Cultura & Moral: ¿una batalla equivocada?

La reciente lucha por baños transgénero representa la reducción hasta el absurdo de la guerra cultural. Solemos discutir sobre asuntos culturales y morales, en primer lugar, porque nos preocupamos por nuestros caracteres y los caracteres de nuestros hijos. Entendemos que una sociedad libre requiere personas que estén capacitadas para manejar esa libertad, gente con la que se pueda contar para que desempeñen su rol social como padres conscientes, trabajadores responsables y vecinos fiables. Además, sabemos que este tipo de formación del carácter no es posible desarrollarla sólo de manera individual. Es llevada a cabo en el ámbito familiar, en las escuelas y en las comunidades. Depende de algunas aceptaciones generales acerca de lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que es admirado y lo que no es admirado, es decir, un ecosistema moral común. Por lo tanto, nos preocupa intensamente la salud de ese ecosistema y discutimos acerca de cómo mejorarlo.

Las leyes que disponen en dónde las personas trans deben ir al baño, por el contrario, muestran cómo la guerra cultural ha degenerado en un conjunto de gestos sobrepolitizados, diseñados para activar las señales de alerta emocional de la gente. Estas leyes son una respuesta a un problema que no parece existir. Son una respuesta a una amenaza de depredadores sexuales que no tiene relación con la existencia de las personas trans. Tienen que ver con establecer normas legales para un grupo, no con lo que constituye una buena conducta. Son un intento de erigir barreras rudimentarias cuando un poco de consideración y arreglos hechos de manera local podrían resolver el tema.

Por alguna razón, algunos defensores de los valores tradicionales son adictos a los actos secundarios que terminan en soplos de intolerancia. Al mismo tiempo, la cultura en general se ha vuelto moralmente vacía, y, por lo tanto, marcada por la fragmentación, la desconfianza y el hambre de poder.

La cultura en general necesita ser reavivada de cuatro formas bien definidas: tenemos que ser más comunitarios en una época que es excesivamente individualista; tenemos que tener una mentalidad más moral en una época que es excesivamente utilitaria; tenemos que ser más espirituales en una época que es excesivamente materialista; y tenemos que ser más inteligentes emocionalmente en una época que es excesivamente cognitiva. En lugar de luchar batallas perdidas sin fin sobre la identidad sexual, necesitamos una mejor guerra cultural. Necesitamos un nuevo tradicionalismo.

Una tradición, ya sea que se trate de la cena de Acción de Gracias, una reunión familiar anual o una ceremonia de entierro, requiere de una actividad física infundida de encanto. Hay una calidez en nuestras tradiciones y rituales que es alimentada por el amor y el contacto con lo trascendente. Esto debería ser la afirmación de inicio de un nuevo tradicionalismo: que no somos principalmente seres físicos. Hay un fantasma en la máquina. Tenemos almas, o conciencia, o como quieran llamarlo. El primer paso hacia un nuevo tradicionalismo sería colocar las implicancias espirituales y morales de la vida cotidiana al frente y al centro.

Si la vida pública estuviera verdaderamente infundida del convencimiento de que las personas tenemos almas, educaríamos a los jóvenes para que tengan vocaciones y no sólo carreras. Les diríamos cómodamente que el sexo es una fusión de almas que se aman, y no un mero acto físico. Celebraríamos el matrimonio como un pacto. Entenderíamos que la ciudadanía también es un pacto, y que tenemos el deber de sentirnos conectados con los que no están de acuerdo con nosotros. Veríamos la clonación y la pena de muerte como actos insensatos que alteran algo misterioso. Al hablar de la política exterior, hablaríamos no sólo acerca de nuestros intereses materiales, sino también sobre el rol que hemos sido llamados a desempeñar en la historia. Si habláramos como si las personas tuvieran alma, entonces tendríamos una vista amplia de lo que está en juego en las actividades cotidianas. El alma puede ser elevada y degradada a cada segundo, incluso cuando uno está solo, sin herir a nadie. Cada pensamiento o acto graba una nueva línea en la pieza central de uno mismo.

La conciencia acerca de este constante proceso de elevación y degradación añade urgencia a un montón de preguntas. Por ejemplo, ¿qué le estamos haciendo al alma de un preso cuando lo dejamos incomunicado? ¿Realmente podemos tolerar tener a tanta gente fuera de la fuerza laboral sin que tengan la posibilidad de darse cuenta de la dignidad que viene con un trabajo estable? ¿De qué manera nuestros teléfonos conducen a la unión o al aislamiento? ¿Cuándo el acto de comprar es algo divertido y cuándo es algo degradante?

También necesitamos una nueva ciencia política. La vieja estaba basada en el modelo de que somos personas que maximizamos la utilidad, buscando el poder. Eso es cierto, pero el amor es el deseo elemental del espíritu. La gente está motivada desesperadamente para amar algo, y amarlo bien, y ser amada. Una tarea fundamental de las comunidades es despertar y educar a los amores, ampliar y profundizar las oportunidades para el amor y valorar a la gente por lo bien que aman y lo que aman. Nuestra cultura está sobrepolitizada y submoralizada. Este nuevo tradicionalismo desplazaría el debate e implicaría una manera más amplia de ver la vida pública y hablar de ella. Los debates que se derivarían no se desarrollarían a lo largo de las líneas convencionales.

David Brooks, The Guardian, 6 de junio de 2016

Traducción: Daniel Rosenthal