Antisemitismo e Identidad
El ataque a la sinagoga Etz Jaim de Pittsburgh ha conmovido a buena parte de los judíos de los Estados Unidos; por “buena parte” me refiero sobre todo a aquellos que se identifican con los movimientos Reformista y Conservador. Sin ánimo de entrar en controversias gratuitas daría la impresión que los judíos que se identifican como ortodoxos o ultra-ortodoxos tienen una mirada diferente sobre el hecho. Pasados los días han surgido en los medios y en las redes diversos artículos en relación al ataque, a la situación de los judíos en los EEUU antes, ahora, y después, y sesudos análisis acerca de la naturaleza del antisemitismo en general, por un lado, y la violencia que campea en aquel país por el otro. Buena parte del asunto “Pittsburgh” estuvo atemperado por la feroz campaña electoral en los EEUU, los hondureños en camino a la frontera vía Méjico, y la decisión de Trump de movilizar tropas para movilizar votantes. Mientras que aquí en Montevideo el factor atemperante fue un tal RW.
Dicho esto, y sin asomarnos al tema de la convivencia interna entre nosotros los judíos, creo que una de las conclusiones que merecen mayor reflexión es que el antisemitismo genera identidad. Podríamos discutir lo dicho o no dicho por el Rabino Lau en Israel, o las tímidas reacciones de comunidades ortodoxas, o muchas cosas que atraviesan la sociedad judía, sean en EEUU o en Uruguay. Pero no es el punto, porque entonces estaríamos discutiendo el matiz, mientras que si nos pensamos en función al antisemitismo estamos discutiendo identidad estructural. Lo que sostienen muchos autores estadounidenses es que “Pittsburgh” fue una sorpresa porque precisamente era inesperado. Nunca los judíos han vivido tanto y tan bien como en los EEUU.
Mi amigo Martín Kalenberg me compartió un artículo del New York Times de Gal Beckerman en el que denomina “pogrom” al ataque en Pittsburgh, un término asociado con un pasado largamente superado para cualquier judío estadounidense y, por qué no, para cualquier judío. Efectivamente, “Pittsburgh” fue un “pogrom” con armas automáticas amparadas en la 2ª Enmienda de la Constitución de los EEUU de Norteamérica. Parece surrealista pero fue real.
Por otro lado, el mismo artículo señala que más del setenta por ciento de los judíos que se identifican como reformistas o conservadores se casan en matrimonios mixtos; una estadística que hemos confirmado repetidamente de otras fuentes, acaso el mayor desafío de los judíos en los EEUU. Tal ha sido su integración a la sociedad, su libertad, su adhesión a los ideales de los padres fundadores, que el judaísmo deja de ser estructural en sus vidas para convertirse en una característica más del individuo. No que no estén preocupados por el tema “matrimonios mixtos”, mucho menos que lo ignoren; ni siquiera es percibido como algo necesariamente “malo”, sino como un problema o incluso un desafío. Es decir, cómo se genera un judaísmo vibrante y vivo en un entorno donde inciden tantos factores diluyentes, donde son tantas y tan atractivas las opciones.
Daría la impresión que el antisemitismo, tal como se expresó en “Pittsburgh”, podría ser una respuesta: dame suficientes atentados, te daré mayor cohesión e identidad. La laxitud del entorno nos permite desarrollar el judaísmo que deseemos, pero en realidad es un arma de doble filo porque ese judaísmo que se predica queda igualado a una vida mixta, tal vez laica, y sobre todo, nacional, “americana”.
Las corrientes ortodoxas y las más fundamentalistas solucionan el tema en forma muy simple: no al casamiento mixto, sí a la vida en el “guetto”. Hacen uso de todas las libertades que los EEUU ofrecen a sus minorías, pero se reservan el derecho de inventario, por decirlo de alguna manera: toman lo que les sirve. Están más subyugados por la Torá que por la Constitución. Por supuesto que nada es tan simple: hay “guettos” conservadores o reformistas, así como círculos más o menos liberales en mayor o menor medida en todas las tiendas. Si algo caracteriza la vida judía en los EEUU es su diversidad de opciones, aun en matices sutiles.
Por lo tanto “Pittsburgh” en los EEUU o “Paysandú” (8 de marzo de 2016) son cimbronazos que no sólo afectan y destruyen las vidas de decenas y cientos de personas, sino que son mojones que vienen a cuestionar la naturaleza misma de nuestra vida judía. Al día siguiente de la tragedia es inevitable mirar el entorno con otra mirada, por lo menos por un tiempo; pensarnos con otra “cabeza”, cuestionarnos por qué cuidamos o defendemos una tradición. Si en algo coinciden las víctimas de Pittsburgh y Paysandú es que todos ellos bregaban por una vida judía básica y activa, aun en pequeños, mínimos números: sostener un minián, cumplir con el recitado del “Shma Israel”. Judaísmo básico. Judaísmo. Punto.
Los judíos en los EEUU procesarán “Pittsburgh” de alguna manera, y tendrá, o no, sus consecuencias. No está a nuestro alcance contribuir a los dilemas de la judería estadounidense. Lo que sí está a nuestro alcance es reflexionar sobre los hechos. Pensar en cómo construimos identidad en el seno de nuestras comunidades: si desde el antisemitismo o si desde nuestra heredad. Muchos dirán que el antisemitismo es parte de nuestra heredad; no les niego la percepción. Pero si es excluyente, estamos en problemas. Es poco el valor percibido por sentirse perseguidos como para trasmitirlo a hijos y nietos; es mucho más atractiva una buena historia, interesantes preguntas, y algunos valores humanos (de la Humanidad toda) puestos en primera línea. Al menos sabremos por qué nos odian. Tanto.