.semanariohebreojai.com/articulo/2192), o en otros numerosos artículos, podrán hacer frente a la literatura propagandística antisemita que fluye rampante en el discurso de izquierda latinoamericana. O norteamericana. O europea. Si lo que se propone es una conversación argumentada, esto no es posible: los antisemitas no conversan, gritan consignas.
La misma definición de antisemitismo de la IHRA es problemática: “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto.” Para empezar, lo de “cierta percepción” es de una vaguedad y ambigüedad tan obvia que confunde lo que pretendía aclarar; lo mismo sucede con “puede expresarse”: ni “cierta” ni “puede”, en todo caso el antisemitismo es una percepción de los judíos como objeto de odio. Esa sería una redacción contundente, inequívoca, y verificable. La segunda frase resulta mucho más apropiada porque incluye en “lo antisemita” aquello que afecta el entorno del objeto del antisemitismo, sea judío o no. Porque en definitiva, el Judaísmo es más que la suma de judíos, o no.
Dicho esto, está claro que el Estado de Israel ES una “institución”, una “comunidad”, y un “lugar de culto” de los judíos (además de otros pueblos y religiones). Es aquí que entra en juego la palabra Sionismo y todas sus derivaciones. A las instituciones, comunidades, y lugares de culto que existieron desde el exilio babilónico en 586 AEC (y antes también, desde los tiempos de los patriarcas se erigían lugares de culto e instituciones por doquier), se sumó la GRAN institución, la GRAN comunidad, el GRAN (¿central?) lugar de culto, la tierra de Israel bajo soberanía del Estado de Israel. Así como hasta 70 EC convivieron el culto del Templo de Jerusalém con el culto en las sinagogas tanto en la tierra de Israel como en la diáspora, hoy conviven las sinagogas e instituciones de todo el mundo con el Estado de Israel y sus lugares de culto, religiosos y civiles.
Por lo tanto, y pese a quién pese, judíos y no judíos, el Estado de Israel es parte inherente de la identidad judía. Explicarlo sería tan extenso como inútil precisamente porque el relato antisemita no lee documentos, ni historia, ni libros de oración, ni fuentes judías, ni nada que no esté manipulado con el único fin de regar el odio judío, renovado con un lenguaje más elíptico y anclado en una vieja estética, a veces una estética anacrónica que surge desde lo imaginario.
Lo que ha sucedido en los últimos cincuenta años, después de la Guerra de los Seis Días y sus consecuencias territoriales, es que el relato sionista ha sucumbido frente al relato palestino. La humanidad tiende a aliarse y defender al más débil, a David frente a Goliat. Hasta 1967 Israel, y el pueblo judío todo, era David; el hondazo certero de aquel pastor indefenso frente al gigante filisteo se concretó en aquellos seis días que cambiaron la historia para siempre en 1967. Desde entonces, la historia de David y Goliat la cuentan los palestinos tirando hondazos o ahora globos incendiarios. Las manipuladas imágenes (así se construye un relato) muestran precisamente eso: la soledad y lo insignificante del palestino frente al poderío israelí.
Podemos y debemos seguir intentando razonar con la opinión pública antisemita acerca de las bondades de la democracia israelí, hablarles del bloque árabe en el parlamento israelí que alcanzo el 13% de los escaños, la pujante economía israelí que los incluye, la autonomía de sus ciudades, sus deseos de permanecer en Israel si algún día existiera el Estado de Palestina; pero si no reconstruimos, empezando por casa, el relato sionista, estaremos claudicando, nosotros mismos, de nuestra razón de ser. El Judaísmo está parado en varios pilares y uno de ellos es Israel: con mesías o sin mesías, esos son detalles. Tenemos el privilegio de vivir en el tiempo en que hemos vuelto a la tierra, nos hemos vuelto soberanos en el concierto de las naciones, y más allá de matices e ideologías, hemos realizado la profecía. Sí, profecía auto-cumplida: este año ya estamos en Ierushalaim. El año próximo también estaremos.
La historia del movimiento sionista está llena de oportunidades perdidas por parte del pueblo que habitaba la tierra cuando los judíos comenzaron a volver, comprar tierras, y colonizar. El movimiento nacional palestino estaba retrasado frente al movimiento nacional judío, el Sionismo, acaso porque los judíos sionistas eran europeos, donde el nacionalismo fue LA ideología del siglo XIX. Pero a esta altura de la historia bien podríamos estar equiparados: desde 1947 ningún plan ha sido bueno para los líderes palestinos, y casi todos han sido aceptados por los líderes de Israel.
El Sionismo no se estacionó en el tiempo. Sean las guerras, el terrorismo, las Intifadas, o sean las migraciones de los países árabes, del Yemen, o de la Rusia post-Unión Soviética, el Sionismo, en su máxima expresión, el Estado de Israel, ha afrontado los desafíos y aprovechado las oportunidades. La viabilidad del Estado hoy es mucho mayor que aquel que definiera la ONU en 1947. Aún así, hay escasos treinta kilómetros entre la “línea verde” y el mar a la altura de Kfar Saba. La reticencia de muchos a un Estado de Palestina a tan corta distancia puede entenderse. Aun así, la mayoría de los israelíes firmarían algún tipo de tratado que asegure la no beligerancia y vidas más normales. Esto es así, por más que los antisemitas quieran hablar de apartheid y otros disparates.
Revisar nuestro relato supone revisar nuestros valores. Recientemente los judíos leímos la porción del Pentateuco que nuestros rabinos llamaron “Bo”; en ella figura la plaga de la muerte de los primogénitos. En la siguiente porción, “Beshalaj”, el texto nos encuentra saliendo de Egipto, liberados. No hay duda que la libertad tiene costos y el pueblo judío tiene una tradición milenaria de haberlos asumido, #Shoah incluida. Revisar nuestro relato supone reconocer al prójimo, saber de los peligros del Amalec de turno, aspirar a una sociedad más justa, y saber que no estamos solos sino que somos una pequeña parte de la Humanidad; cualquier concepción egocéntrica es repudiable.
Revisar nuestro relato también supone saber que el antisemitismo es inherente al Judaísmo. Que siempre hubo y siempre habrá antisemitas, pero que la peor amenaza para el pueblo judío yace en sí mismo, en su incapacidad de contar su relato de manera significativa. No es por antisemitismo que somos menos o más vacuos; paradójicamente, el antisemitismo es el mayor generador de identidad en la actualidad; y probablemente el Sionismo sea el segundo. Precisamente porque el antisemitismo ahora ataca directamente al sionismo es que se ha vuelto tan engañoso y seductor. Atacar el proyecto sionista, el Estado de Israel (con su gobierno de turno democráticamente electo), es una artera forma de excusar el antisemitismo tradicional. El antisemita dirá: no tengo problemas con los judíos (“tengo un amigo judío”), mi problema es con el Estado imperialista y segregacionista de Israel…
El Estado de Israel no es ninguna de las dos cosas, y tampoco muchas otras que se la adjudican; tiene sus problemas y defectos, pero su estándar moral está largamente probado y siempre a prueba. Lo importante es aclarar que Israel, Estado y territorio, es una sinécdoque del judaísmo. La retórica antisemita sabe esto muy bien, acaso mucho mejor que muchos judíos que todavía creen que pueden deslindar su propio destino como tales de ese Estado que en cualquier momento pueden llamar “mi país”. Aun cuando no nos gusten el Rabinato, Netanyahu y sus coaliciones de derecha, la Ley del Estado Nación, el calor, o el falafel. Los viernes de tarde todavía escucharás el Guevatron o Java Alberstein y te inundará la atmósfera de Shabat como en ningún otro lugar del mundo. Porque será un Shabat soberano.