«Todo el mundo es un escenario»
El 1º de febrero de este año todavía no se habían cumplido cuatro meses de Oct7 cuando publicaba tanto en TuMeser como Radio Jai un texto titulado “¿Qué queremos escuchar?” (https://tumeser.com/2024/02/01/que-queremos-escuchar-entre-drexler-y-la-rahola/)
Estos días se han cumplido ocho meses de Oc7, exactamente el doble del tiempo transcurrido entonces, y la misma pregunta cabe: ¿qué queremos escuchar?
Hoy ya es imposible reducir el asunto a una opción binaria, una u otra voz; debemos lidiar con la complejidad que trae consigo el paso del tiempo y la multiplicidad de voces. Las propias y las ajenas. Personalmente, prefiero lidiar con las propias pero no puedo ignorar las ajenas.
Empezando por estas últimas me aventuro a recurrir al recurso del coro en la tragedia griega, tal como hizo tan creativamente Woody Allen en “Poderosa Afrodita” (1995): un personaje colectivo que narra y opina sobre los hechos que suceden en el escenario. La trama transcurre independiente y el coro es paralelo, influyendo en la vivencia del espectador.
La opinión pública mundial y globalizada, desde los campus en los EEUU a Las Cortes españolas pasando por cualquier manifestación por la causa de turno (interseccionalidad), se ha transformado en el coro perfecto. Todos declaman, todos opinan, todos sentencian, pero las víctimas de la tragedia yacen en el centro de la escena.
Como si fueran diferentes versiones del mismo drama, algunas audiencias escuchan unos coros y otras acceden a otros, del mismo modo que el drama en el centro de la acción es vivido por unos y otros de forma diferente. Después de todo, el teatro es una experiencia subjetiva.
Pero esto no es teatro; esto es real, histórico, factual: sucede. El teatro en este caso es sólo metáfora, tal vez por la subjetividad implícita. Como no es teatro nos está faltando un elemento fundamental: la catarsis. Tal vez por eso la sensación de ahogo sea tan agobiante.
Veamos ahora el centro de la escena. Para empezar, creo que hay una gran resistencia colectiva a poder ver el drama desprovisto de su marco coral. Las acciones de los personajes (políticos, militares, tropas, ciudadanos en general), sus decisiones y experiencias, sus pasiones y prejuicios, sus ideologías y obsesiones, son mucho más difíciles de procesar sin estar intervenidas. Todo sucede entre los acontecimientos y nosotros, sin mediación de la opinión pública, o sea, el coro.
La tragedia shakespeariana es más contemporánea no sólo por su ubicación en el tiempo (sólo quinientos años atrás) sino por eliminar o camuflar el coro: la experiencia es directa, y por lo tanto más inmediata y más dura. Todos seguimos muriendo de amor con Julieta y con Romeo.
Hoy todos seguimos muriendo un poco con cada rehén que aparece sin vida y con cada día que pasa sin que aparezca uno vivo. No precisamos más el recurso de la imagen de los niños Bibas con su flameante pelo rojo enmarcado en la negrura de un túnel de Hamas. Dejémoslos en paz hasta que aparezcan.
También respiramos, celebramos, y lloramos cuando cuatro rehenes son liberados sanos en la mejor tradición de las FDI (*).
Hoy todos sabemos que en Gaza se ganaron batallas pero se perdió la guerra ya en Oct7. Ahora miramos al norte y tenemos derecho a preguntarnos qué pasará. Qué es ganar, qué es perder.
Hoy podemos pensar el drama de Israel ya no en términos de Oct7 sino de mayo de 1948. El telón no ha bajado nunca desde entonces, aunque haya habido momentos triunfalistas y buenos ratos de comedia y de nobles epopeyas que todos disfrutamos. En especial cuando el coro acompañó.
Yo pasé mi adolescencia y primera juventud recreando el relato sionista a través de los sketches de Efraím Kishon y las canciones de heroísmo y de nostalgia sionista. Por un rato fui actor, pero sobre todo fui un espectador jurado y fiel, pendiente de lo que sucedía allí, en el escenario, en Israel. Ese mundo que me habita aquí, en el exilio.
Así como Shakespeare innovó mezclando tragedia y comedia en una misma obra que no por ello dejó de ser trágica, la realidad es que en Israel se desarrollan varios dramas en forma simultánea. En términos políticos, hay varias agendas sobre la mesa en el marco del mismo drama. Cada público elige qué trama seguir y a qué coro atender.
Lo cual nos trae de vuelta al principio: ¿qué voces queremos escuchar? Cada uno es libre de elegir, pero me resulta imposible actuar como “los tres monos sabios”: no veo, no escucho, y, mucho menos, digo. Si no digo, otorgo. Si digo, puedo ofender, lastimar, importunar. Es un riesgo que asumimos quienes queremos obligarnos a pensarnos por fuera de la caja.
Porque en definitiva, no somos ni público ni coro sino protagonistas: en Israel o en la diáspora, ocupamos el centro del escenario. El drama, tragedia o comedia, nos sucede a nosotros. Los únicos responsables de nuestro relato somos nosotros mismos.
Al cerrar sus tragedias, Shakespeare siempre introduce un aprendizaje. El final de Julieta y Romeo cierra un período de odio e insinúa una reconciliación. En lo que atañe a la situación actual que nos abruma, me temo que tendremos que esperar todavía un tiempo, pero no es imposible.
La esperanza está plasmada en nuestro himno nacional y la llevamos dentro desde niños, aprendida para siempre. Por dramática, trágica, o absurda que sea la coyuntura, nunca dejaremos de entonarla cuando cae el telón.
(*) Este editorial se escribió entre el viernes 7 y el domingo 9 de junio. El sábado 8 fueron liberados cuatro rehenes por el ejército israelí, un hecho que no podíamos ignorar.