La Tormenta Perfecta
I am no prophet — and here’s no great matter I have seen the moment of my greatness flicker, “The Love Song of Alfred J. Prufrock”, T.S. Eliot.
Un poco desesperadamente pero al mismo tiempo hastiado en mi paciencia he buscado en mi memoria versos que de alguna manera, por forzada que sea su asociación, me ayuden a expresar, si no mis ideas (de esas ya me haré cargo aparte), por lo menos mis sentimientos. No que yo no pueda explicarlos; no se trata de lo racional, sino de lo emocional. No sé si las citas de “Prufrock” funcionan en este contexto, pude haber elegido un par más igualmente evocativas, pero el lenguaje poético, en toda su vasta ambigüedad y surrealismo, seguramente encuentre su eco en la empatía de alguno. Por lo menos, valdrá el intento.
También puedo citarme a mí mismo en una frase que recientemente usé como imagen de mi desesperación en un intercambio retórico sobre hechos e ideas; no es “poesía” pero es lenguaje metafórico. En relación a la actual coyuntura, palabra preferida de mi padre de bendita memoria, escribí: “no quiero ni que me digan lo bueno que soy (aprobación) ni que me tiren ácido sobre las heridas y cicatrices morales que todo esto (la coyuntura) me provoca”. No es momento de equilibrio ideológico, es momento de claridad existencial.
En ese sentido, “Prufrock” es todo lo contrario. Precisamente, he ahí el problema: nos dejamos llevar por el canto de las sirenas y ahora nos estamos ahogando. Así dice el poeta:
I have heard the mermaids singing, each to each. We have lingered in the chambers of the sea Till human voices wake us, and we drown.
Finalmente, y en tren de seguir con imágenes de apocalipsis líquida, me viene a la mente la escena culminante de “La Tormenta Perfecta” (Wolfang Petersen, 2000) cuando la cabeza del personaje de Mark Wahlberg emerge entre las enormes y terminales olas para una última bocanada de aire antes de morir. Las sirenas, en la película, eran los cardúmenes de atún; cuando despiertan de la fantasía a la realidad, todos habrán muerto.
Toda esta introducción de libre asociación poético-artística bien podría ser tal pero finalmente también podría quedar así; sin desarrollo, sin conclusión, y sin esperanza. Tal es mi estado de ánimo pasados cuatro meses desde Oct7 y catorce meses desde la asunción de Netanyahu como Primer Ministro de la coalición más fascista en la historia de Israel. El que nos protegía de Irán dejó abierta la puerta del fondo y nos mataron por “cientos de miles” (1 Samuel 18:7). Han “caído los héroes y se regocijan las hijas de los filisteos” (2 Samuel 1:19-20). Con ellos ha caído el sueño sionista, el relato que ha sostenido mi judaísmo durante sesenta y seis años y medio.
Todavía persigo el sueño y todavía encuentro signos y señales, pero la realidad los torna cada vez más oníricos, valga la redundancia. Yo ya no puedo esperar a que termine la guerra (¿alguien puede decir cuándo, qué otro frente se abrirá?) para empezar a pensar con un criterio tan judío como humanista, algo que este gobierno no puede hacer. Al mismo tiempo, no puedo pensar en actos de tikun olam hacia el enemigo cuando en mi tierra de Israel todavía se camina entre cadáveres, ruinas, y desolación, y hay cientos de miles desplazados sin perspectivas ciertas. Es una tormenta perfecta.
Ya no hay sirenas que nos seduzcan, estamos despertando a la realidad y ahogándonos en nuestras propias pesadillas, las que creíamos ir superando desde la Shoá.
El próximo Pesaj, cuando nos hagamos las cuatro preguntas de rigor, probablemente, muchos de nosotros habremos cambiado para siempre.