Entre el Judaísmo e Israel: un sutil equilibrio.
Quisiera hacer un brevísimo y despojado comentario respecto al conflicto Armenia-Azerbajan que ha desvelado a tantos judíos en mi entorno, especialmente aquí en Uruguay. No que mi opinión importe por mis conocimientos sobre el tema, muy básicos, sino que como habitual y pretencioso pensador de temas judíos, este asunto merece algún comentario.
Aquí hay dos problemas: uno es el conflicto bélico de tipo étnico entre la República de Armenia y la de Azerbaján en torno a un territorio determinado. Son conflictos centenarios que rebrotan en medio de un mundo pandemizado y fraccionado. Son los viejos, eternos estertores nacionalistas, auto-deterministas, que cada tanto causan estragos en su entorno geográfico y en el mundo; sea una guerra, sean olas terroristas. Las fuerzas opuestas entre la globalización y los nacionalismos son placas tectónicas que cada tanto producen terremotos o tsunamis. A veces se perpetúan en temblores de tierra constantes y regulares.
El segundo problema es la postura de, por un lado Israel y por otro la de Uruguay y los judíos de Uruguay en relación a Armenia, su historia reciente, y sobre todo el genocidio armenio. Los judíos de Uruguay han hecho suya la bandera de condenar no sólo el hecho del genocidio en sí, sino la negativa de Israel en reconocerlo como tal en función de sus intereses en la zona: Azerbaján como cliente de armamento, como proveedor de petróleo, y como punto estratégico por su frontera con Irán, por un lado, y el sutil equilibrio de sus relaciones con Turquía por otro.
La situación no puede ser más incómoda y conflictiva. Como judíos, estamos mandatados a condenar aquello que no quisiéramos que nos hagan a nosotros: “No hagas al prójimo aquello que no quieres que te hagan a ti, esa es toda la Torá” dice Hillel. En el caso de la tragedia armenia, los judíos de Uruguay, y Uruguay como Estado, hemos liderado su causa condenando y denunciando el genocidio a manos de los otomanos entre 1915 y 1923. El mero hecho de denominarlo como tal, “genocidio”, es una postura explícita e inequívoca.
Mi percepción es que, en nuestro afán de perpetuar y re-significar la memoria de la Shoá como genocidio del pueblo judío, hemos hecho del genocidio armenio una causa tan importante. Hay muchos paralelismos posibles entre la historia armenia y la judía: la cuestión del territorio, el exilio, y por supuesto el odio étnico que motivó ambos hechos; como también hay grandes diferencias. Genocidios, en todo caso, han habido varios en la historia de la Humanidad. En ese rubro no estamos solos ni somos únicos, aunque algunos podamos afirmar que hemos sido víctimas paradigmáticas. La solidaridad con el pueblo armenio está largamente documentada y probada, es tan justa como verdadera.
Otra cosa es un conflicto entre dos Estados soberanos en su contexto regional. Otra cosa son los intereses de un tercer Estado, en este caso Israel, en el contexto mundial. La industria militar en Israel, basada en su tecnología y su desarrollo, que la convierten en la “start-up nation” que tanto nos enorgullece, no existe en un vacío; existe en un mundo que consume armamento. El Estado sabrá regular la venta de tales productos de acuerdo a sus intereses y sus códigos éticos. No es la primera ni será la última vez que armas israelíes sean usadas en conflictos bélicos alrededor del mundo. No está en nosotros desde Montevideo juzgar las acciones de Israel en este sentido, así como no podemos hacer nada respecto a su crisis sanitaria y política actual. Como judíos, la situación no sólo nos excede sino que, como no pocas decisiones y acciones de Israel, nos dejan pisando en falso; aun cuando lo apoyemos incondicionalmente.
Por lo cual creo que es perfectamente admisible y compatible condenar el genocidio armenio histórico a la vez que abstenerse de opinar sobre un conflicto territorial entre dos Estados soberanos, aunque uno de ellos sea Armenia. La solidaridad judía con el pueblo armenio no está comprometida por el uso de armamento israelí por parte de Azerbaján. Los judíos en la Diáspora podemos poner el énfasis en los aspectos morales y éticos de los conflictos, pero no tenemos la responsabilidad de sostener un país; mucho menos un país cuya seguridad está, y siempre estará, tan comprometida como la de Israel. Esta disociación ha quedado claramente demostrada cuando uno escucha a la opinión pública judía de los EEUU más preocupada por el destino del pueblo palestino que por el destino de Israel como Estado Judío.
El gran desafío del Judaísmo es conjugar los valores éticos y morales con el realismo de la vida cotidiana. Sucede a nivel individual, sucede a nivel mundial. Hay un sutil equilibrio entre auto-preservación y amor al prójimo. Un equilibrio que debemos ejercitar día a día. La actual situación en Armenia-Azerbaján es un desafío más. Nos pone a prueba. Nada es perfecto ni absolutamente justo, pero tratamos de hacerlo lo más justo posible.