Revisando Januca: Mito, Machismo, Feminismo.

Shira Makin, Haaretz, 26 de diciembre de 2019

Una interpretación generalizada de la historia de los macabeos considera la revuelta como una victoria del fanatismo religioso sobre el espíritu del liberalismo, el laicismo y el universalismo. Matatías (Matityahu) y sus hijos no sólo lucharon contra Antíoco IV, un rey del imperio seléucida griego que trató de borrar su identidad. También libraron una guerra civil bañada en sangre contra sus hermanos judíos “helenizantes”, las élites grecófilas de Jerusalem que adoptaron valores helenistas como la belleza, la educación y la conciencia del cuerpo y la mente. El fallecido filósofo israelí YeshayahuLeibowitz, por ejemplo, sostuvo que “la guerra de los asmoneos estaba dirigida principalmente contra los judíos y no contra los griegos”, según “DiscoursesontheJewishHolidays” (Diálogos sobre las fiestas judías), una colección publicada por los estudiantes de Leibowitz. La primera víctima de esta revuelta, en el año 167 a. C., fue un judío. El anciano sacerdote Matatías, “ferviente de Dios” (como leemos en 1 Macabeos 2), mató a un judío que ofreció un sacrificio en un altar griego en Modi’in. Como consecuencia de lo cual él y sus hijos huyeron a las colinas y lanzaron una guerra de guerrillas contra los griegos.

En términos contemporáneos, los helenistas eran una parte orgullosa de la cultura del “despertar”: esos que beben café con leche con almendras y tuitean perlas de sabiduría del último libro de Yuval Noah Harari. Los macabeos, por el contrario, eran un tipo de “jóvenes de la cima de la colina” o fieles al Monte del Templo con nombres raros, que sueñan por la noche con la reconstrucción del Templo. La leyenda de Janucá está tan repleta de ironías y paradojas como calorías tiene un latke, la tradicional tortilla de papa rallada de la celebración. Por ejemplo, el hecho de que la fiesta religiosa favorita de los judíos seculares en realidad marca el fracaso absoluto de sus antepasados con ideas similares en la campaña, y que llevó al establecimiento de un estado de halajá (ley judía tradicional); o que los mismos asmoneos que lucharon contra la cultura helenística se convirtieron en helenistas una generación más tarde y se dieron nombres a tales efectos (Juan Hircano I, Aristóbulo I, que se autodenominó “filoheleno”, un admirador de la cultura griega, o Alejandro Janeo); o que los macabeos lucharon contra un ocupante extranjero y el intento de erradicar su identidad religiosa y nacional de una manera que recuerda por sobre todo la actual lucha de los palestinos contra la ocupación israelí; o que los haredim, judíos ultraortodoxos, están celebrando esta semana una victoria militar judía, mientras que ellos mismos no son precisamente los que acuden en masa a las oficinas de inducción de las Fuerzas de Defensa de Israel.

Pero el mito de los macabeos, que es implantado en cada niño y niña judío en Israel, también tiene un ángulo de género. Es posiblemente aquí, junto con los mitos sobre el rey David y Josué, donde nació el macho israelí tal como lo conocemos hoy; la semilla que hizo brotar el ethos del hombre militarista israelí al que le gustan las conquistas en todos los sentidos, con el pelo facial erizado, músculos ondulantes y cero inteligencia emocional; alguien que nunca llora cuando ve “Master Chef”. Esas percepciones de masculinidad continúan dando forma a la identidad del hombre israelí hasta el día de hoy, dictando el carácter de la vida social y de las instituciones que manejan la rutina diaria de todos nosotros. Tantos malestares de la sociedad israelí – militarismo, homofobia, misoginia, agresividad, exclusión de las mujeres, violencia de género y una cultura de violación – sederivan de ese ethos de masculinidad tóxica que es perjudicial no sólo para las mujeres sino también para los hombres. Desde que emergen del útero, los hombres absorben algo parecido a las “instrucciones de funcionamiento” sobre cómo deben verse y comportarse, creando un mundo en el que se les exige que muestren un constantemente brusco exterior, no debiendo en ningún caso demostrar debilidad, mostrar ternura o revelar una emoción.

El lugar de Dios

La historia de Judas Macabeo, hijo de Matatías, quien dirigió la revuelta contra los seléucidas, es la de un joven barbudo, un mago de las tácticas militares, una especie de combinación del general Patton del siglo II a. C. y el comando israelí MeirHarSión. Llevaba el apodo fálico de “Judas el Martillo”. (El término “macabeo” deriva del arameo maqebba, que significa martillo de guerra). Como Thor, sólo que circuncidado. Este hombre de hombres dirigió a un grupo de jóvenes, musculosos y barbudos como él, que hicieron lo imposible y vencieron al ejército de un imperio. En el año 165 a. C., Matatías, en su lecho de muerte, nombró a Judas para sucederle al frente de la revuelta, aunque no era el mayor. “En cuanto a Judas Macabeo, ha sido poderoso y fuerte, incluso desde su juventud: que sea vuestro capitán y pelee la batalla del pueblo”, explicó (1 Macabeos 2). Y luego se dice de él: “En sus actos era como un león, y como un cachorro de león que ruge por su presa” (1 Macabeos 3).

Los judíos, que por decirlo así, no eran precisamente los mejores de la clase en materia de deportes, no habían conocido un intrépido modelo alfa masculino como éste desde los tiempos del rey David, el mujeriego voyeurista de rojos mechones de cabello suelto y experto en tirar con la honda. Si estuviera vivo hoy, Judas el Martillo habría sido hace mucho tiempo la estrella de una campaña publicitaria para el café negro Elite o la cerveza Goldstar.

Los elementos fundamentalistas y militaristas no desaparecieron incluso después de que la revuelta asmonea tuvo éxito, cuando la dinastía engendrada por Matatías estableció un régimen violento e ignorante que sobrevivió durante 80 años. Uno sólo puede suponer cuán bajo debe haber caído el estatus de la mujer en un país como ese. En el estado de los asmoneos, gobernado por la halajá, el sumo sacerdote del Templo también era el comandante militar supremo, y los límites entre religión, estado y ejército desaparecieron por completo. La descendencia de Matatías conquistó más y más tierras en el territorio, las judaizó con la espada, convirtiendo a sus vecinos por coerción. Formaron un ejército mercenario, que, por lo que sabemos, lo consideraron como “el ejército más moral del mundo”. Juan Hircano, que gobernó entre los años 134 y 104 a. C., circuncidó a cientos de miles de edomitas por la fuerza. Alejandro Janeo, uno de sus sucesores, que masacró a cientos de judíos (seguidores de los fariseos, representantes y formadores del judaísmo), determinó que estaba por encima de todas las formas de la ley y arrasó todas las ciudades cuyos habitantes se negaron a convertirse. Aristóbulo e Hircano II fueron déspotas de pleno derecho que esclavizaron a los ciudadanos y cometieron actos de asesinato por doquier. Fueron la causa del declive final del estado asmoneo, en el cual la degradación moral y los conflictos internos se extendieron como crecimientos cancerosos, hasta que cayó como una fruta madura en manos de los romanos.

A pesar de la corrupción y las deficiencias del estado, uno esperaría que la tradición judía todavía aclamara esta historia de éxito militar, alimentada por el amor a Dios, que llevó al establecimiento de un reino judío soberano en la Tierra de Israel, el único entre la destrucción del Primer Templo y la creación del Estado de Israel. Pero nuestros sabios en realidad prefirieron enterrar la historia del heroísmo de los macabeos, y la misma apenas es mencionada en la Mishná (que tiene una historia extraña sobre un camello que fue quemado por una Janukiá). Esta laguna ha generado una serie de explicaciones por parte de los estudiosos. Una de ellas cita el fracaso absoluto de los levantamientos que siguieron: la Gran Revuelta que llevó a la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d. C. y la revuelta de Bar Kojba que ocurrió 60 años después y terminó en una derrota con pérdidas humanas y destrucción de propiedad sin precedentes entre los judíos. Aparentemente, los sabios no querían sacar provecho de los éxitos de los macabeos a la luz de estos fracasos posteriores, ni alentar arriesgados levantamientos adicionales. Algunos dicen que otra razón para este enfoque radica en el hecho de que no hay intervención divina en 1 Macabeos: Dios es relegado a la periferia de la campaña y la tremenda victoria militar se logra sin su ayuda. (Este problema fue resuelto cuando el Talmud, que se codificó en alrededor del año 500 d.C., agregó la historia de la vasija de aceite de larga duración y, por lo tanto, le dio el crédito debido a Dios).

Los libros de los macabeos fueron preservados durante siglos por la iglesia cristiana, que se enganchó con el ethos del martirio y transformó la imagen de Judas en un símbolo de heroísmo y fanatismo religioso. Junto con Josué BinNun y el Rey David, es uno de los Nueve Dignatarios de la Edad Media, que están destinados a servir como un ejemplo para cada caballero.

Entre los judíos de la diáspora, Janucá también fue desviada hacia la periferia, y una vez más el elemento que los rabinos preferían enfatizar era el frasco de aceite y la intervención divina. Hoy la historia del heroísmo militar-masculino-nacional contradice el ethos haredí, que encuentra heroísmo en el estudio de la Guemará: en el espíritu y no en el cuerpo.

En un artículo que publicó en 2013 en Haaretz (en hebreo), el filósofo MosheHalbertal explicó el concepto de masculinidad aceptado en la tradición judía de la siguiente manera: “Uno de los epítetos para el pueblo de Israel en la Biblia es tola’atYa’akov [“Gusano de Jacob”]. El midrash capturó esta imagen sorprendente y peculiar como una comparación con un gusano que devora el gran cedro y lo derriba. Al igual que con un gusano, el poder del pueblo de Israel reside sólo en la boca, en la oración y en el estudio. Cualquiera que entre en un beit midrash [sala de estudio judía] y observe a las personas que hay en él, comprende cuán lejos está la forma de vida militar de la forma en que los estudiantes de una yeshivá se paran, caminan, se dan la mano y hablan “.

Libro y espada

El movimiento sionista sacó la leyenda de los asmoneos de los recovecos del olvido, poniendo énfasis en los motivos heroico-nacionalistas del relato. Particularmente después del Holocausto, el sionismo buscó episodios de la historia judía que serían apropiados para la imagen del “nuevo judío” que toma su propio destino en sus manos, para borrar de la memoria colectiva el carácter aparentemente flácido del Judío de la diáspora con el aura de shtetl, que “fue como oveja al matadero”. Janucá pronto fue visualizada como una fiesta nacional que celebra a los valientes judíos que lucharon contra las fuerzas del mal y triunfaron en una guerra nacional de liberación, y de esta manera la dimensión religiosa-ferviente de la revuelta y del estado asmoneo quedó desdibujada. El ideal de la muerte de un mártir dio paso a la muerte por el bien de la patria en la tradición “Es bueno morir por nuestro país”. Los macabeos se convirtieron así en parte de una serie de leyendas que se adaptaron de una forma u otra al ideal sionista, entre ellas las historias de la revuelta de BarKojba y la caída de Masada.  De esta manera, los luchadores de la así llamada generación de 1948 se autodenominaron los “bisnietos de los macabeos”. David Shimoni, un destacado poeta del Ishuv, la comunidad judía en la Palestina anterior al Estado, escribió en una de sus obras cómo “1948 enciende otra menorá… Veo a los bisnietos de los macabeos… Están luchando, los nietos de los asmoneos, una guerra de heroísmo y santidad… los macabeos de 1948”.

Del mismo modo, la Haganá, la milicia clandestina del Iishuv, denominó a una de las operaciones para liberar el camino a Jerusalem, “Operación Macabi”. Hasta el día de hoy, en el Día del Recuerdo, los escolares colocan en sus camisas blancas un autoadhesivo con una imagen de una flor roja llamada “Sangre de los Macabeos”, de acuerdo a una leyenda que dice que esta flor florece en cada lugar en que una gota de sangre macabea tocó el suelo.El primer ministro Benjamin Netanyahu hace referencia a los soldados de las FDI como los “nuevos macabeos”. Hace dos años, declaró en una ceremonia de encendido de velas de Janucá: “Les recordaría a todos los que están tratando de reescribir la historia hoy: los macabeos no eran palestinos, eran judíos, hermanos, combatientes. Qué heroísmo, qué orgullo. ¡Y nosotros, en el espíritu de los Macabeos, estamos transformando a Israel en un país muy fuerte, en una fuerza mundial en ascenso!”

Canciones de Janucá, como “Mi Yimalel” (“Quién puede contar el heroísmo de Israel”), sobre el héroe que surge en cada generación y redime al pueblo (“Macabeo como salvador y libertador, y en nuestros días todo Israel se unirá, se levantará y será redimido”), transmitan ese mensaje con precisión. También está “Hemos llegado para disipar la oscuridad”, que se convirtió en el himno no oficial de activistas del vecindario en manifestaciones contra la presencia en Israel de solicitantes de asilo de países africanos.

Max Nordau, quien en el Segundo Congreso Sionista, en 1898, instó a la formación de una nueva masculinidad judía, la “judería muscular”, también adoptó el mito de los macabeos. Iba de la mano con la visión del judío poderoso física y espiritualmente que cumpliría los objetivos del sionismo en la Tierra de Israel. Bajo su inspiración, se estableció el movimiento deportivo Macabi, que inició las carreras de antorchas y los Juegos Macabeos, una versión judía de los Juegos Olímpicos (los oponentes macabeos de los helenistas deben haberse retorcido en sus tumbas).

Cuando los miembros del movimiento juvenil Macabi cantan su himno, señalan con tres dedos en alto, simbolizando su compromiso de “defender a mi pueblo, mi país y mi idioma”. El himno incluye líneas como “Todos los Macabeos estamos aquí”, “Aquí peleamos, aquí triunfamos, aquí nuestra fuerza aún será mayor”, y “El pilar de nubes está detrás de nosotros, dad paso a los Macabeos”. El giro fue completo: el pueblo del libro se había convertido en el pueblo de la espada y de la masculinidad volcánica, y el tierno prodigio del “gusano de Jacob” fue abandonado para siempre.

En el siglo pasado, el pueblo judío celebró la festividad de Janucá con una actitud pirómana y consumista. Los padres desconsolados se ven obligados a ver a sus hijos actuar en obras de teatro estridentes, hacer girar el dreidel y pueden prever semanas de acidez estomacal causada por ocho días de comer trozos de masa frita repleta de mermelada de mala calidad y cubierta de azúcar en polvo.

Mujeres asesinas

La historia de los macabeos es quizás sobre la masculinidad, pero varias mujeres también son mencionadas en ella. Desafortunadamente, son mostradas como aún más extremistas y asesinas que los hombres; una de ellas, por ejemplo, mata entusiastamente a sus hijos para la santificación de Dios. Sus personalidades sólo reafirman y multiplican el ethos violento y nacionalista, sin ofrecer ninguna alternativa real al concepto de masculinidad tóxica.

Tomemos, por ejemplo, el relato de Judith (Yehudit), “hija de Yojanán”, quien en algunas de las fuentes es mencionada como la hermana de Judas Macabeo. Ella es una femme fatale judía. Según la leyenda, aprovechó su belleza para seducir al comandante del ejército griego, lo alimentó con queso para que tuviera sed, y después de que bebió vino y se durmió, lo decapitó. El relato aparece originalmente en el Libro de Judith, pero fue mezclado con Janucá. La tradición le da crédito a Judith por la victoria en la campaña de los macabeos, y la Guemará dice: “Las mujeres deben encender una vela de Janucá, porque fueron parte del mismo milagro”.

Tanto el Talmud como los libros Macabeos 2 y 4 contienen la historia de “la madre y sus siete hijos”, que en la tradición se convirtió en un relato sobre el martirio de una hija de Israel. En el período de los edictos impuestos por Antíoco, la madre y sus hijos fueron capturados por los griegos, quienes los obligaron a inclinarse ante una estatua y comer carne de cerdo. Los hijos se negaron y fueron torturados y ejecutados ante los ojos de su madre. Cuando llegó el turno del séptimo, el hijo menor, la madre le susurró: “Mis hijos, ved y decid a vuestro padre Abraham: ‘Ataste a un hijo en un altar, y yo até a siete hijos.’” Cuando él también fue ejecutado, ella saltó del techo y se suicidó. “Una voz suave y apacible surgió y dijo: ‘Una feliz madre de niños’”. ¿El nombre de la mujer? Realmente no importa: sólo es una mujer. En algunas versiones se llama Miriam, en otras es Janá, o su nombre no es mencionado en absoluto. Según el historiador Iosef ben Matitiahu (Flavio Josefo), ella se convierte en un hombre. En la tradición judía, por ejemplo, en KinnotTishaB’Av (versión Ashkenazí), Janá es considerada una verdadera mártir, y en otras versiones del relato, aparece tan entusiasta que ella misma mata a sus hijos. En este caso, aparentemente no es suficiente que una mujer se sacrifique a sí misma, su papel es tanto criar hijos como sacrificarlos por la noble causa.

Otro ejemplo del “heroísmo de la mujer judía” es proporcionado por el historiador cultural Itamar Greenwald en un artículo que publicó (en hebreo) en Haaretz en 2014, en el que cita el testimonio de una chica tal como aparece en la Guemará. Era una sobreviviente de la dinastía asmonea con la que Herodes quería casarse para crear legitimidad asmonea para sí mismo. Sin embargo, ella rechazó su cortejo y se subió a un techo donde declaró que Herodes era un esclavo y que su judaísmo estaba en duda. Luego saltó del techo y murió.

En un artículo de 1964 en el periódico Mahanayim, el investigador Shlomo Ashkenazi resumió el tema: “La mujer judía pasó la prueba, preservó su honor y su valor personal y nacional, el respeto de las generaciones y la gloria de la moralidad, mostrando que fue moldeada en la fragua de la pureza y el heroísmo por igual”. En Janucá, la comunidad judía de Túnez marca Id al-Banath (fiesta de las mujeres) para denotar el heroísmo femenino en la tradición judía, tal como se refleja en las historias de Yael, Janá, Judith, Bruria y Esther. El papel de las mujeres aquí es claro: asesinar, suicidarse y seducir o matar a sus hijos para santificar el nombre de Dios y defender la patria. Solo así serán recordadas por la historia judía como heroínas. Pero también hay un modelo diferente de liderazgo femenino judío, uno que está en los márgenes de la historia: una mujer que ofreció una alternativa a la violencia masculina: la reina Shlomzion Alejandra, que subió al poder después de la muerte de Alejandro Janeo, su esposo, y que fue una de las pocas reinas en la historia judía (junto con Atalía, la hija de Ajab) que reinó sola.

En contraste con el período de gobierno de su esposo e hijos, Shlomzion fue percibida como moderada, y su reinado de nueve años es descrito como un tiempo de paz y prosperidad económica, en el que el territorio no conoció guerras. Es lamentable que de todos los modelos de rol a seguir incluidos en el mito de los asmoneos, precisamente el de Shlomzion haya sido excluido del ethos sionista. No nos haría daño a ninguno de nosotros aprender de ella.

Traducción: Daniel Rosenthal