Pragmatismo en tiempos aciagos
Entre los sentimientos y sensaciones que nos dejó el 7 de octubre a todos los judíos del mundo están el estupor, el espanto, la furia, la venganza, el fatalismo, el optimismo, y, en especial para los judíos de la diáspora, la impotencia. Porque los que salen a dar la pelea, en un sentido literal, son los israelíes. Nosotros peleamos batallas mediáticas, batallas virtuales en las redes sociales, batallas de información y esclarecimiento, y batallas internas (cuando no). Hay una urgencia perentoria por hacer “algo”. Y, efectivamente, se hace: de todo, por todos, en todo momento, casi por acumulación. Parece que cuanto más, mejor.
A la reacción mundial unánime frente a la atrocidad siguió la inversa: una ola de antisemitismo desatado. A diez semanas de aquel día el mundo olvidó aquello y ahora reclama por alto el fuego, ayuda humanitaria, las víctimas gazatíes, y en su peor versión, por una Palestina libre “del río al mar”, que equivale a la aniquilación de Israel y sus ciudadanos judíos. Esta ola antisemita está siendo combatida como pocas veces por portavoces de todo tipo y en todos los idiomas argumentando locuazmente por la causa de Israel y el pueblo judío. Como pocas veces, decir verdades irrefutables paga. Tiene efectos reales. Octubre 7 fue tan crudo que (casi) todos están dispuestos a escuchar.
En este contexto creo que hay dos errores en que como colectivo(s) no podemos caer: uno es la provocación gratuita y otro es la ingenuidad.
Cada acto, acción, o actividad de cualquier tipo debería no sólo ser coordinada adecuadamente, sino pensada cuidadosamente: su propósito, su oportunidad, su alcance, y sus eventuales resultados; o consecuencias. Nada de lo que se hace es gratis: ni simbólica ni pragmáticamente. Cuidemos los recursos, siempre son escasos.
Simultáneamente, pensemos los mensajes. Promover simplemente “la paz” así, despojada de todo contexto, es retórico. En todo caso, promovamos pronunciamientos en relación al derecho de Israel a su auto-determinación y existencia, que es lo que está en juego en las arenas de Gaza y las escarpas de la Galilea y alrededores.
Hablar de paz mediante dos estados está, hoy, al menos para nosotros los judíos, totalmente fuera de contexto. Los palestinos lo rechazan reiteradamente desde 1948.
Como en tantas otras oportunidades, mi propuesta es trabajar más hacia la interna que hacia la opinión pública. Porque ésta, si es a nuestro favor no precisa más argumentación, y si es en nuestra contra, la rechazará. Sin embargo, la interna judía merece mayores desafíos que victimizarse y culpar. Ahondar en nuestra razón de existir, nuestro propósito, nos dará más elementos para defender nuestro derecho a la soberanía nacional, expresada en el Estado de Israel.
Nos persiguen (por decirlo delicadamente) por ser judíos, pero no somos judíos porque nos persiguen, sino porque lo elegimos: cada vez que contamos el relato, cada vez que cumplimos un rito, cada vez que diferenciamos entre lo justo e injusto, lo ético y lo perverso. No somos los únicos, pero es un acto que hemos perfeccionado durante los siglos, por generaciones.
El camino de la victoria, cualquiera sea su naturaleza, será largo y su precio altísimo. No es tiempo de triunfalismo sino de introspección. Los israelíes libran la batalla por la supervivencia física; nuestro aporte es la supervivencia de los ideales y el espíritu. Mantener la conversación judía relevante e inteligente por sobre los slogan nacionalistas. No es un “momento Entebe 1976”, es un “momento Iom Kipur 1973”. Seamos pragmáticos, prudentes, y sabios. Es el legado que nos dejaron nuestros sabios de bendita memoria y nuestros padres fundadores.