La Suma de Todos los Miedos
Donniel Hartman, The Times of Israel, 28 de noviembre de 2018
El miedo es una de las emociones más esenciales y críticas para la supervivencia humana. Nos permite estar en alerta ante un posible peligro y, lo que es más importante, responder adecuadamente. Su ausencia amenaza nuestra existencia. Como humanos, compartimos la emoción del miedo con otras especies. Un desafío en especial, y que incluso nos pone posiblemente en peligro, es cuando nuestra capacidad de razonamiento puede ser usada para convencernos de ignorar o “trascender” nuestros miedos bajo la bandera de su irracionalidad. Los llamados a que la gente “supere sus miedos” son tratados, justificadamente, con profunda suspicacia y percibidos como peligrosos. Promover la trascendencia del miedo es socavar la legitimidad de nuestra existencia.
Como israelíes y judíos, tenemos mucho que temer. Irán (nuclear o no), el terrorismo, los misiles, el nacionalismo alternativo y el antisemitismo constituyen el Top 5 en todas nuestras listas. Dígale a un israelí o a un judío que estos peligros son ilusorios, o que nuestro deber moral nos obliga a subestimarlos, y usted, con toda razón, se volverá irrelevante y perderá toda credibilidad. La política de la razón, y no simplemente la política de la emoción, exige que defendamos y adoptemos políticas que tomen en serio los peligros que nos amenazan.
Dicho esto, respetar el miedo y traficar con miedo, no es lo mismo. Lo primero es racional, moral y necesario; lo segundo es manipulador y destructivo. Me temo que es esto último lo que está en aumento.
La Ley del Estado-Nación de Israel, la legislación de Lealtad y Cultura suspendida temporalmente, la enmienda aprobada a la Ley de Educación Nacional, que faculta al Ministro de Educación a decidir por sí sólo a quién le está permitido dirigirse a los estudiantes, la creación de listas de “enemigos” que representan una inseguridad si ingresan al país y el intento de inmunizar la legislación que permite la deportación de refugiados contra una anulación por parte de la Corte Suprema, no son respuestas sensatas a nuestros peligros centrales. Se suben al carro de nuestros miedos legítimos y nos ofrecen nuevos mercados de posibilidades. Transforman el miedo para que, de ser una emoción necesaria, pase a ser una adicción, todo por el bien del rédito político. Lo que todas estas leyes tienen en común es su intento de entrenarnos para hacernos creer que nuestro principal temor no son nuestros enemigos externos, sino los internos. Cada uno, a su manera, intenta identificar una idea, un adversario político o una comunidad dentro de Israel o el pueblo judío, que es el nuevo peligro al que debemos temer y del que debemos defendernos.
Todo lo anterior no nos defiende del terrorismo ni de nuestros enemigos que amenazan nuestra supervivencia. Muestran que el nacionalismo judío supuestamente está siendo socavado desde dentro de nuestro pueblo y de nuestro país. Nuestra bandera, idioma, himno y calendario se enfrentan a un nuevo enemigo y piden ayuda. La lealtad de nuestros estudiantes y de nuestro público está siendo socavada por una idea, opinión, película u organización todopoderosa que se desplaza libremente por el mercado y corrompe a nuestra sociedad.
Se postula todo lo anterior a pesar del notable éxito y fuerza de Israel, una mayoría judía sin paralelo, el predominio de la ideología de centro-derecha entre la mayoría de los israelíes durante más de una década y la prevalencia de la identidad judía y el sentimiento nacionalista entre los judíos israelíes.
Cuando los miedos son reales y la emoción se experimenta de manera continua, es fácil convencer a la gente de que hay más peligros acechando a la vuelta de la esquina. Debido a que es racional temer, es racional y más seguro tratar un peligro potencial como real, en lugar de ilusorio. Es más prudente temer lo ilusorio que ignorar lo real, porque la consecuencia de lo primero es el engaño, mientras que la consecuencia de lo segundo es la muerte.
La política del miedo crea una adicción al miedo entre nuestros ciudadanos y, a su vez, genera la misma adicción en nuestros políticos. Es mucho más fácil abogar por la defensa del nacionalismo judío que tratar de explicarlo e infundirle significado. Es mucho más fácil pedir la defensa de la identidad judía que trabajar para construir una identidad vibrante y significativa. Es mucho más fácil afirmar que el sionismo en Israel está siendo atacado que articular su belleza y significado para la historia judía. Es mucho más fácil aislar y marginar al “otro” que trabajar para construir nuevos puentes de comprensión y respeto.
Una vez que las personas comienzan a sentir miedo, temen a quienes les dicen que su miedo es imaginario. Ese es el Catch-22 de Israel en 2018. Las voces maduras son ignoradas y políticamente impopulares. Para “ganar” en Israel uno tiene que probar que está aún más asustado, o al menos, tan asustado como su adversario.
Superar la política del miedo no resultará de los llamamientos para trascenderlo, sino educando sobre sus profundos peligros. En el Medio Oriente no es cierto que todo lo que debemos temer es el miedo mismo. Hay muchos miedos que exigen nuestra atención. Sin embargo, hay muchos que nos ponen en peligro y son dignos de ser temidos.
La política del miedo socava la unidad judía y promueve un odio sin sentido hacia los demás judíos. Convierte los legítimos desacuerdos políticos en ideologías sectarias y herejías. Debilita la lealtad y la identificación de los “herejes” con Israel y el sionismo. Convierte el derecho a la legítima defensa y la supervivencia de ser obligaciones morales a ser una política de interés propio, desenfrenado y amoral. Transforma el nacionalismo de una plataforma política legítima de identidad, significado, valores y responsabilidad colectivos, en un vehículo que aboga por el aislamiento, la superioridad y la discriminación moral.
Como israelíes y judíos, tenemos mucho que temer. No nos enfrentamos a la opción entre el miedo y la esperanza. Si esa es la opción, nuestra responsabilidad racional es por nuestros miedos. Dicho esto, debemos conocer los peligros de algunos miedos y, lo que es más importante, los peligros que los traficantes del miedo representan para nuestra sociedad y nuestro futuro como la patria del pueblo judío.
Traducción: Daniel Rosenthal